El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Malthus y la carrera agroalimentaria del siglo XXI
A finales del siglo XVIII, el clérigo-economista Robert Malthus observó que la diferencia entre el crecimiento exponencial de la población humana y el crecimiento lineal de la producción agrícola provocaría un desequilibrio poblacional con potenciales efectos catastróficos. En el siglo XXI sentimos de nuevo oscilar esta espada de Damocles sobre nuestras cabezas porque nunca antes el planeta ha alcanzado la desmesurada población actual y porque las previsiones demográficas la sitúan entre 9 y 10 mil millones en el año 2050. Carecemos actualmente de la capacidad agroalimentaria para abastecer a estos sobrecogedores números poblacionales, ni previsiblemente la tendremos entonces siguiendo las tendencias actuales.
A lo largo de la historia, cuatro factores principales, como jinetes apocalípticos, han contribuido a controlar la población humana: las enfermedades, las fieras, la guerra y el hambre. Este control logró que hasta el siglo XVIII la población humana no pasara de unos cientos de millones. Sin embargo, el hombre del siglo XX había controlado eficazmente las enfermedades, había exterminado casi en su totalidad a las fieras y creaba, tras dos catastróficas guerras mundiales, organizaciones internacionales que racionalizaran, aunque no evitaran, las guerras. Superados estos frenos, la población se disparó hasta las cotas actuales.
Pero la erradicación del hambre es otro problema diferente. Dado que la alimentación constituye una necesidad intrínseca, la obligación de mantener una dieta equilibrada se convierte en el gran problema a solucionar por cualquier sociedad. La expansión del hombre desde hace unos doce mil años se debe al descubrimiento independiente de la agricultura en varios lugares del mundo, lo que unido a unas benévolas condiciones ambientales, desarrolló las primeras florecientes civilizaciones de Asia, Europa y América.
Estas civilizaciones están aún hoy asociadas a tres cultivos principales: el arroz, el trigo y el maíz. Sin el aporte en almidón generado por estas plantas, su eficiente cultivo y conocimiento agrícola, no es posible crear excedentes alimentarios que mantengan grandes poblaciones humanas, permitan la especialización de las tareas y el desarrollo de la cultura y la ciencia. Tanto es así, que el 80% del carbono que forma el cuerpo de un ciudadano estadounidense actual procede del CO2 fijado de la atmósfera por el maíz que consume (almidón en helados, azúcares de bebidas, carne de ganado alimentado con grano,…).
La falta de alimentación o la sobreexplotación de recursos para una población creciente fue la causa de la extinción de sociedades como la de algunas islas del pacífico, las culturas prehispánicas de la península del Yucatán o las del creciente fértil en época bíblica.
Aumentar la producción agrícola y mejorar la distribución de riquezas
Dado que en esta carrera ecuestre del control de la población humana las fieras y las enfermedades se han quedado rezagadas, la guerra y el hambre siguen de la mano provocando miseria y pobreza mundial. Si queremos controlar los enfrentamientos entre civilizaciones creados por la falta de recursos debemos urgentemente aumentar la producción agrícola y mejorar la distribución de riquezas entre sociedades. A mitad del siglo XX la llamada Revolución Verde logró duplicar la producción mundial de grano. El Dr Borlaugh, padre de esta revolución agrícola, recibió el premio Nobel de la Paz, consciente el jurado noruego de la enorme importancia social de su descubrimiento.
El desarrollo de las investigaciones en biología vegetal proporciona las herramientas adecuadas para crear una nueva revolución verde. La ingeniería metabólica, la biocomputación y las nuevas técnicas de edición génica, permiten generar esperanza desde el punto de vista científico. Paradójicamente, pero no ajeno a las tendencias históricamente autodestructivas del género humano, se ha fomentado deliberadamente una corriente de opinión negativa, poco informada y peor intencionada en contra de estos avances científicos. Una erróneamente llamada “vuelta a lo natural”, que resulta a menudo menos natural que las soluciones biotecnológicas alternativas.
En la actualidad, conscientes del riesgo que supone la pérdida de recursos, países con graves problemas poblacionales como China están adquiriendo grandes extensiones de tierra dedicadas a la agricultura. Se calcula que hasta 2013 estos países han adquirido tierras fuera de sus fronteras, sobre todo en África y América del Sur, equivalentes en su conjunto a la superficie de Suecia.
Además, potencias científico-tecnológicas como Estados Unidos o China están dedicando enormes cantidades de recursos a la formación de científicos especializados en temas agrícolas, frenando el excesivo desbalance hacia las ciencias biomédicas que caracteriza a las sociedades desarrolladas, donde queremos vivir sanos y guapos.
Si no investigamos más en ciencia vegetal y logramos mejorar la producción agrícola, aumentaremos la hambruna mundial. Y lo que es peor, sin control poblacional y dados la escasez de recursos y los problemas asociados al calentamiento global, el otro jinete apocalíptico, la guerra, ganará la carrera de la humanidad.
Sobre este blog
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.