Lucía Sócam, cantar de memoria a pie de fosa
Lucía Sócam canta a la memoria con las manos manchadas de la tierra de Pico Reja. Desde que hace una década se arremangó para sacar los huesos de las “17 rosas” de Guillena, asesinadas en noviembre de 1937 por los sublevados, y ha empuñado por igual la pala que la guitarra con idéntico objetivo: que se escuche la tierra. Por eso, lleva años cantando en lugares que duelen: cementerios, fosas comunes por exhumar, homenajes a represaliados, y también en las cárceles. “Igual que un albañil tiene su gremio, nosotros somos trabajadores de la cultura, de la cultura de base donde no llega el sistema. Yo lo hago desde la canción de autor. Me gusta que los trabajos que hacemos sean útiles y sirvan, que podamos aportar algo a la sociedad”, explica, consciente de que la memoria es una herramienta de futuro.
Cuenta Sócam (abreviatura de las primeras sílabas de sus apellidos) que canta desde siempre, y que sintió el pellizco de la memoria cuando en su pueblo, Guillena (Sevilla), se creó la asociación 19 mujeres. Su primer contacto fue a ciegas: “Unos amigos me invitaron a asistir a una asamblea, y me explicaron qué hacía allí esa gente del pueblo”. Y le contaron: 19 mujeres de Guillena, esposas de izquierdistas, anarquistas u obreros huidos, fueron torturadas y vejadas después de que falangistas, soldados franquistas y guardias civiles las sacaran de sus casas en la mañana del 6 de noviembre de 1937, las raparan y luego les dieran el paseíllo. Después las trasladaron a Gerena, las asesinaron y las arrojaron a una fosa común. Una de ellas estaba embarazada. Dos se salvaron por mediación de un médico falangista.
Después de conocer esta historia, Sócam fue a los archivos y encontró sus propios apellidos. Granada Hidalgo Garzón, hermana de su bisabuela, fue una de sus asesinadas. Su abuelo fue represaliado y pasó doce años en prisión. “No entiendo cómo pude estar casi 20 años siendo una ignorante”, cuenta.
La fosa de Pico Reja
Decidió entonces colaborar en la exhumación y empezar a cantar a la memoria que brotaba de una tierra mucho tiempo callada. “Pensé que podría ser un buen recurso para explicar la memoria histórica. Era bonito, además de contarlo, cantarlo. Creo que es útil, necesario y ayuda a los mayores a abrirse, liberarse, contar, superar traumas que llevan encima. Siempre he creído en la utilidad de los proyectos, no hacer cosas por hacer”.
Desde aquella primera excavación en su pueblo ha participado en tantas exhumaciones como ha podido. Empuñando el pincel, la pala, la criba. Ahora es parte del equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi que busca en Pico Reja los restos mortales de, según se creía, 1.103 personas represaliadas en Sevilla tan solo durante el mes y medio que siguió a la captura de la ciudad.
“Hay una investigación previa que dice de forma global qué podemos encontrar, pero la experiencia dice que hasta que no habla la tierra no sabemos realmente lo que hay. Pico Reja lo está demostrando”. Apenas se ha excavado un tercio de la fosa, de 671 metros de longitud y cuatro metros de profundidad, y la cifra inicial podría quedarse corta. Los expertos creen ahora que podría contener restos de unas 2.600 víctimas: “Desgraciadamente, suele ser así; los asesinos intentan hacer desaparecer el crimen. La tarea de exterminio la hicieron bien, y la de ocultamiento también. Y cuanto más tiempo pase es peor”.
“Tenemos que ir a los cementerios a cantarle a nuestros muertos”
Entre tanto, no ha dejado de cantar. Lo ha hecho en escenarios atípicos. Nadie ha cantado tanto en cementerios o a pie de fosa. También en el entierro de Marcos Ana. “Es muy bonito cantar canciones de amor en un estadio, con miles de personas grabándote con los móviles. Pero yo no he nacido para eso, sino para cantar a lo que me rodea. Tenemos que ir a los cementerios a cantarle a nuestros muertos, porque han sido muchos años olvidados, y a las cárceles porque hay muchos allí encerrados y no podemos dejarlos tirados de la vida. Siempre que me inviten ahí me tendrán”, dice.
Parte de sus canciones están en Voz de la memoria, publicado por Atrapasueños, una cooperativa como Carambolo, con la que edita sus discos. Su capacidad de difusión es limitada pero creciente y suficiente, dice: “Creemos en el cooperativismo y lo defendemos a muerte. Sirve para demostrarnos que se puede trabajar en esto sin depender de una multinacional, obedecer a un amo o ser un paquetito prototipo de cantante. Aspiramos a ser nada más que trabajadores, y si podemos serlo de la música, mucho mejor”.
El libro-disco reúne letras y canciones, además de una larga entrevista a cargo de Joaquín Recio y varios textos de amigos como Aitana Alberti, Felipe Alcaraz, Juan José Téllez o Juan Pinilla. El repertorio incluye temas de unos discos consagrados a la memoria: Con las mismas ganas de revolución (2014), Siempre abril (con el cantaor Juan Pinilla, 2014), Otero (2016).
Después de cantar a las mujeres del 27, a los exiliados, a Blas de Otero o los versos de Víctor Casaus, Lucía Sócam defiende el valor de su música como herramienta de conocimiento y memoria. “La gente no se lee una investigación de 400 páginas ni va a una conferencia de tres horas, pero sí escucha una canción de cuatro minutos. Tenemos el arma perfecta”. La voz para cantar lo que la tierra lamenta.
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