La nueva transición

Josu Gómez Barrutia

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Aunque pudiera resultar una obviedad decirlo, vivimos tiempos de cambio en la sociedad española y europea. De nuevo como antaño, una situación de crisis económica sumada a la incapacidad de las democracias occidentales lideradas por los partidos de gobierno para dar la respuesta a ese desafío ha generado una crisis de confianza y credibilidad de la ciudadanía hacía lo que se denomina “clase política”, crisis que ha dinamitado así los pilares de las instituciones de nuestro país, puestas todas ellas en jaque por una ciudadanía cansada y hastiada del constante enroqué político de los escaños como consecuencia de pactos de estado imposibles de entender para quienes en el día a día sufren desahucios, despidos o pérdida progresiva de derechos y libertades.

Y frente a ello, frente a esta sensación de abandono en la que ciudadanía se ha sumido en los últimos años, la identificación de los partidos mayoritarios como parte del problema no ha venido más que a disparar en el corazón del tradicional bipartidismo político de nuestro país en continua caída en las encuestas de intención política desde entonces. Máxime cuando desde otros movimientos como los nacidos al abrigo del movimiento 15-M se ha tenido la habilidad de entender y ver una apertura en el espacio político nacional, esa representada por aquellos votantes insatisfechos con los partidos existentes que demandaban un nuevo “producto político” capaz de hacer frente a los considerados “culpables de su situación” es decir a los partidos con representación en el poder institucional en mayor o menor grado, por ser responsables por acción u omisión de lo acontecido desde el inicio de la crisis.

De nada o de poco ha servido las constantes proposiciones de ley, enmiendas o campañas llevadas a cabo desde el PSOE o IU para poner de manifiesto que “todos no somos lo mismo”. La máquina ya se había echado a andar desde que el 15-M tomo las calles de nuestro país.

Lo siguiente, lo previsible, el oportunismo de quien ha raíz de la necesidad, la desesperanza y la falta de respuesta clara y contundente o al menos permeable a la sociedad han sabido lanzar su particular “yes we can” repitiendo para ello los mensajes concretos que la ciudadanía quería escuchar. Seguramente si el nuevo líder se Podemos se hubiera llamado Marcos en vez de Pablo Iglesias o si la nueva fuerza política hubiera cogido otro nombre, nada habría cambiado, la sociedad esperaba sintonizar una nueva emisora de radio que a su juicio sirviera a su propósito, transformar su realidad.

Las causas

En mi libro ¿Y ahora qué? El nuevo socialismo, publicado en el año 2011 y escrito dos años antes, ya analizaba lo que denominaba la teoría de los liderazgos reales para enmarcar un proceso en el que los partidos para tener vocación de crecimiento o mayoritaria necesitaban ser capaces de ser percibidos como herramienta de transformación social. Todo ello a través de la credibilidad ganada a través de la identificación de la ciudadanía con sus líderes, algo que se ganaba desde la coherencia y credibilidad de compartir causa y objetivos. En cambio, si esos liderazgos reales nacidos desde la ciudadanía activa eran sustituidos por liderazgos endogámicos nacidos desde la propia actividad orgánica de los partidos se corría el riesgo de ruptura entre la propia sociedad civil organizada y aquellas generaciones de votantes nuevos que alejados de los tradicionales conceptos de memoria histórica política, ya que estos buscarían llegados el momento otras formaciones políticas en donde se sintieran mayormente reflejados y la identificación entre “propuesta política”, “líderes que las lanzan” y ciudadanía fuera en sintonía.

Por todo ello, vivimos un tiempo en que la aparición de nuevos partidos políticos en la escena nacional no es más que la consecuencia a mi juicio de la equivocación permanente de quienes han dejado ese espacio vacío para ser cubierto por nuevos protagonistas que verán aumentados sus apoyos en los próximos comicios electorales a costa de otras fuerzas políticas como IU y PSOE, aún con el peligro de quienes lo están ocupando hoy lo hacen desde un populismo que en absoluto nos llevara a solucionar los problemas que hoy tienen las democracias del siglo XXI.

Hoy, el desafío de la principal fuerza política de la izquierda en nuestro país como es el PSOE es en primer lugar hacer un diagnóstico acertado de lo que esta pasado, de los cambios que hoy se están produciendo en nuestro país y que marcan una nueva transición y en segundo lugar, recuperar desde la credibilidad y la coherencia el espacio político regalado desde mayo del 2010 a otras fuerzas políticas, algo que sólo será posible desde la conexión con la ciudadanía que hoy vive la miseria de una crisis económica que ha servido para dinamitar la sociedad de bienestar. Pero este reto no es sólo del PSOE, lo es del socialismo europeo, pues la renuncia de Europa o ser Europa no ha hecho más que herir de muerte el propio modelo de convivencia que nos habíamos dado tras la segunda guerra mundial y por ello la aparición de nuevos partidos populistas de ultraderecha y ultraizquierda que en poco o nada van a servir para aclarar la situación que vivimos.

En definitiva, el PSOE tiene un reto existencial o es capaz de volver a recuperar su espacio político desde la reivindicación de su ideología socialista a través de una propuesta programática creíble para la ciudadanía de nuestro país y desde la permeabilidad a lo que existe fuera de las estructuras orgánicas partidistas o estará condenado a ir perdiendo cada vez mayor apoyo ciudadanía hasta convertirse es una fuerza más de una izquierda fragmentada que en nuestro país sólo servirá para que el PP siga gobernado.

Josu Gómez Barrutia es presidente de Progresistas de España