Andalucía va a ser el escenario de dos campañas electorales, dos batallas claves para el futuro del PSOE y de Pedro Sánchez: en la primera, que ha arrancado esta medianoche en Dos Hermanas con el inicio de la campaña para las generales del 28 de abril, los socialistas pelean contra sus adversarios políticos, los de fuera, los que militan en otros partidos y le disputan a Sánchez la Presidencia del Gobierno; en la segunda, los socialistas de Ferraz pelearán contra los socialistas de Susana Díaz por el control de la federación andaluza, la más numerosa y musculada, la que hasta hace poco ponía y quitaba al secretario general del PSOE, movilizando a sus 45.000 militantes.
Lo que más simboliza esta doble batalla es el lugar elegido para iniciar la campaña electoral: en la provincia de Sevilla, la cuna de Felipe González y Alfonso Guerra, donde más afiliados tiene el PSOE, donde jamás ha perdido unas elecciones generales, donde está la capital más grande que gobiernan los socialistas, donde tiene su puesto de mando Susana Díaz. Pero el enclave exacto de la pegada de carteles no está en la capital, sino 17 kilómetros más al sur, en Dos Hermanas, “el corazón del socialismo”, el municipio más poblado que dirige el PSOE, donde gobierna desde 1983 el mismo alcalde -Francisco Toscano-, el que ha ejercido como contrapoder y voz crítica a la ejecutiva del PSOE andaluz, y el que patrocinó el “resurgir” de Sánchez y su presentación a las primarias contra Susana Díaz en enero de 2017.
Todo el mundo conoce la historia, pero el anfitrión la volvió a contar ante los 2.000 presentes, regodeándose en los detalles de la “gesta” y de cómo le convencieron para volver a postularse como secretario general del PSOE. “Pedro no tuvo más remedio que decir que sí, que tenía que liderar este proyecto”. Los protagonistas del cuento escuchaban juntos en primera fila, con una sonrisa etrusca. Para rematar la historia, Toscano presentó a una tercera protagonista, la ministra de Hacienda y número uno al Congreso por Sevilla, María Jesús Montero: “Has sido consejera, hoy eres ministra, y mañana serás lo que quieras ser”. Montero es el nombre que promociona Ferraz para sustituir a Díaz al frente del PSOE andaluz, pero esa historia aún está por escribir.
Esta segunda trifulca entre sanchistas y susanistas está ya ahí, hibernando, tras las sonrisas forzadas de dos dirigentes que no se soportan, pero que en las últimas semanas han compartido una decena de mítines juntos por toda Andalucía. Más que en las campañas de las dos últimas elecciones generales (2015 y 2016), en las que Díaz prescindió de Sánchez porque consideraba que su presencia le restaba. En la campaña del 28A, las dos familias mal avenidas del PSOE guardan las formas en público y se han conjurado contra la desmovilización de la izquierda, que puede hacer que los socialistas ganen los comicios, pero vean formar Gobierno al “tripartito” de derechas: PP, Ciudadanos y Vox. “Nosotros estamos invitados a los mítines de Sánchez de oyentes”, bromea una dirigente de la ejecutiva del PSOE andaluz.
Los socialistas no logran salir de la guerra fría en la que llevan instalados desde antes de las primarias en las que Susana Díaz fracasó ostensiblemente en su intento de derrocar a Sánchez. La próxima batalla interna, incomprensible para todo el que respire fuera de la burbuja orgánica del PSOE (y mucho más para sus votantes fieles), se va a librar sobre el resultado electoral de los socialistas en las generales, primero, y en las municipales y europeas a partir del 26 de mayo. Por primera vez, un mismo partido político compite consigo mismo desde distintos centros de poder -Madrid frente a Sevilla- para arrogarse los votos y la victoria electoral, si la hubiera, en el territorio andaluz.
Números bajo tortura
Este será un debate posterior a la apertura de las urnas en el que, como es habitual, los partidos someterán los números a tortura para ajustarlos a su relato. Éstas son las terceras elecciones generales en las que coinciden Sánchez y Díaz, el en Ferraz, ella en San Vicente. En diciembre de 2015, el PSOE fue la fuerza más votada en Andalucía (22 diputados) y obtuvo porcentualmente más votos aquí que en el conjunto de España: un 31,5% frente al 22%. La entonces presidenta andaluza hizo de aquel resultado una victoria personal y lo usó contra Sánchez, a quien ya pretendía disputar el liderazgo del partido. Seis meses después, en las generales de junio de 2016, el PSOE dejó de ser la primera fuerza en Andalucía, perdió 300.000 votos y dos escaños (20 diputados), aunque siguió ganando en proporción al PSOE de Sánchez: un 31,2% frente al 22,6%. Esa vez, Díaz esquivó la responsabilidad de la derrota, argumentando que ella “no era la candidata”. “Yo no me presentaba, éstas no eran mis elecciones”, dijo entonces. El último CIS vuelve a colocar al PSOE como primera fuerza con 26 a 28 escaños.
