Este año hace 30 que nuestro Tribunal Constitucional declaró por primera vez la inconstitucionalidad de una ley de extranjería y no es causal que tras esta declaración, al menos en dos ocasiones más, haya hecho lo propio con sucesivas leyes o reformas.
Nuestra legislación de extranjería está configurada, y no es nuevo, desde la perspectiva del “derecho del enemigo”, como diría Zaffaroni abordando la dialéctica entre el estado de derecho y el de policía, señalando a los extranjeros como enemigos de la sociedad, negándoles, por ende, derechos.
Es esta percepción la que ha llevado a negar derechos como el de reunión, asociación, huelga, justicia gratuita o educación, felizmente recuperados por la intervención del Tribunal Constitucional, u otros no recuperados como el derecho a la sanidad.
Uno puede pensar que esta situación solo puede afectar a los “otros”, a los extranjeros, pero sin embargo son una clara manifestación de un Estado absolutista con tintes autoritarios que pone en peligro la democracia, la libertad y el bienestar de todos. No hemos de olvidar que la calidad de extraño o enemigo se repartió con notoria arbitrariedad a lo largo de los siglos y si ahora son los extranjeros, los pobres, los marginados, mañana podemos ser cualquiera de nosotros por nuestra ideología, religión o pensamiento.
Desconfiaría mucho de un Estado que privase a personas de derechos por el simple hecho de ser extranjeros, pues poca compasión podría esperar de él si dejo de estar entre la clase dominante, aquella que hace las leyes o que tiene poder real de influencia en el legislador.
Identificar a un enemigo común y externo, une al de “dentro”, lo que hace más fácil y llevadero el ejercicio del poder, pues los ciudadanos olvidamos otros problemas generados por quienes ejercen ese poder que realmente nos afectan, tales como el desempleo, la corrupción, la pobreza energética, las pensiones, etc. Pero no es mas que una ilusión óptica, un mito de la caverna de Platón, pues como hombres encadenados consideramos como verdad las sombras de los objetos, lo que nos dejan ver, siendo la realidad más profunda y completa.
Por ello es imprescindible que como ciudadanos salgamos de esa caverna, usemos la razón crítica, aunque como a Sócrates, el llevar el conocimiento de la verdad nos pueda conducir a la “muerte”.
Cada mañana desayunamos con imágenes de personas que mueren de frío esperando un plato de comida caliente, niños que lloran ateridos de frío, náufragos que pierden la vida en el Mediterráneo, mientras quienes podían hacer algo, Europa, miran hacia otro lado.
Pensar que esa actitud en nada nos atañe es un craso error. La falta de solidaridad, empatía y absentismo de los estados está provocando apariciones de partidos de extrema derecha, políticos autoritarios que están poniendo en peligro nuestra propia existencia como Unión Europea, líderes mundiales cuya única aportación a la humanidad es levantar muros y aumento, cada vez más, de políticas de seguridad que merman progresivamente nuestra libertad.
Que nadie piense que estas legislaciones y políticas de odio al extranjero son inocuas. Si tenemos esa tentación recordemos aquel escrito de Martin Niemöller:
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Luchemos y vivamos por la libertad, como dice el escudo de mi ciudad, Málaga, seamos los primeros en el peligro de la libertad.