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Sanitarios andaluces inmunizados frente al coronavirus: “La vacuna nos ha devuelto la tranquilidad, aunque no bajamos la guardia”

El trabajo sigue siendo igual de intenso para los profesionales que ya están inmunizados contra la Covid-19

Álvaro López

17 de marzo de 2021 21:56 h

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Hace ahora un año que todo cambió. El mundo dejó de ser como lo conocíamos hasta ese momento por culpa de la pandemia del coronavirus. Como un castillo de naipes, todos los países fueron cerrándose para contener a la Covid-19 y los ciudadanos fuimos confinados en nuestras casas. Mientras tanto, los hospitales y las residencias de mayores luchaban contrarreloj en una carrera por la vida que ha llevado a niveles extremos a los sanitarios. Un agotamiento que empieza a remitir gracias a la llegada de las vacunas.

En eldiario.es Andalucía hemos querido conocer cómo ha cambiado el trabajo, tras inmunizarse, de tres cuidadores de la salud que trabajan en diferentes ámbitos. Emilia, una auxiliar de enfermería de una residencia de mayores; Jesús, un enfermero de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) y Rosario, una médico intensivista. Tres de las profesiones sanitarias que más difícil lo han tenido en el último año por las dificultades a las que se han enfrentado. A ciegas contra un virus desconocido.

El principio del fin

Emilia Castilla trabaja como jefa de auxiliares de enfermería en la Residencia de La Alfaguara de Salar, en Granada. Su historia es representativa de lo mucho que han tenido que bregar en estos entornos durante el año de la pandemia. Según cifras oficiales, casi 30.000 mayores han fallecido víctimas de la Covid-19 en las residencias de toda España, aunque el caso de La Alfaguara es uno de los pocos en los que, por fortuna y por trabajo, no ha habido que lamentar ni siquiera un contagio.

A pesar de eso, Emilia y su equipo han pasado por situaciones que no olvidarán fácilmente. “Ha sido un año durísimo porque el miedo a esta enfermedad nos ha generado mucho susto por los abuelos”, reconoce. Se emociona recordando cómo han tenido que ser el único apoyo de los mayores a los que cuidan porque ellos “no entienden la enfermedad y no poder abrazar a sus familiares”.

Hasta que la pandemia estalló, Emilia recuerda que tenían un trabajo “ameno y agradable” porque los abuelos podían estar con sus hijos y sus nietos, pero de un día para otro todo cambió. “Teníamos pánico a que pudiera entrar en nuestro centro por lo que veíamos por la tele”. Aunque no fue fácil porque no sabían cómo actuar, nunca se rindieron. “Al contrario, en ese momento nos sentimos más fuertes e imprescindibles”. Por eso, cuando les informaron de que por fin llegaría la vacuna, se emocionaron.

“Cuando nos dijeron que nos íbamos a vacunar pensamos que, por fin, ya era el principio del final y que lo íbamos a conseguir”. La alegría fue tal que Emilia cree que eso les ayudó a que ninguno tuviera síntomas tras la primera dosis de Pfizer. El cambio que han experimentado tras lo vivido hace ahora un año, les permite valorar más la importancia de vacunarse. “Nos sentimos muy afortunados de haber llegado hasta el final sin haber tenido ningún caso entre los usuarios, que es lo más importante”.

Por eso, ahora se sienten más seguros: “Trabajamos con más tranquilidad porque sentimos que hemos llegado al final. Tenemos más alegría. No salimos a la calle con tanto miedo”. Feliz porque el trabajo que ha hecho el equipo de su residencia ha impedido que el virus contagiara a alguno de los residentes, Emilia da las gracias por el apoyo recibido por todos los que han estado con ellos. Optimista, encara lo que viene con esperanza. “El futuro lo veo muy positivo con la vacuna. Creo que nos estamos acercando a la normalidad. Nuestros usuarios van a poder abrazar a sus familias. Cada vez falta menos para ese momento y ese día lloraremos todos de alegría”.

