Cinco años después, la investigación por el mayor incendio de la Costa del Sol sigue en fase de instrucción y apenas se han pagado algo más de 3.000 euros a los particulares que sufrieron el incendio.
Entre el 30 y el 31 de agosto de 2012, un fuego por una presunta imprudencia acabó con la vida de un ciudadano británico de 78 años y arrasó más de 8.000 hectáreas entre Ojén, Coín, Mijas, Alhaurín el Grande, Monda y Marbella. Hoy, la cicatriz es visible porque se necesitarán años para que el bosque sane por completo, pero ni las administraciones ni la justicia han avanzado con la celeridad prometida.
La investigación judicial de qué y cómo se originó el fuego el 30 de agosto de 2012 sigue atascada. En febrero de 2016, Cadena Ser informó de que el Juzgado de Instrucción 3 de Coín, encargado de la investigación, había declarado la causa compleja, de modo que tenía otros 18 meses para finalizar la instrucción. La investigación estaba en su “trámite final”, pendiente sólo de localizar a los afectados. Año y medio después, sigue exactamente igual y el juzgado ha acordado prorrogar la declaración de “causa compleja”.
Fuentes judiciales explican que el procedimiento está atascado porque muchos de los propietarios de las viviendas arrasadas son extranjeros y localizarlos para cuantificar los daños es más difícil. Puede intuirse otro motivo: por el juzgado que tramita la causa han pasado al menos tres jueces en estos cinco años. Los juzgados de pequeños municipios tienen más rotación y esto provoca que los nuevos titulares tengan que ponerse al día con los procedimientos. La jueza que dirige actualmente el juzgado es sustituta y la plaza está pendiente de adjudicación.
Al margen de la investigación judicial, está el procedimiento para pedir ayudas públicas por los daños sufridos. La Subdelegación del Gobierno tramitó 51 expedientes: denegó 42, siete caducaron y concedió dos, ambos en Mijas. Los municipios de Ojén y Mijas también recibieron ayudas. En total, el Estado indemnizó a particulares por 3.029,12 euros. Según explica la subdelegación, el resto de solicitantes no estaban empadronados, no residían habitualmente en la casa quemada o superaban el nivel de renta, de modo que quedaban excluidos de la ayuda. Pero también aquí puede rastrearse otro motivo: muchas de las construcciones se habían levantado al margen de la legalidad.
Las ayudas se tramitaron aplicando el Decreto-ley 25/2012, de 7 de septiembre, una norma aprobada con las brasas aún vivas para “paliar los daños producidos por los incendios forestales y otras catástrofes naturales”. Pero a su vez, esa norma se remitía al Decreto 307/2005 que fija como condiciones para la ayuda pública a la reconstrucción la “destrucción total” o que los daños se produzcan en una vivienda habitual. Esto excluye a muchos de los afectados en los incendios forestales, porque no es común que tengan su residencia habitual en terreno forestal. Por eso, algunos reconstruyeron sus casas de campo con sus propias manos, como narraban Diego Tamayo y Miguel Suárez a eldiario.es/Andalucía hace ahora cuatro años. Se les reconocieron los daños, pero no las ayudas. Miguel explicaba entonces que la casa había sobrevivido a la quema, pero todo lo que había en la parcela se perdió: los olivos y los frutales, los animales y todas las herramientas y el material de construcción. Un informe calculó el daño económico en más de 70.000 euros. “Yo perdí toda mi vida allí”, lamentaba Miguel.
Carmen Conde sí vive allí, pero ni siquiera pidió ayudas. Tampoco tenía seguro. Le comentaron que era casi imposible conseguirlas, así que perdió su casa y la reconstruyó desde los cimientos. Conde es decoradora y exdirectora de Ojén TV, y había acumulado todo tipo de objetos, incluyendo una fabulosa biblioteca seleccionada del siglo XIX. Tenía desde vajillas de Limoges, a una copia del Códice Calixtino o una colección de fototipias, pasando por esculturas y pinturas de todo tipo, marqueterías del siglo XV y una silla de montar de plata traída de Puerto Rico. Se quedó sin nada, pero después de perder aquello que tanto trabajo le costó reunir, hoy dice que es más feliz: “Me vino hasta bien que se me quemaran tantas cosas que tenía. A veces hay que deshacerse de ellas”.
Ella es una de las pocas que tenía residencia habitual (y aún la tiene) en aquel monte quemado, donde estaba con sus hijas y nietos. Una llamada de una vecina, preguntando si aún no los habían desalojado, las puso en camino. De no ser por aquella llamada, cree que hubiesen muerto. Sus nietos señalaban al monte y veían “un volcán”: “Caía fuego del cielo y nos fuimos corriendo, sin coger nada, y cuando volvimos no quedaba nada”. Al día siguiente intentaron apagar con baldes sacados de la piscina los rescoldos de aquel fuego, que alcanzó probablemente los 1.400 grados. La biblioteca siguió ardiendo durante días. Tal fue la fuerza de aquellas llamas que se habían derretido los cristales.
De aquello les quedó el miedo, pero de la pérdida material Carmen parece recuperada: “Yo no quiero parecer una víctima. Me he recuperado, he podido arreglarlo para hacer una casa más pequeña, y estoy ahora más feliz que antes”.