Africanos muertos en el jardín de Europa
No había barcos de Salvamento disponibles ni ayuda de la Guardia Civil ni auxilio de la Base de Rota. Así que aquella barca neumática con 53 personas a bordo se adentró hasta el mismo saco de la Bahía de Cádiz en una tarde infausta de octubre y zozobró a apenas 200 metros de la costa. Unos pocos llegaron a tierra, pero la mar se tragó a la mayor parte de aquellos hombres y mujeres, y durante días escupió cadáveres descompuestos a las playas de Rota y El Puerto entre familias, bañistas y paseantes. El caso de la 'patera de Rota', que cumple hoy su décimo aniversario, llevó por primera vez hasta la misma puerta de casa de los gaditanos la tragedia de la inmigración clandestina. Fue la primera vez en la que no se pudo mirar hacia otro lado.
Los dos fotógrafos
Los dos fotógrafos(I) Un guardia civil apura un cigarrillo con la vista fija en el puerto pesquero de Rota. Aguarda a que su radio emita alguna noticia sobre el naufragio de una patera con medio centenar de personas a bordo en la víspera. El mar se tragó la embarcación en la Bahía de Cádiz pero sólo ha devuelto restos de goma. Y el agente, un guardia civil “de los antiguos”, sólo espera lo inevitable. “En el Estrecho de Gibraltar los cadáveres se pierden, pero aquí estos van a aparecer todos, uno a uno. Tú escúchame: todos”. Le escucha un hombre menudo de 40 años, el fotógrafo portuense Fito Carreto, que siente un frío metálico en el interior. El recuerdo de aquella advertencia no se borrará ni diez años más tarde.
(II) Un coche fúnebre ha llegado al escenario antes que el grupo de periodistas que rastrea la noticia. Está aparcado en un paraje costero dentro de la Base Naval de Rota. El día es gris y sopla el mismo levante incómodo de la jornada previa, el viento que cabrea a las aguas de la Bahía. En una zona de rocas de difícil acceso, allá abajo, flotan restos de hombres o de mujeres. Restos hinchados, descoloridos, desmembrados e irreconocibles de los africanos ahogados al naufragar su patera. Fito Carreto, que un día quiso ser reportero de guerra como lo quieren ser todos los jóvenes reporteros, se encuentra en aquella cala lo más parecido a un campo de batalla que ha visto en su vida, pero “sin tiros ni balas”. La muerte. Vuelve a casa con su familia pero no come. Unas horas más tarde, borra de su cámara toda aquella serie de fotografías. Ya sólo las guardaría en su cabeza.
(III) El mar de la Bahía, como un monstruo titánico, escupe cadáveres a las playas durante días. A Las Redes, a Vistahermosa, a las playas en las que se bañan las familias de El Puerto de Santa María. Junto a Fito Carreto está Jaro Muñoz, fotógrafo de la agencia EFE y El País. Ambos iban a mostrar a la opinión pública qué había ocurrido. Jaro baja a la arena y se queda bloqueado ante aquella “macabra performance” en la que hay cuerpos blanquecinos esparcidos por el suelo, hombres de piel negra que han perdido completamente su pigmentación junto a otras personas que hacen deporte en la orilla e incluso un tipo que hace windsurf. Quizás, como Jaro, pensaron que “aquello era otra cosa”. Fito fotografía a un cadáver con los brazos extendidos que ha formado una cruz sobre la arena. Jaro dispara intentando disimular un poco el estado de aquellos cuerpos y aquellas caras que ya no existen.
(IV) “Cuando el trabajo estuvo hecho fue cuando todo aquello que vi se hizo real y desde entonces no lo olvido. Personas que buscaban una vida mejor esparcidas en una playa donde la gente corría”, escribirá Jaro.
