El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Autoinmunidad: una cuestión de educación y tolerancia
Fue la activista norteamericana Helen Keller quien a principios del siglo XX escribió en su libro Optimism que “el máximo resultado de la educación es la tolerancia”. Para la mayoría de nosotros resulta evidente que aplicar este concepto es imperativo para mantener nuestra actual estructura de sociedad. Aún más imperativo para mantener nuestra salud es aplicarlo desde el punto de vista de nuestro sistema inmunológico.
Millones de años de evolución nos han dotado de un sistema inmunológico que nos defiende de una plétora de agentes patógenos y sustancias extrañas. Puesto que no existe una firma molecular de lo propio, y compartimos muchas moléculas o parte de ellas con estos patógenos, deben existir mecanismos que controlen que nuestro sistema de defensa, aunque reconozca moléculas propias, no las ataque de forma indiscriminada. Estamos empezando identificar y comprender estos mecanismos, que en conjunto se conocen como “tolerancia inmunológica”. La ruptura de esta tolerancia trae como consecuencia la aparición de enfermedades autoinmunes y alergias.
Como su nombre indica, autoinmunidad significa “inmunidad contra lo propio”, y en ya los albores de la inmunología, Paul Erlich bautizó este fenómeno como “horror autoxicus”. Seguro que cada uno de vosotros podríais nombrar una enfermedad autoinmune, probablemente por propio padecimiento o cercanía: artritis reumatoide, esclerosis múltiple, diabetes tipo 1, enfermedad de Crohn,..., y así hasta casi un centenar de desórdenes, que en conjunto afectan a un 8-10% de la población, aunque como comentaremos posteriormente, este porcentaje podría aumentar significativamente.
El sistema inmunológico no está solo
Aunque el desencadenamiento de una enfermedad autoinmune es multifactorial e implica la conjunción de factores genéticos, ambientales (ej. infecciones, toxinas, tabaquismo) y endógenos (ej. respuesta a estrés, embarazo, microbiota, alimentación), está claro que el re-establecimiento de la tolerancia inmunológica es crítico para evitar la progresión de la misma. Tenemos que saber cómo educar a nuestro sistema inmunológico a ser tolerante contra lo propio, sin afectar demasiado su compromiso de defensa contra lo extraño.
El sistema inmunológico tiene mecanismos celulares y moleculares propios que regulan este proceso, y la identificación de los mismos es clave para inducir tolerancia. Sin embargo, en las dos últimas décadas ha emergido un concepto que nos ha ayudado a ampliar la búsqueda de estos mecanismos más allá del sistema inmunológico, y es que éste no actúa de forma aislada del resto de sistemas del organismo para ejercer su función. Entre ellos, el sistema más importante en la regulación de la respuesta inmunológica, es el nervioso.
Tradicionalmente considerados como dos sistemas independientes, encargados de sentir y responder a estímulos muy distintos, hoy sabemos que entre los sistemas inmunológico y nervioso existe una comunicación bidireccional. Así, el sistema inmunológico funciona como un sexto sentido, reconociendo y respondiendo inicialmente a señales de daño (ej. infecciones, traumas), y paralelamente informa a nuestro cerebro de la existencia de estas señales de peligro, haciendo que éste emita respuestas que ayuden a la recuperación del daño (ej. fiebre, reducción de la actividad locomotora, letargia…). Del mismo modo, ante estímulos de estrés físico o psicológico, nuestro sistema nervioso se comunica con el sistema defensa, para que éste responda generalmente con una respuesta inmunosupresora (ej. después de estar sometidos a un estrés agudo, somos más susceptibles a sufrir una infección).
Quizás el descubrimiento más importante en esta comunicación bidireccional, ha sido constatar que ambos sistemas hablan un lenguaje bioquímico común. A pesar de tener estructuras tisulares y celulares completamente distintas (en nada se parece una neurona a un linfocito), los sistemas inmunológico y nervioso comparten mediadores y receptores, que mantienen dicha comunicación activa. Nuestro grupo de investigación lleva trabajando más de 20 años en la identificación de estos mediadores, especialmente centrándonos en varios neuropéptidos.
