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ENTREVISTA

Carlos Arenas, historiador: “La bajada de impuestos de Moreno premia a las élites parasitarias que siempre ha tenido Andalucía”

El historiador Carlos Arenas.

Alejandro Luque

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A Carlos Arenas Posadas (Sevilla, 1949) no le sorprende demasiado la buena recepción que ha tenido su último libro, Lo andaluz: historia de un hecho diferencial, publicado por El Paseo Editorial. Su lanzamiento coincide con un momento de renovado espíritu andalucista, reivindicado incluso por una formación tradicionalmente ajena a esas posiciones, como el PP. “Siempre es buen momento para repensar lo andaluz, pero este es clave”, comenta el profesor jubilado del Área de Historia e Instituciones económicas de la Universidad hispalense. “El cambio político, la deriva incesante hacia el atraso económico y la desigualdad en el periodo de la democracia me sugirieron que era el momento. Ya había escrito mucho sobre capitalismo andaluz, pero me faltaba esa dimensión política y cultural que he tratado de incluir en este nuevo libro”.

Uno de los puntos fundamentales del volumen es el papel de Andalucía en la construcción del Estado español. “El planteamiento nace de la Historia de Andalucía, del hecho de que no sea lo mismo que te conquisten campesinos más o menos libres, o que te conquisten órdenes militares o el Estado. Eso produce en origen las diferencias sociales, económicas, culturales y políticas en España, y que se prolongan hasta hoy”, explica. “El papel de Sevilla y Cádiz como receptoras de plata y oro para las guerras de los monarcas, luego la nueva invasión de la burguesía del Norte en el siglo XIX, en un momento en que el mercado y las oportunidades de negocio se abren una vez que las colonias americanas se han perdido, se reproduce la colonialidad que ya venía arrastrándose desde siglos anteriores”.

“De aquellos polvos, estos lodos”, prosigue. “Después vendrá la fuga de dinero de los ahorros de los andaluces con Franco, la conquista de las empresas andaluzas por la banca foránea. Y ahora reproducimos el mismo esquema de siempre, con la bajada de impuesto del señor Moreno a los señoritos, vienen a premiarse las élites parasitarias que ha tenido Andalucía durante toda su Historia”.

Dependencia y desprecio

Arenas insiste en que se trata de una inercia bien conocida por los historiadores. “Es lo que se llama la dependencia de la trayectoria previa. No es que la historia se repita, es que no termina de ejercer la influencia de un momento sobre el siguiente, entre otras cosas porque las élites, a las que les va bien, no quieren que nada cambie, y por tanto las estructuras políticas, mentales, culturales, se reproducen. Quizá a veces cambian un poco, pero en el fondo la sociedad no cambia al servicio de un capitalismo extractivo”.

En este contexto, los aires neo-andalucistas que soplan en el Sur los percibe “de forma muy caleidoscópica., Está claro que Moreno representa el narcisismo de la burguesía alta y media de siempre, lo que hacía Clavero en los años 70: mejor que esto no hay nada, creen, olvidando que una gran parte de los andaluces vive por debajo del nivel de pobreza. Porque desprecian a la gente, siempre la han despreciado”, comenta. “El PP andaluz ha querido ser una contestación de lo que supone Ayuso en Madrid. Pero pensar que el capital de Madrid o Cataluña vaya a venir a Andalucía, como no sea a comprar suelo, me parece una auténtica majadería. Porque el capitalismo ya no funciona así, hay otros factores que mueven los capitales, más allá del precio del dinero o las rebajas fiscales”.

¿Y el andalucismo de izquierda? “No acaba de dar con la tecla de cuáles son los problemas fundamentales”, señala Arenas. “Perdura la valorización de los elementos culturales, folklóricos, idiosincrásicos cuando aquí la cultura es la de la precariedad, de vivir como sea, la urgencia de tener algo con lo que tirar para adelante. Y eso tiene un origen material, no idiosincrásico. O más bien esa es la idiosincrasia, no que vayamos a los toros, o al Rocío, o cojamos una vela en Semana Santa”.

Los republicanos del Sexenio

El examen histórico del pasado andaluz exige una revisión profunda tanto de los hechos contrastados como de los mitos, empezando por el padre de la patria, Blas Infante. “Hay algo de mitificación con él, claro. Blas Infante, para mí al menos, era un hombre con sus deficiencias. Sin serlo, quiso ser también nacionalista, se inventó un pasado glorioso y se fue a Marruecos a buscar nuestras raíces, y más o menos de forma ensoñada hizo lo que hizo. Pero ya digo que no era un nacionalista, y de hecho cuando hace política esa es su confesión, hace un partido político que no se define como autonomista, sino como social y revolucionario. Lo que hay que destacar es su valentía, es un notario que no tiene necesidad de meterse en esos berenjenales, pero lo hace en defensa de la clase jornalera andaluza”.

