“Hay que acabar con la obsesión por la identidad”
Leila Slimani no evita la polémica. Ni ante la hoja en blanco de sus novelas ni ante las grabadoras de los periodistas, ni delante de un público lector o interesado. Defiende con claridad su derecho a hablar de lo que le plazca y de abordar temas difíciles. Es de hecho, lo que hace en su última novela, 'Canción Dulce', que le valió un Goncourt, el prestigioso Cervantes francés. Slimani la presentó este jueves en una charla con Lucrecia Hevia, directora de eldiario.es Andalucía, y ante una audiencia que abarrotó la sala central de la Fundación Tres Culturas de Sevilla.
Fluyendo entre géneros como el thriller, el cuento infantil, el terror o la novela social, Slimani nos sumerge en el universo de unos padres “desbordados y ambiciosos que buscan lo mejor para sus hijos. Son una pareja que trata de contratar a una niñera, pero que en seguida descubre que algo no va bien”.
Las primeras líneas de la novela dejan claro lo ocurrido: El bebé ha muerto. Bastaron unos pocos segundos. El médico aseguró que no había sufrido. Lo tendieron en una funda gris y cerraron la cremallera sobre el cuerpo desarticulado que flotaba entre los juguetes. La niña, en cambio, seguía viva cuando llegaron los del servicio de emergencias. Se debatió como una fiera“.
Dos rasgos caracterizan la literatura de Slimani: su estilo claro y directo y su deseo de incomodar al lector. Ella lo explica así: “Soy universalista en mis valores y en mi estilo literario. La literatura griega ya hablaba del terror de perder al hijo. Es algo que existe desde siempre. Aunque contemos algo en un momento dado, el discurso literario debe ser universal. He contado un cuento muy cruel. Le doy pistas falsas al lector, me gusta molestarlo, quiero que se mantenga activo. No escribo para que lea mientras se toma un té tranquilamente. Creo que es importante sacudirnos la banalidad y reflexionar sobre realidades a las que nos hemos acomodado”.
Por esa razón, insiste en que el tema de su novela es universal. “Quería jugar con el miedo primitivo y universal, el que va más allá de las categorías sociales: el terror de perder a un hijo. Ese miedo que sentimos cuando cerramos la puerta de casa, cuando sentimos ese miedo de dejar al niño con un desconocido”, subraya.
Las relaciones de poder dentro del hogar
Con dos mujeres en el epicentro de la novela, la madre y la niñera, la escritora afincada en París, subraya que con 'Canción Dulce' ha querido “aportar una visión sociológica y emocional. He tratado de trabajar con la empatía: mirar a las personas que son invisibles a nuestros ojos. En este caso, la criada, que es mujer y pobre. Quería ocuparme de la relación de poder entre mujeres y hombres, empleadores y empleados, dentro del hogar. Son temas políticos que quería tratar en mi novela”.
De ese modo, la maternidad se convierte en la piedra angular de la novela. “Uno piensa que ser madre va a ser maravilloso y que no te vas a sentir sola. Cuando tienes un niño, te das cuenta de que eso no es verdad: podemos adorar a nuestro hijo, pero también sentirnos muy solas, asustadas y angustiadas. Venimos de una generación cuyos padres nos han dicho que podemos ser lo que queramos, pero no nos han dado un manual y a veces nos sentimos culpables de no hacer siempre bien las cosas. Para que unas mujeres trabajen, hace falta que otras trabajen para nosotras. Me he dado cuenta de lo que hay detrás de todo ese mundo laboral”. En ese sentido, compara la maternidad con una matriuska: detrás de una madre hay otras madres que cuidan de sus hijos.
En cuanto a la construcción del argumento, Leila apuesta por “dejarse llevar por los personajes. Las niñeras me parecen personajes fascinantes. Son personas que tocan todos los códigos de la burguesía: saben lo que comen, enseñan a hablar y andar a niños que no son suyos. Están ahí, pero siempre están a un lado, no forman parte de la familia”.
¿Con qué escritores se siente identificada? “Con aquellos que tienen un mensaje muy claro. Me gusta mucho la claridad, no me gusta aquello que es demasiado lírico. Me gustan mucho Camus, Chejov... He aprendido mucho del escritor ruso y me he leído las cartas en las que aleccionaba a sus discípulos. Creo que es muy importante el detalle y la creación de atmósfera. Me gustan mucho los escritores rusos que no temen la ambigüedad”.