“Pensaba que todo iría más despacio”

Jesús Arco y Rosario Fernández, enfermero y médica de Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) respectivamente, forman parte del grupo de sanitarios que sigue trabajando en primera línea contra el coronavirus. Ambos pertenecen a centros hospitalarios de Granada diferentes, al Virgen de las Nieves y al Clínico del Parque Tecnológico de la Salud, pero los dos han vivido un carrusel de emociones que es muy similar al de tantos otros compañeros suyos.

Las UCI de todo el mundo se han visto colapsadas este año y España no ha sido la excepción. Algo que ha modificado radicalmente la organización de esta especialidad. “Hace un año cambió radicalmente nuestra manera de trabajar. Nunca hemos vivido una situación similar a esta porque los episodios de gripe eran totalmente distintos. Se ha cambiado la manera de trabajar. La estructura de la UCI ha cambiado completamente. Todos los enfermos que teníamos tuvieron que hacerle hueco a las camas de Covid-19”, explica Rosario.

La labor de esta especialidad es tratar de salvar a enfermos que están muy graves, estabilizarlos y tratar de que superen su dolencia sin secuelas, pero en un contexto como el actual, su desempeño ha sido mucho más complejo. Entre otros motivos porque se enfrentaban a situaciones que nunca habían vivido y no sabían cómo se iba a desarrollar este coronavirus. Rosario no puede olvidar por lo que han pasado: “No sabíamos bien cómo podíamos infectarnos, cómo podía afectar a nuestras familias… Yo particularmente con un bebé de cinco meses estaba muy asustada”.

Jesús, que ha estado en su misma situación, también ha tenido que aprender a convivir con una pandemia que ha hecho mella en sus emociones. Tanto él como Rosario tuvieron que olvidarse del miedo para combatir una realidad “muy dura”. Así, han pasado horas vestidos con equipos de protección individual (EPI) que no son cómodos porque hacen sudar, son pesados y dificultan la movilidad. Aunque se establecieron turnos para minimizar los contagios, eso no impidió que tuvieran que vivir jornadas maratonianas de 11 horas de trabajo casi ininterrumpido.

“Teníamos medidas de protección de todo tipo. En cuanto me iba a mi casa me duchaba, me lavaba el pelo. Siempre usaba la misma ropa, me cambiaba en la misma puerta y lo echaba todo a lavar y ya entonces podía abrazar a mi familia”, cuenta Rosario. Una situación análoga a la que vivió Jesús, que tampoco puede quitarse de la cabeza el estrés y los nervios de estos últimos meses. Para ellos, en la UCI, no ha habido tiempo para relajarse. No han dejado de ver pacientes, aunque algo sí ha cambiado gracias a las vacunas.

Un “chute” de energía

Algo que veían muy lejos, por fin llegó. “Con las primeras vacunaciones a los compañeros de UCI nos sentíamos más tranquilos. Algunos se habían contagiado y nos preocupábamos por su salud”, dice Rosario. Después de haber pasado un otoño muy difícil, con muchas bajas por contagios entre el personal de su hospital, las dosis de Pfizer que se han puesto les han devuelto la tranquilidad. “Al no ponernos malos, estamos más tranquilos y sentimos que no vamos a vivir momentos tan trágicos como en octubre”.

La paz también ha llegado a sus vidas personales porque ahora saben que sus familias no están en riesgo por su causa. “Nos hemos sentido muy responsables de la salud de ellos. Pensar que por nuestra culpa se podían contagiar era una carga muy dura de llevar. El hecho de ver que se lo pudieras pasar a algún familiar, torturaba. Teníamos esa presión y la de nuestro propio trabajo. Ha sido durísimo”.

Jesús Arco recuerda que siempre confió en las vacunas y que nunca dudó. El día que se la pusieron, ya en enero, estuvo más “apático”, pero al día siguiente las secuelas eran un dolor de brazo y mucha más seguridad para acudir a la UCI: “Ha cambiado mucho mi actitud en el trabajo, sigo manteniendo las medidas de prevención, sin embargo, psicológicamente en mí ha sido ver la luz al final del túnel y un verdadero 'chute' de energía y de optimismo”. Un sentimiento compartido por todos los sanitarios, que no dejarán de luchar contra el coronavirus. “La vacuna nos ha devuelto la tranquilidad, aunque no bajamos la guardia”, sentencia Rosario.

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