Como su nombre indica, neuropéptidos son moléculas inicialmente identificadas como mediadores de la transmisión sináptica entre neuronas, pero que actualmente sabemos que son también producidas por células inmunológicas en respuesta a inflamación, y que juegan un papel clave en regulación de la respuesta inflamatoria y de tolerancia inmunológica. Una vez que se rompen con los convencionalismos previos de clasificación molecular y con ciertos dogmas, resulta muy fácil aplicar conceptos más amplios a la inmunología, y por ejemplo, diseñar tratamientos de enfermedades autoinmunes basados en el uso de neuropéptidos y hormonas, que complementen a los ya existentes con mediadores inmunológicos.
Su papel en enfermedades cardiovasculares
Como he comentado anteriormente, y atendiendo a la clasificación clásica de enfermedades autoinmunes, una de cada diez personas van a sufrir una enfermedad autoinmune a lo largo de su vida. Si tenemos en cuenta nuevas evidencias, esta proporción aumentaría de forma significativa si incluimos a otras enfermedades con alta prevalencia, como son algunas enfermedades cardiovasculares o neurodegenerativas, en las que respuestas autoinmunes descontroladas juegan un papel importante en su progresión.
Así, ciertos tipos de cardiomiopatía dilatada aparecen como consecuencia de una respuesta exacerbada del sistema inmunológico a infecciones víricas o bacterianas del miocardio y un posterior ataque indiscriminado a componentes del músculo cardiaco. Del mismo modo, la aterosclerosis ha dejado de ser considerada como una simple acumulación pasiva de colesterol en las arterias (como aparece en algunos anuncios de publicidad o prensa en general), pasando a considerarse una patología cardiovascular donde existe una participación activa y orquestada de células del sistema inmunológico contra componentes de la pared arterial, con la consecuente generación de la placa de ateroma.
Independientemente de si se clasifican dentro de enfermedades autoinmunes o no, la aceptación de la participación de estos mecanismos en su patogenia y desarrollo patológico abre el abanico de posibilidades terapéuticas, ampliándolas a fármacos inmunomoduladores disponibles (que han mostrado eficiencia en otras enfermedades inflamatorias y autoinmunes), usados en combinación con los agentes reductores de colesterol circulante y una dieta baja en grasas.
¿Y si vamos más allá, y aceptamos que el sistema inmunológico no actúa aisladamente? No solo podemos ampliar el arsenal de posibles agentes terapéuticos, por ejemplo a neuropéptidos y hormonas, sino que puesto de éstos mediadores se liberan endógenamente en respuesta a nuestras emociones, un cambio sustancial en nuestros hábitos de vida y cómo afrontamos diferentes situaciones estresantes de cada día, puede contribuir de manera significativa, no sólo a hacernos más felices, sino a educar a nuestro sistema inmunológico a ser más tolerante contra lo propio.
Fue la activista norteamericana Helen Keller quien a principios del siglo XX escribió en su libro Optimism que “el máximo resultado de la educación es la tolerancia”. Para la mayoría de nosotros resulta evidente que aplicar este concepto es imperativo para mantener nuestra actual estructura de sociedad. Aún más imperativo para mantener nuestra salud es aplicarlo desde el punto de vista de nuestro sistema inmunológico.
Millones de años de evolución nos han dotado de un sistema inmunológico que nos defiende de una plétora de agentes patógenos y sustancias extrañas. Puesto que no existe una firma molecular de lo propio, y compartimos muchas moléculas o parte de ellas con estos patógenos, deben existir mecanismos que controlen que nuestro sistema de defensa, aunque reconozca moléculas propias, no las ataque de forma indiscriminada. Estamos empezando identificar y comprender estos mecanismos, que en conjunto se conocen como “tolerancia inmunológica”. La ruptura de esta tolerancia trae como consecuencia la aparición de enfermedades autoinmunes y alergias.