Pero Arenas recomienda ir más allá: “Va siendo hora de que empecemos a reivindicar no tanto a Infante, como a los republicanos federales del Sexenio. Esos sí que dieron la cara y se batieron el cobre en múltiples insurrecciones para que Andalucía fuera la región que liderara un Estado federal, plural, utilitarista y progresivo. Con su derrota en la Cantonal de 1873 empieza la decadencia andaluza. Las decisiones empiezan a tomarse fuera, las directrices de fuera benefician a las regiones del Norte y a Madrid, que aún hoy es el crupier de la banca que reparte desigualmente los recursos del Estado. Hay que reivindicar aquella época en la que Andalucía pudo ser un referente en el país”.

Otro símbolo que gana adeptos es Manuel José García Caparrós, el trabajador asesinado en Málaga en la manifestación del 4 de diciembre de 1977, elevado a la categoría de mártir andalucista. “El victimismo mueve montañas, toda la historia de España circula sobre él. Santiago Matamoros cambió el nombre a Apóstol porque era mejor ser un mártir a un verdugo”, afirma Arenas. “Dicho esto, Caparrós es un elemento importante en el miedo, en la reacción que el Estado Central tuvo en el año 77 con esa piedra en el zapato que le salía en la construcción de la España democrática y autonómica. Su muerte es decisiva como muestra de esa prevención que tenía el país a que Andalucía dejara el papel de colonia interior que tenía y sigue teniendo, y que mantiene el Estado unido, porque sin la colonia andaluza, España ya habría pegado el petardazo hace mucho tiempo”.

De Franco a González

Sobre el efecto del franquismo sobre la comunidad andaluza, Arenas no duda en hablar de “una reacción violenta y genocida, no una guerra civil, sobre todo en la parte occidental de Andalucía. Un genocidio contra una gente que sustentó unos valores, democráticos, republicanos, igualitaristas, que eran insoportables para esas élites de siempre. Pero claro, no se puede culpar solo a los que se alzaron el 18 de julio. Pero también fue culpable la República que abandonó a los andaluces, creyendo que Madrid y España acababa en Despeñaperros. Los tontos no se dieron cuenta de que, sin Andalucía, perdían la guerra sí o sí. Si hubieran repartido la tierra como se había prometido, si hubiera habido aquí una clase trabajadora propietaria y animosa, la gente habría defendido con mucha más fuerza la República. Sin embargo, abandonada como quedó, salvo los últimos meses del Frente Popular, a la gente se la pilló desprevenida y sin ánimo para luchar apenas”.

En cuanto a la Transición, “considerada modélica, fantástica, fue la que convino a las élites españolas y en parte a las andaluzas”, asevera. “Están viviendo de la PAC todavía gente que son propietarios desde la Edad Media. Como rechinamientos de aquella Transición estaban los asesinos de la ETA y también Andalucía, que en los años 70 daba mucha batalla al gobierno central. El campesinado, las Comisiones Obreras, daban mucho que pensar a las élites de Madrid, era un chino en el zapato, y había que sacarlo”.

“Hacía falta una casta política que lo hiciera, y fue el PSOE”, subraya Arenas. “Se intentó con Clavero, la UCD se vino abajo, el PP era lo mismos de siempre, hasta que el PSOE empezó redactando un Estatuto de Autonomía que hoy parece impensable por lo izquierdista, que absorbió al electorado de izquierdas y andalucista, para ir dejando en la cuneta todos esos valores e ir adaptándose a los dictados de los Solchagas y los González desde Madrid. Ya no se habló tanto de dependencia y atraso andaluz, como de modernización. Y de aquellos planteamientos tenemos una Andalucía que ha crecido económicamente y ha engordado a la clase media, a una mesocracia casi analfabeta que tiene el mismo desprecio por la gente que antes tenían los Valera y los Fernán Caballero, la burguesía del XIX que le contaba aquellos rollos a los viajeros que venían de fuera. Así estamos en las mismas, o peor”.

Fe en la izquierda

Cuando se le pregunta si se puede esperar algo de la izquierda andaluza, tira de ironía. “¿Quizá más divisiones?”, pero añade al instante: “Siempre hay que esperar algo, pero de la gente que conozca el presente. Y no conoces el presente si no conoces el pasado, sin saber por qué estamos aquí, de dónde venimos, cuál ha sido nuestra trayectoria. No se puede improvisar, menos si se cree que la mejora va a venir de una especie de encantamiento místico sin apoyatura en la realidad. Hay que esperar que la gente sepa, y que no sean tan particularistas que se maten por unas migajas. Pero si no tenemos fe en esa gente, no sé en quién puñetas vamos a tener fe”.

La conversación concluye hablando de la protección del patrimonio cultural, ese con el que los políticos suelen darse tantos golpes de pecho, pero pocos defienden con valentía. “Hay un arte popular que viene de abajo a arriba, y está desatendido. Lo dice alguien que tiene una hija bailaora. Otra cosa son aquellos símbolos que generan jerarquías, como el Rocío, la Semana Santa, la Feria, que están perfectamente diseñadas, construidos, simbolizados y perpetuados para generar esta sociedad tan desigual y darwinista que tenemos. Eso va a perdurar siempre, creando relaciones clientelares, caritativas, tramposas, que benefician al tío que lleva la vara de oro o al que se sube al caballo. Esas costumbres, que algunas izquierdas dan por buenas, para mí siempre han sido lo primero con lo que hay que acabar”.

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