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Breaking Bad y Los Soprano: series más cercanas al cine que a la televisión

El autor Toni de la Torre presentando su libro en La Ventana Indiscreta de Zaragoza. Foto: Juan Manzanara

Marimar Cabrera / Marimar Cabrera

Zaragoza —

Toni de la Torre pasa seis horas al día viendo series de ficción. Es su trabajo. Este veterano crítico de televisión y profesor de guión en la Universidad de Barcelona acaba de publicar 'Series de culto'  (Editorial Timunmas), una completa guía con las mejores ficciones de los últimos 20 años con la que no pretende convencer a nadie de lo que tiene o no que ver en el sillón de su casa. El autor, más allá de “sentar cátedra”, pretende que el lector se divierta y reflexione sobre la evolución de la figura del creador y de las propias series, desde las joyas ocultas de HBO, a las adictivas y breves series británicas, las desconocidas creaciones escandinavas o las grandes referencias de los últimos años: Los Soprano, Breaking Bad, True Detective o The Wire.

“A veces veo también alguna película”, reconoce el crítico entre risas. Asegura que desde que comenzó, hace diez años, es muy responsable con su trabajo y se mantiene al día con la pequeña pantalla (ya no tan pequeña). Ha visto las cien series que aparecen en el libro y muchas otras más. El texto, un ensayo sobre la importancia del autor en la ficción televisada, comenzó con la idea de incluir solamente las grandes olvidadas, Bron /Broen, The Shadow Line, Burning Bush o The Heavy Water War. Pero muy pronto incluyó aquellas que han hecho historia, como Lost, Mad Men o Juego de Tronos. Son las que utilizaría para establecer una evolución y llegar a una conclusión: el guionista principal no era reconocido como autor hace unos años. Hoy sí goza de ese prestigio y es, precisamente, el único cambio en la ficción catódica.

La figura del autor reapareció cuando las cadenas de televisión norteamericanas, ante un descenso de la audiencia, detectaron la necesidad de trabajar con nuevas fórmulas innovadoras. Esto llevó a algunos productores a confiar en el guionista principal como pieza clave de la ficción. Y, en los años 90, algunos guionistas asumieron el cargo de productores ejecutivos, ganando peso en la toma de decisiones y recuperando la autonomía que habían tenido en la prehistoria de las series. Steven Bochco fue, según el crítico, uno de los primeros en encabezar esta nueva etapa. Le siguieron otros como David Lynch y Mark Florst en Twin Peaks, Joshua Brand y John Falsey en Northern Exposure Northern Exposure(Doctor en Alaska), Chris Carter en The X-Files (Expediente X) o Aaron Sorkin en The West Wing (El Ala oeste de la Casa Blanca).

Conocidos para el gran público por las series que crearon, comenzó a cristalizar una nueva etapa donde la firma sería sinónimo de serie de éxito. “Si parte del atractivo para ir al cine a ver una película era su director, ahora el interés para ver una serie recae sobre el nombre de su guionista principal”, asegura Toni de la Torre. Los cambios industriales, derivados del interés comercial de la televisión, fueron configurando una nueva percepción de esta figura, la del guionista. Cuando a ese afán económico de las cadenas se sumó la ambición artística, algo cambió en la ficción catódica. El canal HBO se hizo fuerte y despegó. “Descubrió que creyendo en los autores, las series funcionaban, y los convirtió en el sello de su marca”, apunta el crítico. En este punto, la televisión en general predominó el lenguaje escrito por encima del visual. En el medio, la visión del guionista ya estaba por encima de la del director.

Para el autor, los dos grandes nombres que han contribuido a la consolidación de esta nueva forma de autoría son David Chase y J.J Abrams. El primero, por ser el “autor con mayúsculas” de Los Soprano, la serie que generó el primer punto de inflexión en la ficción por “su excelencia y por concebir cada plano de una forma artística, más cercana al cine que a la televisión”. Sus cifras de audiencia convencieron a HBO de que era posible unir arte y televisión. J.J Abrams, creador de Lost (Perdidos), supo ver antes que nadie la necesidad que el espectador de la era de internet tenía a la hora de participar en la ficción a través de la red. Así, se convirtió en el mago que atrapó durante seis temporadas a millones de espectadores de todo el mundo y su alcance fue global.

Cuando Toni de la Torre piensa en series de culto, no lo hace teniendo en mente a los productos audiovisuales diseñados para las minorías, si no en aquellas que despiertan un fervor y seguimiento a su alrededor. La diferencia entre las producciones de hace 50 años y las de ahora son mínimas para el crítico (y compara, como ejemplo, La Dimensión Desconocida, de los años 60, con la actual Black Mirror, ambas capaces de jugar con el misterio y perturbar al espectador). Donde sí existe diferencia es en el número de producciones con ambición artística que se realizan hoy frente a las que salían adelante hace una década. “Se han multiplicado y cada vez resulta más difícil ver todas las series que salen al mercado”, apunta.

Si ese volumen de producciones tiene cabida en las televisiones es porque estas han cambiado el chip. “Un personaje como Walter White (protagonista de Breaking Bad) en una cadena tradicional no tendría cabida”, apunta el autor. El sexo, la violencia, las drogas y otros elementos de tipo moral, como la aparición de antihéroes, valores familiares e ideológicos, aparecen en los canales por cable americanos y acaban en las pantallas españolas, de nuestros ordenadores o cadenas convencionales. “Esto era impensable hace años, pero Breaking Bad lo ha hecho posible. Es, junto a Los Soprano, ese otro punto de inflexión”. 

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