OBITUARIO

Adiós a Manolo Sanlúcar, el maestro total de la guitarra flamenca

Alejandro Luque

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Aunque su delicado estado de salud de los últimos años era más que conocido, la noticia del fallecimiento de Manuel Muñoz Alcón, más conocido como Manolo Sanlúcar, ha sacudido los cimientos de la casa del flamenco, de su casa. Con él se va no solo un intérprete asombroso y un compositor inagotable, sino también un maestro generoso que se destacó siempre por su generosidad a la hora de compartir saberes y técnicas.

Nacido en 1943, creció en un contexto extremadamente humilde. Aunque su madre vaticinó que si se dedicaba a la guitarra pasaría “hambre, cansancio y sueño” se inició muy joven en este instrumento, como su hermano Isidro, y acudía cada día en bicicleta desde su Sanlúcar natal hasta Jerez para tomar clases. Hizo sus primeras giras en la compañía de Pepe Pinto y Pastora Pavón, La Niña de los Peines, a la que le unió un vínculo tan especial que llamó a su guitarra Pastora, así como junto a otro astro de lo jondo de los años 50 como Pepe Marchena. Un feliz encuentro con aquel fenómeno de la naturaleza llamado La Paquera de Jerez abrió una nueva etapa en su incipiente carrera, hasta que pasó a formar parte del madrileño tablao Las Brujas.   

Su consagración internacional llegó al conquistar en 1972 el primer puesto en el certamen de música folk Campione d’Italia. Recorrió el mundo antes de poner a sus pies, en 1976, el Teatro Real de Madrid, el templo que solo un año antes había abierto para el flamenco su compadre y gran rival artístico, Paco de Lucía. Para muchos, el gran hándicap de Manolo Sanlúcar fue de hecho haber nacido en la misma época que el genio arrollador del algecireño, pero no cabe duda de que se inspiraron y alentaron mutuamente, además de cultivar una entrañable amistad. Asimismo, tocaron juntos muchas veces, como en el filme Sevillanas (1992) de Carlos Saura, cuya dirección musical corrió a cargo de Sanlúcar, y donde compartieron unas memorables secuencias:

Sus partidarios han resaltado siempre una diferencia entre ambos: mientras que Paco de Lucía no ejerció la enseñanza –más allá de su formidable legado–, Manolo Sanlúcar invirtió su tiempo y su dinero en acoger en su casa a guitarristas prometedores procedentes de todo el mundo que quisieran acogerse a su magisterio, entre los cuales destacan figuras actuales como Vicente Amigo, que pasó ocho años bajo su techo. “Eran clases de guitarra de 24 horas al día”, recordaba el gaditano. “Yo a todos los trato de diferente manera y de igual manera. Yo no suelo enseñarle mis cosas al alumno, quiero desde el principio despertarle su iniciativa en la composición, que no se convierta en un imitador”.

Condición y espejo

Su casa sanluqueña había sido bautizada como Caballo negro, la exitosa rumba que apareció como sencillo de su disco Sanlúcar y vino a ser su respuesta a la celebrada Entre dos aguas de Paco. Ya en plena democracia seguirían otros discos deslumbrantes como su homenaje a Miguel Hernández, …Y regresarte (1977), Candela (1980), Azahares (1981) o Al viento (1982). Sin embargo, será con Fantasía para guitarra y orquesta (1978), donde destaca su ambición compositiva, y sobre todo con Tauromagia (1988), cuando ingrese definitivamente en el olimpo de la sonanta. “Mi guitarra no es un instrumento, tiene vida propia. Es mi condición y mi espejo”, escribiría el artista en sus memorias.

Manolo Sanlúcar fue también artífice de obras muy distintas, desde la sintonía de Canal Plus o la música de Medea o Soleá para el Ballet Nacional de España, así como una interpretación especial del Himno de Andalucía, entre otros muchos empeños. Tras lanzar un álbum sobresaliente como Locura de brisa y trino (2000), pasó ocho años antes de publicar su última entrega discográfica, La voz del color, con la que pondría fin a una obra de abrumadora riqueza y originalidad.  

Entonces anunció que se retiraba de los escenarios para consagrar todas sus energías en una obra didáctica monumental y de vocación enciclopédica, La guitarra flamenca, que le llevó 15 años de obsesivo trabajo. Aunque varias instituciones públicas alentaron el comienzo de este proyecto, fue quedándose solo y acabó sufragándolo con sus propios recursos.

Una vida casi perfecta

Obtuvo en vida reconocimientos como la Medalla al Mérito en las Bellas Artes, la distinción de Hijo Predilecto de la provincia de Cádiz, el Compás del Cante o el premio Internacional del Flamenco. Aunque pasó la convalecencia de su enfermedad retirado en su refugio sanluqueño, el músico recibió el pasado mes de mayo en el Teatro Villamarta de Jerez un homenaje de los flamencos, con presencia de compañeros como El Bolita, David Carmona, Niño de Pura, Manolo Franco o Juan Carlos Romero. También se había pedido para él desde distintas instancias la primera Llave de Oro de la Guitarra Flamenca, que ya nunca podrá recoger.   

Amaba su pueblo aunque una vez se ofreció a dirigir una escuela municipal de guitarra y lo rechazaron; era devoto de la pintura –en especial de la de Baldomero Resendi, de la que poseía una valiosa colección– y un gran lector. La herida de la que no logró reponerse nunca fue el fallecimiento de su único hijo, Isidro, siendo éste muy joven.

En su última entrevista, publicada en la revista Jotdown, me contaba que se consideraba artista, pero sobre todo un obrero de la guitarra: “Yo soy y me considero artista, pero la parte del trabajador no la perdono. En eso hay que hacerse, sí o sí. De lo que pesa la guitarra, pesa muchísimo más un azadón del diez. Y es una suerte que la naturaleza te haya dado la posibilidad de hacer música, de crearla. Eso lo da Dios, pero lo tiene que mantener tu trabajo y tu voluntad. Y no puedes fallar ni un día. Esto te lleva además a tener la suerte de que, como estoy ahora a punto de cumplir 78 años, hago un recuento de mi vida y pienso: ‘Casi podría decir que ha sido perfecta’. Eso es muy diferente de lo que sienten tantos que dicen: ‘Mecachis en la mar… si yo hubiera’. Eso sí me habría llevado al suicidio a mí, decir ‘Si yo hubiera…’. No. Yo he hecho”.