El marinero de cubierta
El marinero de cubierta(I) La Salvamar Gadir está en varadero en labores de mantenimiento. Sólo está al sol una semana cada año y es justo ésta. En Puerto América, junto al puerto deportivo de Cádiz, el marinero de cubierta Manuel Martín Luna, de 37 años, y sus compañeros de tripulación se afanan en las reparaciones de la embarcación durante toda la jornada. Mientras pintan fondos, revisan equipos y arreglan tuberas son completamente ajenos a lo que ocurre en la torre de control de Salvamento a partir de las siete de la tarde de ese 25 de octubre. El carguero Focs Tenerife ha informado del avistamiento de una patera a unos seis kilómetros al noroeste de la Bahía. El patrón de la misma ha rechazado el ofrecimiento de auxilio y ha continuado su ruta hacia el norte como un diablo con medio centenar de personas a su cargo.
Salvamento llama a la Guardia Civil, que no dispone de barcos. Antes ha contactado con sus efectivos más cercanos: un helicóptero y otra embarcación de rescate, que están a 100 kilómetros al oeste de Tánger y tardarán en llegar. El descontrol es total durante una hora. El carguero Sagarzos, de una empresa privada, acaba haciéndose a la mar 52 minutos después de la primera señal de alarma para no encontrar nada. Se ha retrasado porque ni Autoridad Portuaria ni Capitanía Marítima se ponen de acuerdo en qué agentes de seguridad deben acompañar a los tripulantes de la Sagarzos. ¿Agentes de seguridad para una misión de salvamento?
Y mientras tanto, Manuel Martín Luna realiza labores de mantenimiento en la Gadir, la única salvamar destinada en la Bahía de Cádiz.
(II) Dos días después del naufragio del 25 de octubre de 2003, la Gadir está en el agua buscando cadáveres en una Bahía dividida en calles imaginarias de 50 o 60 metros. Se buscan objetos flotantes a ojo, no hay calor que rastrear. La salvamar despliega su red diseñada de forma específica para recoger cuerpos humanos. En ese día y en los sucesivos se hallarían 37 cadáveres flotando en el mar o en las playas de Rota y El Puerto.
(III) Manuel Martín Luna, hoy patrón de la Salvamar Suhail, todo un experto en auxiliar a pateras en alta mar, recuerda que todo el mundo desconocía la magnitud de lo que estaba pasando aquella tarde ventosa de octubre en Rota, que cada vez que aparecía un muerto el horror y la impotencia se incrementaban. “Quizás si hubiera ocurrido dos días después nosotros podríamos haber estado allí, quizás no hubiésemos podido salvar a esas personas, pero quizás sí”. Los medios de salvamento se han reforzado de forma sobresaliente, admite. Hay embarcaciones de Salvamento con base en Cádiz, en Barbate, en Tarifa y en Ceuta. Cuando una de ellas entra en varadero, sólo una semana al año, hay unidades polivalentes que se encargan de cubrir su guardia.
La vecina de El Puerto
La vecina de El Puerto(I) Hansala no existe. Es un no lugar perdido entre las montañas del Atlas Medio marroquí. Para llegar hasta allí, los portuenses Violeta Cuesta y Rafael Quirós y varios acompañantes preguntan a un contacto en la ciudad más próxima, Beni-Mellal, un tipo que les remite a un taxista que conduce durante unas horas desde la ciudad por carreteras desiertas y que se detiene al pie de una pista forestal. Hay que ascenderla caminando, ladera arriba, hasta que un anciano bereber vestido con harapos y que trabaja con un arado romano confirma, con gestos, que esa aldea es Hansala. De allí partieron hace sólo unos meses once personas, hombres, mujeres, mayores y jóvenes, hacia el norte para cruzar el Estrecho de Gibraltar y llegar a Europa. Huir de la miseria total y del abandono, saltar hacia la prosperidad a razón de 1.500 euros el pasaje clandestino, los ahorros de media vida africana. Pero aquella patera se desvió en una mala noche de levante hasta las aguas de la Bahía de Cádiz y todos los vecinos de Hansala se ahogaron a unos metros de tierra, tan solos como cuando iniciaron su periplo. Fito Carreto y Jaro Muñoz quizás fotografiaron a algunos de aquellos hombres de Hansala, blancos como bacalaos sin piel, tendidos sobre la arena.