En ambas citas electorales, la participación en Andalucía fue levemente inferior a la del conjunto de España. El PP, que ganó las últimas generales en esta región, históricamente es más fuerte en estos comicios que en las autonómicas. De ahí que la participación en Andalucía sea un elemento clave, no sólo para medir el poder del candidato a la presidencia del Gobierno, sino para aclarar si Sánchez moviliza a más gente que Díaz. Andalucía está entre las comunidades autónomas con más votantes potenciales del PSOE -más de seis millones de personas están llamadas a las urnas- y una mayor o menor movilización aquí puede determinar el nombre del futuro presidente del Gobierno. El riesgo para Díaz es que una victoria clara de Sánchez en Andalucía lleve aparejada la pérdida de su liderazgo al frente del PSOE andaluz, si Ferraz decide apropiarse del resultado de las urnas.
Para poder reivindicar (a posteriori) el peso del voto socialista andaluz en el cómputo del resultado de las generales, Sánchez lleva semanas protagonizando una intensa precampaña en todas las provincias de Andalucía, y su equipo ha monitorizado todos los actos públicos sin dejar que el PSOE regional y provincial metan baza. Que la campaña de las generales avance sin la participación proactiva de los socialistas andaluces ya dice mucho de la pérdida de influencia de Díaz. En el último mitin celebrado en Sevilla, el sábado pasado, Ferraz sacó a última hora del cartel de intervinientes a la secretaria provincial, Verónica Pérez, y a la número uno de la lista, la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que se quedaron sin pronunciar los discursos que habían preparado.
61 diputados y 32 senadores en juego
Andalucía es importante para la estrategia de campaña de los partidos por dos razones: porque aquí están en juego 61 de los 350 diputados del Congreso y 32 senadores de los 208 miembros electos del Senado; la segunda razón deriva del resultado electoral del 2 de diciembre, una fuente de aprendizaje político tanto para las izquierdas como para las derechas. El PSOE de Susana Díaz esperaba ganar y ganó, como vaticinaban los sondeos. La candidata apostó por una campaña de bajísima intensidad, ajena a la desmovilización de la izquierda, hasta percatarse (tarde) del auge del populismo conservador, que terminaría cristalizando con la irrupción de Vox con 12 diputados en el Parlamento. La suma de las derechas superó a la de las izquierdas por primera vez en 36 años y medio, y los socialistas perdieron el Gobierno.
“Hace falta una gran movilización. Las encuestas de estos días me recuerdan mucho a lo que pasó el 2 de diciembre”. Esa es la lección que Díaz lleva aprehendida a los mítines de Pedro Sánchez, en las que pide el voto para el presidente pero, sobre todo, para volver a ser ella presidenta de Andalucía. Dos objetivos que, a priori, se antojan irreconciliables. El candidato a la reelección aspira a lograr un porcentaje de votos en Andalucía mayor que el que logró Díaz en las autonómicas, y hará de ese resultado una lectura interna para explicar que tiene más aceptación entre votantes y militantes andaluces de los que le quedan a la líder regional. Ella, en cambio, pretende “sacarse la espinita” y esgrimir como una victoria propia que “el PSOE andaluz será el que más votos y diputados aporte en España para hacer presidente a Pedro Sánchez”.
Hoy los dos dirigentes muestran “unidad” en público, conscientes del riesgo de desmovilizar a la izquierda si saltan las costuras del PSOE. Sánchez apenas hace referencia a Díaz, y Díaz se esfuerza por no lanzarle pullas a Sánchez [aún así no pudo reprimir recordar el velódromo de Dos Hermanas, enclave talismán del PSOE cuando llenaba multitudinariamente los mítines electorales, frente al acto modesto de este jueves]. Éste es el primer acto preelectoral en el que Díaz se ha olvidado de hablar de las generales como un preámbulo largo de las futuras andaluzas en las que, dice, volverá a San Telmo. Su preocupación por ver tropezar al PSOE en la misma piedra del 2D es real: la de la desmovilización de la izquierda. “La democracia está en riesgo en estas elecciones. Aquí se decide entre Pedro o el resto. Si las derechas suman, si no vamos a votar, ellos ganan”, avisó Díaz.
En esto, al menos, coincide con el candidato incluso en el mensaje: “Existe un riesgo evidente de que sumen las derechas. Estas elecciones son un plebiscito entre el futuro o el pasado”, dijo Sánchez, apelando a los fieles del PSOE, pero también a los votantes de centro desencantados con Ciudadanos y al 40% de indecisos que pueden jugar un papel clave, tanto si van a las urnas, como si se quedan en casa. “A los que no saben qué votar, les pido que confíen en el PSOE. Es el único partido cabal que puede avanzar hacia la justicia social. Si estas tres derechas suman, la confrontación territorial está garantizada, volverá la corrupción a las instituciones y los recortes”, dijo.
Desde 1994, las generales y las andaluzas siempre habían coincidido, una rutina que rompió en 2011 el expresidente andaluz José Antonio Griñán, cuando decidió aplazar las autonómicas a 2012 para evitar que el descontento general contra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero arrastrase también al Ejecutivo regional socialista.