En la casa del Inca Garcilaso de la Vega en el centro de Montilla
El 23 de abril se celebra el Día del Libro porque en esa fecha de 1616 fallecieron William Shakespeare, Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega. Este último, casi un desconocido para el gran público, está considerado el primer intelectual mestizo de la historia y “uno de los mejores prosistas del Siglo de Oro”, en palabras del Premio Nobel Mario Vargas Llosa. Treinta de sus 77 años de vida los pasó en el número 3 de la calle Capitán Alonso de Montilla (Córdoba), en una casa que hoy se conserva a la perfección y que se puede visitar gracias a una reforma acometida en los años noventa del siglo XX.
Para conocer y entender la figura del Inca Garcilaso de la Vega lo primero que hay que hacer es evitar confundirlo con Garcilaso de la Vega, poeta y militar toledano (1501-1536). Después hay que remontarse a sus particulares orígenes. Nació con el nombre de Gómez Suárez de Figueroa el 12 de abril de 1539 en Cusco (el actual Cuzco de Perú), capital del imperio Inca. Su padre fue el conquistador extremeño Sebastián Garcilaso de la Vega y su madre la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo, sobrina de Huayna Cápac, emperador bajo cuyo reinado el imperio Inca alcanzó su máxima extensión.
Vivió en Perú hasta la muerte de su padre. Entonces se decidió a cruzar el Atlántico hasta llegar a Montilla, donde su tío, el capitán Don Alonso de Vargas, lo acogió en su casa en el verano de 1561. Se aclimató bien al pequeño pueblo cordobés y allí vivió y trabajó durante tres décadas. Un período tremendamente fértil en lo intelectual y durante el que llegó a coincidir con San Juan de Ávila, Miguel de Cervantes y otros intelectuales y escritores de la época. Todo gracias al interés de su tío porque se mezclase con los ambientes cultos de la sociedad de la época.
El Inca Garcilaso de la Vega escribió en Montilla algunas de sus obras clave como Comentarios Reales —en la que muestra la cultura, vida y costumbres incaicas previas a la dominación hispánica—, La Florida del Inca, Historia General del Perú, o la traducción de Diálogos de Amor, de León Hebreo.
Una prueba de su carácter reivindicativo es su propia firma. “En un primer momento rubrica como Garcilaso de la Vega, pero más tarde añade ‘Inca’, pero no con el significado de ‘procedente de los países andinos’, sino por el significado de ‘Príncipe’, como acto de reivindicación y rebeldía”, según explican desde la Casa del Inca Garcilaso. Un mestizo de alta cuna que empleó todo su potencial intelectual en reclamar valor de la mezcla, una idea muy actual que él abanderó en el lejano siglo XVI.
Desde el Ayuntamiento de Montilla, famosa por sus bodegas y sus vinos, se muestran orgullosos de atesorar esta vivienda, “que busca ir más allá de la recreación del ambiente propio de una casa señorial del siglo XVI, para ser el símbolo de una reivindicación de mestizaje”. Esto se aprecia en la convivencia de elementos decorativos de Latinoamérica y de España, muy presente en rincones tan significativos como la biblioteca.
Recorriendo sus estancias es fácil adivinar el ambiente de sosiego y creación que se respiraba en sus frescos patios y en el despacho, presidido por su retrato, obra de Francisco Gómez Gamarra, y por dos banderas: la española y la peruana.
“Perito en letras, valiente en armas”
“Perito en letras, valiente en armas”Tras tres décadas en Montilla, en 1591 decidió trasladarse a Córdoba, donde residió hasta su fallecimiento, el 23 de abril de 1616. Después de su marcha, la casa vivió una etapa que podría definirse como ‘de incógnito’. Así, vivieron en ella generaciones y generaciones de montillanos sin que se la relacionara con la residencia del Inca.
Esto cambió en 1950, cuando el historiador peruano Raúl Porras Barrenechea, con la colaboración del escritor montillano José Cobos, la identificó como la casa del Inca Garcilaso de la Vega. Francisco de Alvear, Conde la Cortina, la adquirió en 1957 y posteriormente la donó al pueblo de Montilla.
La peregrinación por ‘los lugares del Inca Garcilaso’ se puede completar con una visita su tumba, que está instalada en la Capilla de las Ánimas de la Catedral de Córdoba. En ella destaca su florido epitafio, escrito por él mismo:
«El Inca Garcilaso de la Vega, varón insigne, digno de perpetua memoria, ilustre de sangre, perito en letras, valiente en armas, hijo de Garcilaso de la Vega de las casas ducales de Feria e Infantado, y de Isabel Palla, sobrina de Huayna Cápac, último Emperador de Indias. Comentó La Florida, tradujo a León Hebreo y compuso los Comentarios Reales. Vivió en Córdoba con mucha religión, murió ejemplar; dotó esta capilla, enterróse en ella; vinculó sus bienes al sufragio de las ánimas del Purgatorio».
Parte de las cenizas del escritor reposan en la Catedral de Cuzco desde 1978. Un gesto que el Inca habría agradecido a buen seguro como símbolo de la unión de las dos culturas, su gran ambición como intelectual y escritor.