VIVIENDA

“Los metí en casa y estoy encantada”: propietarios y agentes inmobiliarios dan valor a alquilar a personas refugiadas

Javier Ramajo

21 de noviembre de 2022 21:03 h

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Ousmanne aprovecha el final del encuentro para preguntarle a Eugenia, a quien acaba de conocer después de que relatara su satisfactoria experiencia a la hora de alquilar habitaciones a personas refugiadas. “El piso lo tengo completo”, le contesta apenada. Él procede de Mali y, tras llegar en patera a Canarias, tuvo suerte al encontrar piso en Sevilla gracias a la intermediación de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Uno de sus trabajadores sociales, Manuel, trata de ayudarle a conseguir una nueva vivienda para seguir con su proyecto de vida, en la denominada fase de inclusión. “Llevo muchos días buscando pero nadie alquila a mí y a mi amigo”, comenta en un dificultoso español. Desde planteamientos xenófobos o de extrema derecha se ha jugado con eso de “meterlos en vuestras casas si queréis ayudarlos”, como hacía Santiago Abascal con los menores extranjeros no acompañados. Salvando las distancias, CEAR apoya llevarlos directamente a casa si se tiene una vivienda para alquilar acompañada de conciencia social para que personas que quieren integrarse y gozan de protección internacional avancen en su proceso de inclusión social en España.

Alquilar un piso no es tarea fácil para el común de los mortales pero parece que lo es más para personas con protección internacional, a tenor de los testimonios de unos y otros en la sede de CEAR en Sevilla. La organización intermedia para que las personas refugiadas acceden a una vivienda gracias a las ayudas nominativas del Gobierno de España, financiadas por el programa de asilo. Lo que le ha pasado a Ousmanne es que el propietario le ha avisado que tiene que utilizar su vivienda para su madre y ahora tiene que buscar otro, pero nada le sale. “Falta infomación para combatir los miedos de gente que no cree que es seguro alquilarles a personas refugiadas”, comenta Ana Almuedo, responsable del áera de Inclusión Social de CEAR en Andalucía occidental. “Es más seguro que un particular, pero eso la gente no lo sabe”, responde Hortensia López, agente en Block Inmobiliaria que suele colaborar con CEAR para que estas personas “clientes” consigan un alojamiento como hace con cualquier otro arrendatario.

Olena, ucraniana, escucha atenta. Lleva seis en meses en España, donde llegó con su hija y dos nietos huyendo de la guerra. Después de un paso por Málaga y otro por un hostal de Dos Hermanas (Sevilla), contactó con CEAR para alquilar una vivienda en la capital. Le ayudó Irina, mediadora rusa con una larga experiencia en la organización, que se ha visto incrementada en el último año para hacer de intérprete a refugiadas como Olena. “Todos los propietarios con los que contactaba eran muy amables, pero al final no me alquilaban porque no tenía trabajo. Tener una casa es muy necesario para poder escolarizar a mis nietos, darles una estabilidad, etc”, explica Olena en un excelente español prueba de su avance en las clases que le facilita CEAR. “La ola de solidaridad tras el comienzo de la guerra de Ucrania se desinfló”, comenta Ana.

“Falta información”

“Yo creo que falta información. Ese es el problema de las dificultades para alquilar”, incide Olena. “Lo que desconocer el arrendador es que una nómina tampoco asegura el pago”, apunta Hortensia, sabedora de la garantía que supone que la administración esté tras el alquiler, aunque las ayudas sean nominativas y sean los propios refugiados los que abonen directamente el alquiler. “También te puede suceder que te echen de tu trabajo”, añade Olena. En esta fase de inclusión, CEAR acompaña a las personas refugiadas para que, principalmente con apoyo, sean ellas las que busquen la vivienda por ellos mismos a fin de tener mayor autonomía, tramitar el pago y aprender definitivamente a desenvolverse en un país distinto al suyo. Es parte del itinerario de integración, explican sus responsables.

Irina, la mediadora, lamenta que durante las dos últimas semanas “un 90%” de los propietarios con los que ha contactado han declinado la opción de alquilar su vivienda a personas refugiadas, por desconfianza, rechazo o, simplemente, por “ignorancia”. No quieren ni enseñarlos a veces. “La gente, tal y como está la cosa, tiene miedo”, insiste Hortensia, que indica que apenas se ha encontrado con morosidad en el pago por parte de los arrendadores en líneas generales y sin tener constancia de que haya ocurrido algo así con personas refugiadas.

Eugenia, la propietaria, confiesa que desconocía la existencia de CEAR hasta que un joven de Mali la llamó en abril por su anuncio en el que alquilaba su piso por habitaciones. “Mi idea era alquilarlo a estudiantes, pero se presentó esta oportunidad y les enseñé el piso”. Su 'tutor' la llamó entonces para explicarle los trámites y “no vimos ningún problema”. “Todo muy bien. Yo estoy encantada. Son muy respetuosos. Son jóvenes, como mis hijos”. Ella está encantada con sus inquilinos, a los que cobra lo que ya tenía estipulado cobrar, denunciando en ese sentido los “intentos de lucro” de otros propietarios.

Las personas refugiadas que buscan vivienda proceden de centros de acogida y comienzan una vida independiente. El abono del alquiler como inquilino es condición sine qua non para que CEAR pueda apoyar a la persona refugiada con otro tipo de prestaciones para el mes siguiente y para que puedan llevar a buen término su integración en la sociedad española, siendo “parte activa” de su proceso de inclusión, explica Ana Almuedo, de CEAR. La complejidad del proceso reside sobre todo en que estas personas refugiadas no suelen tener redes personales de apoyo, a lo cual hay que sumar las dificultades propias del mercado inmobiliario. Por todo ello, la organización lleva a cabo campañas informativas para animar a personas que tengan una vivienda para alquilar, y también sensibilidad social para ayudar a la integración de personas protegidas internacionalmente, a arrendarla a refugiados. De hecho, este miércoles 23 de noviembre celebrarán un “CaféConVivienda donde invitan a personas propietarias e inmobiliarias a conocer la labor de CEAR en ese sentido y las experiencias de quienes han alquilado su casa a una persona refugiada, como Eugenia.

“Muchos propietarios tienen miedo. Muchos son inversores, y lo que quieren son buenas nóminas para asegurarse el cobro del alquiler, pero buenas nóminas ya casi no hay”, comenta Hortensia, la agente inmobiliaria, que explica que lo normal es que se requieran avales de los progenitores en los casos de alquiler por parte de personas jóvenes. En el caso de los refugiados, el respaldo procede de la administración estatal. Hortensia, que dice que siempre tiene en cuenta la posibilidad de contactar con CEAR como prioridad, también habla de Provivienda, una asociación que trabaja para que todas las personas disfruten del derecho a la vivienda en igualdad de condiciones. Para Olena, de Ucrania, una persona refugiada tiene “más problemas que posibilidades”. “Es muy importante ponerse en lugar del otro”, comenta segura. “Empatía”, le ayuda Irina, su traductora.

Ousmanne espera esa empatía en aquellos propietarios que le puedan alquilarle un piso o una habitación a él y a su amigo. Es un “caso de éxito” en cuanto a su integración en España, comenta el trabajador social que tiene asignado. Estuvo en una vivienda en el Polígono Sur, pero la circunstancia descrita al principio le ha obligado a buscar otro lugar. Ya lo tuvo que hacer cuando abandonó su país, Mali, y arriesgó su vida hasta las Islas Canarias. Confía en que la suerte también le acompañe esta vez y encuentre un techo desde el que seguir con su integración social en España.

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