Cómo el río regresó a Benamargosa para reclamar lo que es suyo: “Sé que estoy en terreno ganado”
Benamargosa es un pequeño pueblito con unos 1.500 habitantes en la baja Axarquía, al este de la provincia, enclavado a la orilla de un estrecho valle flanqueado por lomas hoy cubiertas de aguacates y mangos. A uno de esos cerros se agarran la mayoría de las casas, desde las que se divisa bien el río del mismo nombre. Pero hay, también, un buen puñado de edificaciones, un parque y hasta un campo de fútbol colocados en las últimas décadas en la margen izquierda y alrededor del puente que atraviesa al río. El miércoles, entre las dos y las seis de la tarde, el agua y el lodo se lo tragaron todo: puente, casas, comercios, los limoneros de la orilla y hasta la Iglesia del pueblo.
Este jueves, el sacerdote colombiano Carlos Samuel Córdoba, llegado hace apenas un par de semanas, limpiaba y secaba los bancos al sol. Unas horas antes, el miércoles a las seis de la tarde, tuvo un pálpito y pudo acercarse cuando la lluvia amainó algo. “No podíamos ni siquiera ingresar, porque el agua salía de la puerta de la Iglesia. Todos los bancos obstaculizaban la puerta principal”, relata.
El río había abierto la puerta lateral, que luego se había cerrado, convirtiendo el interior del templo en una balsa capaz de apilar los bancos junto a la puerta principal. Con el agua por las rodillas, el sacerdote dice que sacó lo más importante de la parroquia, “el Santísimo”, dice referiéndose al sagrario, y lo guardó en su casa. Hoy le da consuelo que no haya víctimas y la “solidaridad” de vecinos y vecinas que limpian el pueblo.
Mientras apila de todo en la acera y limpia lo que le queda de peluquería, María José Marín cuenta que la Iglesia marcaba históricamente el límite del pueblo. “Para arriba, las demás casas”. Hacia abajo, el río. Hasta hace 70 años. Con el tiempo, se fue construyendo junto al puente y allí se instaló la vida comercial del pueblo: un par de sucursales bancarias, la peluquería, bares, un taller, el supermercado, la panadería recién abierta… Ayer, eso se convirtió en una isla. Todo es zona inundable “con alta probabilidad” (en periodos de diez años), según se puede observar en el visor del Sistema Nacional de Cartografía de Zonas Inundables.
“El problema es que está al nivel del río, así que cuando trae más de la cuenta, con tierra y maleza, se forma un tapón y manda el agua a la plaza”, explica la mujer, que ha perdido todo el material de su negocio: sillones, mobiliario, aparatos y hasta lavadora y secadora para las toallas. “Yo sé que estoy en terreno ganado al río y por eso no me quejo. Pero por lo menos que lo mantengan dos metros más abajo”, lamenta.
Pablo Díaz lo vio desde su casa, situada justo encima del bar en el que trabaja, que ayer estaba cerrado. Han perdido congeladores, recuerdos, colchones, mercancía. “Un caos, pero es material”, resopla. Le dio tiempo a meter en el restaurante el burro y el poni de su cuñado, que es el dueño del bar, y así pudo salvarlos. “Pasaba por encima del puente. Esto era una playa. Había aviso rojo, pero nadie esperaba esto”, dice. El agua le llegó por la cintura y arrasó con el huerto. Pudo grabar un vídeo donde se ven sus dos coches flotando en contra la cochera, mientras el agua entra desde el río como si fuera aa propulsión.
Juan Manuel Moreno, presidente de la Junta de Andalucía, acudió este jueves al lugar, el más azotado por la DANA que barrió el miércoles la provincia. “Los vecinos han pasado miedo y hay quien lo ha perdido todo”, dijo, antes de llamar a “prevenir” estas catástrofes, que serán más frecuentes por el cambio climático. Por el pueblo se afanaban por retirar el lodo cuatro grupos de bomberos forestales (con tres o cuatro intgrantes cada uno), una brigada de refuerzo (diez miembros), dos autobombas y un camión nodriza del INFOCA, dirigidos por un técnico de operaciones, además de bomberos del Consorcio Provincial.
Un cauce mermado
Igual que la peluquería, el huerto y el bar, casas y comercios están en un terreno que el río reclamó de vuelta este miércoles. Aquí discurre con unos 40 metros de anchura teórica, pero su capacidad se ha ido reduciendo.
A lo ancho, porque se ha ocupado el curso natural con inmuebles, la piscina municipal, un parque y hasta un campo de fútbol, cuyo césped artificial ha quedado doblado como una toalla de playa y cuyas porterías acumulan ahora cañas como una red llena de peces. El puente se llama Puente de los Diez Ojos, pero los más cercanos a la ribera ya están casi integrados en el pueblo. “Ya no sirven. Lo han dejado a la mitad”, resume Marín, que dice que antes todo esto eran “vereda y limones”.