“Hay que acabar con la obsesión por la identidad”
Antes de ser novelista, Leila ejercía como periodista en L’Express y Jeune Afrique. Quizás por eso, su obsesión por el detalle, la claridad y la atmósfera. Ella misma reconoce que su estilo bebe “del periodismo y de una cultura muy cinematográfica”, donde los temas femeninos se tratan en profundidad. La autora, de origen magrebí, pero residente en Francia desde hace 15 años, rehuye las etiquetas y considera que “hay que acabar con esa obsesión por la identidad”.
En este sentido, subraya que sus “personajes tienen una identidad muy imprecisa. Son de origen magrebí, pero eso no tiene ninguna importancia. Yo nací en Rabat, pero soy una hija de la Ilustración, mis valores son universales. Creo que es importante que, más allá de que te identifiquen como inmigrante marroquí, lo importante es buscar los valores comunes: libertad, igualdad y la necesidad de respetar a los demás”.
Criada en una familia multicultural, subraya que se ha educado en “la idea de que la identidad fluye, es dinámica, que no hay que reivindicarla constantemente, ni tirársela a los demás en la cara, rechazando así el diálogo. Mis personajes no tienen una identidad muy potente. Vivo en Francia desde hace 15 años y he descubierto esa obsesión por la identidad. En Francia, me dicen que soy musulmana y en Marruecos, al revés, que soy muy occidental. He decidido vivirlo positivamente y subrayar los valores universales”.
“La libertad se gana con los demás”
Slimani sostiene que “la literatura es subversiva. La libertad no se gana contra los demás, sino con los demás. Mi herramienta es la escritura. Me gustan los personajes ambiguos, con un lado oscuro y otro luminoso. Las personas tienen secretos y nos pueden sorprender, por eso creo que la novela está ahí para restaurar el misterio. Nos recuerda que estamos solos y que siempre habrá algo que no podremos comunicar al otro. Incluso aquel con el que vivimos desde hace veinte años, todo el mundo nos puede sorprender”.
Las ideas que lanza Slimani no resultan cómodas para los más intransigentes. ¿Tiene problemas la premio Goncourt para moverse libremente por su país? “Puedo volver a Marruecos sin problema, tengo enemigos evidentes, los islamistas no me soportan. Recibo amenazas e insultos, pero creo que hay que asumir esto, forma parte de la vida, no se puede vivir con miedo. Ellos defienden sus ideas, que me parecen retrógradas y horribles, pero yo defiendo mis ideas también. Ellos no son los únicos que tienen derecho a hablar, yo también lo hago”, explica.
Sexo y mentiras: vida sexual de Marruecos
Slimani acaba de publicar su tercer libro, en el que vuelve a sus orígenes: el periodismo. En 'Sexo y mentiras: vida sexual de Marruecos', explica la escritora, “he cogido muchos testimonios de mujeres, que me han explicado su sexualidad. Le he pedido a mujeres que han llegado a ser encarceladas que me hablen de la dificultad de ser mujer en un país como Marruecos. En Francia se ha recibido con una enorme expectación, era algo que no me esperaba. Se está vendiendo muy bien y está suscitando mucho debate. Marruecos debe ratificar su convenio sobre libertades individuales para despenalizar la homosexualidad y el aborto. Van a ser temas centrales de la vida de los marroquíes”.
En ese sentido, asegura que lo que más le ha llamado la atención es “la diferencia entre la práctica y la norma. Hay una diversidad sexual y existe la homosexualidad, como en todos sitios. El gran problema es la institucionalización de la hipocresía: que cada uno haga lo que quiera, pero a escondidas. En caso contrario, te pueden arrestar y puedes terminar en la cárcel. Esta cultura de la hipocresía no garantiza la paz social, porque genera demasiado sufrimiento en homosexuales, mujeres solteras… a los que no se les permite vivir su sexualidad libremente”.
¿El rey o el imán? ¿La religión o la política? ¿Quién es responsable de esta opresión? “Es una opresión patriarcal, en la que el cuerpo de la mujer es un objeto y su sexualidad está a merced del placer de los demás. Eso le conviene a todos: a la religión, la política, el padre de familia. Todos los intereses se conjuran contra el cuerpo de la mujer. No se trata de señalar con el dedo a un culpable, sino de comprender que todo está ligado”.