El primer museo expresionista de España está en El Molinillo, un barrio de Málaga al que apenas asoman los turistas y en el que la vida aún se hace en torno a un mercado viejo. Para explicar por qué se instaló aquí el museo que lleva su nombre, Jorge Rando resalta que quería un “barrio…barrio, porque es donde está la vida”. “Y de eso queda poco en Málaga, porque todo lo han convertido en tabernas o está degradado”, explica. Así que hace año y medio colocó algunas de sus obras en una parte de un convento recién reformado y empezó a dar forma a una idea: el Museum Jorge Rando sería un espacio participativo en el que lo mismo se proyectan y comentan películas de impronta expresionista que se organizan charlas con reporteros de guerra.
“Un museo hoy día no tiene legitimidad por sí mismo. Se la da la sociedad”, explica Rando. Ha etiquetado un concepto, la “sala de estar del arte”. Algo así como que la gente sienta que “viene a su casa”, y que allí tenga cabida casi cualquier manifestación artística. “El museo como templo ha quedado muy atrás. Esto se tiene que construir entre todos”, explica la directora, Vanesa Díez, que defiende el museo como una especie de centro ciudadano: a la puerta, un par de mujeres del barrio la saludan. Hay carteles de la próxima exposición sobre Ernst Barlach colgados de algunos balcones particulares y Díez relata que celebraron el primer aniversario con champán, pero no lo sirvieron en una sala de recepciones: “Nos fuimos comercio por comercio y al mercado”.
El ayuntamiento ha apostado por vincular la cultura al turismo, concentrando las inversiones en marcas potentes (Pompidou, Museo Ruso, SoHo) sin conexión con el tejido social. Sin embargo, durante los últimos meses algo se mueve en El Molinillo. Esta zona, apenas a unos pasos al norte del centro histórico, vio cerrar muchos comercios y durante los últimos años perdió vida y atención. Al Museum (por la palabra latina) Jorge Rando se ha añadido hace poco la nueva sede del Espacio Cienfuegos, un colectivo de jóvenes creadores locales, hace ya años que funciona un Museo del Vidrio, y se prevén nuevas inauguraciones.
Y pese a todo, el centro de la vida del barrio es el Mercado de Salamanca, un mercado que sigue siendo un lugar donde hacer la compra. Cada sábado por la mañana el museo organiza conciertos de puertas literalmente abiertas en la iglesia aledaña. En la calle se oye música clásica y en la iglesia, la calle. Rando lo justifica así: “Queremos que se escuchen los coches, que se escuche la vida. Y que el de fuera vea que allí hay una orquesta, entre con su compra y si quiere a los diez minutos se vaya”.
Puertas del museo adentro, aspiran a que el visitante no sea un mero espectador pasivo. Hay obras del propio Jorge Rando, recientemente incluido por el Museo de Salzburgo en su “mapa del expresionismo”, agrupadas en cuatro temáticas. Las visitas siempre son guiadas. Pero hay mucho más que pintura. “El museo del siglo XX era un contenedor, un almacén de cuadros con unos catálogos. Se hacía una exposición y bebían champaña”, dice el artista.
Talleres, cinefórum y coloquios sobre robótica: todo cabe en un museo
El museo del siglo XXI no es eso: cabe casi cualquier cosa que establezca el vínculo entre la manifestación artística y la sociedad. El ciclo de cine explora la influencia del expresionismo, desde El Gabinete del Doctor Caligari a Pesadilla Antes de Navidad, y cada proyección se cierra con un cinefórum. Aquí, señores y señoras de cierta edad, muchos del barrio, discuten con moderación acerca del sentido de los microrrelatos de Bertolt Brecht.
Hay también talleres infantiles en los que niños refugiados comparten pincel con niños del colegio del barrio, La Goleta, o se organizan actividades con CEAR, Accem o Cruz Roja. En este museo expresionista lo mismo se celebra un encuentro con periodistas de guerra (Marc Marginedas, Manu Brabo o Ramón Lobo) que un coloquio sobre las próximas elecciones generales. En ese coloquio no se trata de oír, ver y callar cuando hablan los expertos, sino de participar. “Y tenemos que cortar porque nos llega la hora”. Ha habido encuentros sobre robótica, refugiados o personas sin hogar.
Todo es gratuito. Hay un taller abierto a creadores, a los que se proporciona caballete, pinturas y lienzos si los necesita. El museo no recibe ninguna subvención (“No queremos nada que nos pueda cortar nuestra libertad ni un ápice”,dicen) y se nutre de las aportaciones de la Fundación Jorge Rando, integrada por varios mecenas alemanes. El ayuntamiento contribuyó a la rehabilitación del edificio, un espacio lleno de luz propiedad de las monjas mercedarias. Rando reclama una Ley de Mecenazgo que facilite la supervivencia de experiencias como ésta.
“Si aquí se forma este fuego no va a ser por nosotros, va a ser por el vecino de al lado, por el del mercado que ha puesto un cartel y dice esto que no lo toquen… ellos hacen el museo suyo”, explica el pintor. En la biblioteca, Nino, escritor, y Antonio Hernández, escultor, preparan una colaboración con la que el primero pondrá palabras a las obras del segundo.
Dice el artista sobre El Molinillo. “Que vengan artistas a pintar, que haya espacios para música en vivo. Dejarse de Montmartre, de Soho y de chalaúras, tened vosotros vuestra identidad”. Algo así como que el arte está en el barrio.