Cádiz es una ciudad de contrastes y un buen ejemplo de ello puede ser las alternativas que presenta al visitante a la hora de tomar algo tan cotidiano como un simple café. A escasos metros se encuentran dos comercios que son como la noche y el día, pero con un elemento en común: la calidad. Uno es humilde y cercano. El otro, con estilo y mucha clase. Un acierto seguro sea cual sea la elección del turista.
En la calle Compañía, entre la Catedral y la plaza de Las Flores, se encuentra el bar Brim, que para muchos ofrece el mejor café de Cádiz. Un establecimiento clásico, señero y alejado de los lujos y la oferta variada que tanto se estila ahora. Zapatero, a tus zapatos. Aquí la idea está muy clara: ofrecer el mejor café posible y poco más. De manera que el cliente sabe a lo que va. Nada de tostadas ni bollería. Si acaso, unas tortas para acompañar el manjar que se ha ido a buscar.
La clientela lo tiene claro. “Aquí sabemos a lo que venimos. Está el mejor café de la ciudad y a un buen precio. El secreto está en cómo lo muelen y lo prensan, algo que no se encuentra en otro sitio y que hace que esté riquísimo. Los locales que quieren ofrecer un poco de todo se equivocan porque el cliente valora la especialización y aquí son especialistas en ofrecer café”, explica un cliente a boca llena.
El tiempo pasa muy despacio en el bar Brim. Se discute sobre la suerte que ha tenido Ruiz Gallardón de encontrar trabajo tan pronto después de su dimisión. “En este país no hay vergüenza”, dice un anciano mientras saborea un café. Cualquier tema es apropiado en el templo del fruto más preciado de Colombia. En contraposición, su dueño, Antonio Díaz Orcero, no tiene un minuto de respiro para conseguir que el negocio siga adelante.
“Mi padre lo abrió en el año 56. Anteriormente había sido un bar de tapas. Después fue eliminando las tapas y se centró en el café. Ahora el 90% de las ventas es café. Se mantiene a base de eso y es bastante complicado, hay que vender mucho para vivir de esto. La clave está en cuidar el molido, ponerle mucho amor y usar leche fresca del día, que también influye en el sabor del café. Nosotros no somos partidarios de las marcas blancas, apostamos por la calidad”, proclama Antonio detrás de la barra.
Leche llegada a diario desde Conil para satisfacer a una clientela más variada de lo que podrían pensar los sibaritas que se queden sólo en la apariencia del local. “Aquí viene gente de todas las clases y podemos presumir de que nuestra fama llega al extranjero. Recibimos a muchos italianos y alemanes, que les gusta el expreso, el café concentrado. Les dicen que si van a Cádiz no se pueden perder nuestro café y eso nos llena de orgullo”, reconoce el hijo de Antonio Díaz González, que fue el impulsor de este establecimiento tan típico de la ciudad.
En el bar Brim no hay sillas, ni falta que hace. Los vasos son básicos y funcionales, pero nadie se queja. El continente es lo de menos cuando el contenido es el que es desde hace más de 50 años.
A un tiro de piedra del bar de Antonio Díaz está el lujoso Café Royalty. En las Antípodas del Brim por su fisonomía y por el concepto. Aquí hay café… y mucho más. Las comparaciones son aún más odiosas de lo habitual en este caso porque lo bueno para el visitante es poder disfrutar de ambos, de dos puntos antagónicos pero con elementos en común por extraño que parezca.
Es inevitable para quien pasea por la Plaza Candelaria que la vista no se le vaya hacia la imponente fachada del Royalty, rara avis en la ciudad. “En Cádiz gusta mucha una tertulia y un café”, dice un viandante que se asoma con timidez ante la lujosa faz de este comercio. El Royalty debe combatir con eso, con el sambenito de ser caro, de estar por encima de la media en una ciudad como Cádiz. En eso trabaja, en ofrecer un servicio de calidad para satisfacer a las clases más pudientes, pero también a los que cuentan cada céntimo el veintitantos de cada mes.
Un punto en común con el Brim es que se trata de un establecimiento con historia. Técnicamente lleva abierto desde 2012, pero acumula un siglo de cafés, de tertulias y de glamour a sus espaldas. Una apuesta arriesgada en los tiempos que corren. Las obras comenzaron en 2009 y abrió en 2012. La familia De la Serna, concretamente Cayetano de la Serna, que es el propietario, se encontró con este establecimiento prácticamente por casualidad. Es de Sevilla, pero es una enamorado de Cádiz y le comentaron que había un local en la plaza de Calendaria que tenía una decoración bastante original. Cuando lo vio se enamoró del espacio, lo compró y empezó un proceso un restauración muy especial.
A base de escarbar fue descubriendo que el Royalty existió a principios del siglo XIX y por eso ahora se ha retomado la línea cuidada y exclusiva de entonces. Era un punto de encuentro para la sociedad de 1912, fecha de su inauguración. Entonces Cádiz respiraba un aire burgués algo decadente, pero aún existía un tejido comercial de cierta importancia. Además, había un movimiento intelectual que necesitaba de lugares estratégicos. Dice la leyenda que fue en el Royalty donde Manuel de Falla ofreció su primer concierto en privado. Sea o no verdad, cada viernes y sábado se tocan piezas del maestro.
¿Es todo esto compatible con el Cádiz actual? En Royalty creen que sí. Su responsable de comunicación, Jesús Cañas, matiza que “es un establecmiento que apuesta por la calidad, pero no está cerrado a nadie y por eso hay una zona de cafetería y tapas, donde suele haber más gente de Cádiz, familias, señoras mayores y muchos Erasmus para tapear. En la zona de restaurante hay menos gente de Cádiz y sí mucho extranjero. Los gaditanos saben que se puede tapear y desayunar a un precio razonable y también darse un homenaje en el restaurante”.
Allí se puede degustar el atún rojo de almadraba, la carne de retinto y el pescado fresco de la bahía. Puede sonar a muy caro, pero Cañas responde que “no se puede cobrar como en otros sitios porque estás pagando un sitio, un servicio. No hay nada caro o barato, se paga en función de lo que quieras pagar por un servicio prestado”.
Se cuida el más mínimo detalle con una decoración neobarroca que acompaña sin abrumar. El establecimiento cerró en los años de la República y después ha sido enfermería, almacén y bazar. Ahora ha vuelto a recuperar su esplendor y cuenta con elementos que no pasan inadvertidos para el visitante. Los tiradores de la puerta principal proceden de un hotel de Inglaterra, los cristales al ácido de la entrada, de una cervería de Viena. La vitrina de los dulces cruzó el charco desde Buenos Aires y una preciosa caja registradora traída de Nueva York adorna la zona central.
El yin y el yang a muy pocos pasos. “No es incompatible desayunar en el Brim y tapear algo en el Royalty. En Cádiz todo puede pasar”, afirma una gaditana . Pues eso.