(II) La maestra de Infantil Violeta Cuesta, madre de una hija, cree que no es suficiente con lanzar al mar algunas flores y algunas lágrimas, que es lo que se hizo en aquel homenaje improvisado en la playa de El Buzo unas semanas después del naufragio de la patera de Rota. Ha llegado hasta uno de los orígenes de todo: está en Hansala. Incluso ha conseguido conocer a los padres, esposas e hijos de aquellos desgraciados. Les pregunta qué puede hacer por ellos. No es un comunicado de prensa ni una declaración ante micrófonos. Ella está allí y les pregunta mirándoles a los ojos. Y ellos le responden que lo único que quieren es poder velar los cuerpos de sus familiares. La mayoría retornará a su tierra.
(III) Hoy, diez años después del primer viaje a Hansala, Violeta, Rafael y las más de 200 personas implicadas de alguna forma en el proyecto de Solidaridad Directa han finalizado su labor en el pueblo, que se ha convertido en un referente para el desarrollo en el norte de África. Hay un dispensario médico y una ambulancia, acequias para los regadíos, un depósito de agua, un puente y algunas carreteras transitables; en las casas hay cocinas y placas solares; también hay un sustento para cada familia, una vaca, un pequeño huerto, o una tienda. Un sustento. “Cada proyecto ha sido un compromiso personal. El que lo proponía, se encargaba de cómo financiarlo y gestionarlo, y se encargaba de implicar a la población local en sus objetivos. Buscamos la autonomía de estas gentes, no darles caridad”, relata Cuesta. En Hansala ya no hay inmigración clandestina.
El Guardia Civil
El Guardia Civil(I) El teléfono de Juan Antonio Delgado, secretario provincial de la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC), no para de sonar durante la jornada del naufragio de Rota, tanto como lo hará en las sucesivas. Compañeros del Cuerpo y de otros organismos le llaman para relatarle las condiciones del suceso y el desastre del dispositivo de seguridad puesto en marcha por la Guardia Civil y la Sociedad Estatal de Salvamento Marítimo (Sasemar). También le llaman los medios de comunicación cuando las imágenes de los muertos descompuestos en las playas, entre ellas las portadas firmadas por los fotógrafos Fito Carreto y Jaro Muñoz, empiezan a dar la vuelta al mundo. Saben que Juan Antonio Delgado no tiene miedo a represalias y ofrece información veraz sobre una institución opaca, de disciplina militar. Delgado declara públicamente que los protocolos han fallado todos, en cadena, y que la catástrofe se podía haber evitado de no ser por la precariedad de los medios disponibles. La Guardia Civil tenía sus dos embarcaciones estropeadas, por lo que no pudo atender la llamada de Salvamento Marítimo, que a su vez tenía a los tripulantes de su Salvamar Gadir, entre ellos el joven marinero Manuel Martín Luna, ocupados en labores de mantenimiento en varadero. Además, los dos únicos agentes del retén del Servicio Marítimo de la Benemérita habían recibido la orden de patrullar aquel 25 de octubre a 40 kilómetros de la mar, en la comarca de la Sierra.
(II) El Guardia Civil que denunció públicamente el desastre del dispositivo de seguridad en el caso de la patera de Rota respira tras recibir de Madrid la notificación del archivo del expediente que le había sido interpuesto por falta muy grave. Sus mandos censuraban aquellas “manifestaciones contrarias a la disciplina o aseveraciones contrarias a la verdad” que se publicaron y se emitieron en todo el país después de la tragedia, pero el informe sobre el suceso demuestra que no dijo una sola mentira. Es septiembre de 2004, ha transcurrido casi un año del suceso. “Movimientos” políticos han evitado que Juan Antonio Delgado se convierta en la única persona sancionada por este caso.
(III) El hoy portavoz nacional de la AUGC, Juan Antonio Delgado, recuerda que nunca nadie asumió ningún tipo de responsabilidad por el dispositivo fracasado en el caso de las 37 muertes de Rota hace justo diez años. Un fallo judicial de la Audiencia Provincial de Cádiz señaló meses después del suceso la imposibilidad de entrar a juzgar “materias colaterales aunque no insignificantes” sobre las “cuestionadas responsabilidades públicas o privadas” por la forma en la que se atendió aquella llamada de socorro previa al desastre. El caso se dejó pasar, sin rumbo alguno, como un cadáver a merced de la corriente.