La capacidad del río también ha menguado a fuerza de reducir su profundidad, porque ya no se extraen áridos de su lecho, que el sedimento va elevando. Se puede observar que los ojos del puente están a medio abrir, de modo que del lecho al tablero apenas hay ya un par de metros. “¿Tú crees que esos tarajes pueden pasar por debajo?”, se pregunta Francisco Gutiérrez, mientras señala desde el mirador del que se divisa el cauce seco, ayer cargado de cañas y barro. Antes, recuerdan muchos, por el ojo cabía un camión.
En el pueblo, muchos han encontrado responsables: políticos de la administración autonómica (responsable del cauce) y municipal. También “los ecologistas”, a los que acusan de estar detrás de las restricciones al mantenimiento y desbroce del cauce. Lamentan que del lecho ya no se puede sacar ni una piedra, que antes se usaba como material de obra o sedimento de playa. Y recuerdan que hace 60 años había una gravera que sirvió para encauzar el río y rebajar sus sedimentos.
Una altura nunca vista
Este miércoles, la altura del río superó todo lo visto hasta entonces. Llegó a los 5,28 metros, pulverizando su anterior máximo histórico, los 3,28 que marcó en 2012. Entonces también se desbordó, pero no como ahora. Entonces también llovió, pero no como ahora.
“No pensaba que se fuera a desbordar… Es que lo sabía. En 2012 ya se desbordó, y una DANA es peor. Sabía que iba a llegar, pero no que iba a ser tanto”, replica Emmanuel Martín, mientras termina de limpiar su local. Como todos, recibió el mensaje Es-Alert la noche del martes. A la mañana siguiente, volvieron a ser advertidos. Y él cerró sobre la una, porque se hizo una pregunta: “¿Qué hago aquí corriendo en peligro?”.
La descomunal cantidad de lluvia caída sobre Benamargosa y, sobre todo, aguas arriba (en Comares o Riogordo) acabó desparramándose en ese recodo. Fueron 132 litros por metro cuadrado en apenas cuatro horas, suficientes para cargar el río cómo no se había visto nunca. Con esa lluvia, los dos azudes río arriba difícilmente podían contener el caudal, y la tubería que nutre al embalse de La Viñuela, de 3,5 metros de ancho, quedó convertida en una estrecha pajita.
En el pueblo, los vecinos apuntan también a la maleza. Cañas y arbustos que se acumulaban este jueves en los meandros, que se atravesaron en los ojos del puente y que, sospechan, podrían haber atorado también la conexión con La Viñuela, sin que nadie haya confirmado este extremo. El embalse, el mayor y más exhausto de una comarca sedienta tras cinco años de sequía, va camino de ganar diez hectómetros cúbicos (10.000 millones de litros) en este episodio. Ha pasado de estar al 15% de su capacidad a superar el 20%, con 33,73 hectómetros cúbicos.
Zona colonizada por los aguacates y mangos
En la ribera dominan todavía los limoneros, pero esta es una zona hoy colonizada por los aguacates y mangos, que tras beberse el agua de La Viñuela sobreviven a duras penas desde hace dos años, si pueden, a base de escasísimas lluvias, balsas particulares, aguas regeneradas (mucho más salinas, imbebibles para los aguacates) y algún que otro pozo.
El paso de la DANA es visible en el camino a Benamargosa, jalonado ahora con piedras y barro que los operarios se afanan en retirar. A pie de carretera, todavía en Triana (una pedanía de Vélez-Málaga), Francisco Guirado y Manuel Quero observan el destrozo. Lo que antes era un camino que llevaba a Almáchar y Benamocarra hoy es un amasijo de brozas y plásticos. Envuelta en cañas, la fuerza del agua ha arrastrado hasta dos casetas de hormigón. “Eso pesa más de mil kilos y las ha arrancado”. Daban servicio a doce regantes, que tendrán que reponerlas, igual que los tubos de riego que Guirado tenía en su parcela de seis hectáreas. “Para los tropicales es gloria bendita, pero al que le haya tocado esto, en vez del cupón premiado le ha salido a pagar”, dice Quero.
El hombre recuerda que hace 55 años, teniendo el 8 o 9, esto ya se inundó. “Se perdieron las pasas y se perdió todo”. Lo recuerda porque aquel día lo pasó en grande con el agua por las rodillas y despreocupado de lo que pasara. Pero había entonces un cauce y una alameda a la que no le afectaba, observa. También insiste en que había un cauce más limpio y, en Benamargosa, un puente bajo el que podía pasar un camión.
Guirado, a su lado, dice que él no vio nunca nada igual que lo del miércoles.
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