Rodrigo Cuevas: “Lo que digan los puristas del folclore me la suda bastante”
Rodrigo Cuevas (Oviedo, 1985) es un huracán sobre el escenario. Así lo demostró a su reciente paso por el Kabaret Vendetta en la Sala Oasis de Zaragoza, donde él solito se metió al público en el bolsillo con sus temas que mezclan tonadas tradicionales y electrónica, intercalados con llamamientos a la liberación sexual rural. Este sábado se ha propuesto elevar la apuesta en el Festival Periferias de Huesca, donde actuará acompañado de banda. Al otro lado del teléfono, el abanderado del etnoglamour, convertido en fenómeno viral con sus provocativos videoclips (su Prince of VerdiciuPrince of Verdiciu puso en el mapa a este rincón asturiano), también destila energía.
Te has definido como “agitador folclórico”. ¿El folclore necesitaba un poco de meneo?
Me cuesta mucho etiquetar lo que hago, y es algo que siempre te piden, así que uní estas dos palabras, que creo que juntas tienen mucho sentido, porque el folclore, como todo, necesita que lo agiten... ¡¿Qué no necesita un buen agite en esta vida?! Siempre es bienvenido. Revolver un poco el fondo, limpiar el desagüe, volver a llenar la piscina...
¿Por qué están tan denostados, entre ciertos sectores, géneros musicales como el cuplé, la copla o cantes regionales como la tonada asturiana o la jota?
El franquismo es clave en todo esto. Se apropió de la copla, que era un género anterior, aunque ahora 40 años después aún se asocie a la derecha y a la caspa, e hizo lo mismo con el folclore, que el régimen convirtió en algo casi gimnástico, de exhibición entre marcial y deportiva, más que como una forma de expresión del pueblo, que es lo que realmente es. Esto mismo le pasó a la tonada asturiana. La única gente que continuó cantando tonadas de forma natural en los bares fue la gente mayor a la que le gustaba mucho estar bebiendo. De esa manera fue cogiendo caspa; una caspa que en verdad no tiene, porque el folclore es algo fresco, en constante renovación, que habla de lo que le ocurre a la gente. Fue una época oscura que casi logró barrer el folclore popular.
Músicos de tu generación, como Maria Arnal y Marcel Bagés, también reivindican la canción popular. ¿Hay un movimiento en este sentido?
O eso, o morir. Estamos jugando la última baza para salvar ese folclore. Las últimas personas que de verdad mamaron la canción popular real son quienes nacieron antes de la dictadura, o la generación inmediatamente posterior, que lo recibió en sus casas, ya no en los bailes, porque se restringieron las fiestas e incluso se prohibieron celebraciones como el Carnaval. Esa generación es la de nuestras abuelas; los que tenemos ahora entre 30 y 40 años somos los últimos que hemos recibido ese legado de forma oral. Las señoras que conozco que cantan tienen ya todas más de 80 años, y muchas otras ya han fallecido. Quedan los archivos, pero nunca pueden transmitir la misma emoción que una persona cantando en directo: uno no puede sacarse solo una carrera leyendo, tienes que tener un referente que te enseñe.
En tus espectáculos y videoclips asocias la música tradicional al humor . Como decía Mary Poppins, ¿con un poco de azúcar esa píldora que os dan pasará mejor?
Nunca me lo había planteado así, pero sí. El folclore siempre ha tenido mucha retranca. Antes había mucho más sentido de humor; en mi pueblo lo de dar gato por liebre pasaba de verdad, era una de las bromas que se hacían. Y ya no te digo en el día de los Santos Inocentes, o por San Juan, que se robaban carros y hasta las portillas de las casas... ¡Si hicieras eso ahora te caerían denuncias por todos los lados! El humor es muy importante.
¿Se ha entendido tu propuesta? ¿Te han criticado desde los sectores puristas, como le ha pasado a Rosalía con el flamenco?
Me han caído palos, sobre todo desde cierto sector homófobo. Pero no te creas, no me junto mucho con los puristas, así que en realidad no sé lo que opinan y me la suda bastante. Si la gente se revuelve es porque algo le toca, así que será que lo estoy haciendo bien.
Más allá de lo tradicional, tu trabajo más reciente es un sencillo con versiones de dos temas de Tino Casal, Embrujada y Pánico en el Edén.EmbrujadaPánico en el Edén
Surge a raíz de un homenaje que le hicieron aquí con motivo del 25 aniversario de su muerte. Tenía a Tino Casal como muy olvidado, aunque lo había escuchado mucho de niño en mi casa. Como yo, muchísima gente, que no lo conoce más allá de bailar Eloise en alguna fiesta de petardeo. Hay que reivindicarlo como el personaje que fue, más habiendo nacido en Tudela Veguín, un pueblecito al lado de Oviedo, y habiendo paseado por el Oviedo de la época con aquellas pintas... Fue un revolucionario en el sentido musical y estético, con una gran ambición artística. Puede parecer un artista pop así sin más, pero cuando me acerqué a él para estas versiones me di cuenta de que además cantaba muy bien. ¡Eloise ni me atreví a tocarla!
En tu reciente actuación en el Kabaret Vendetta, durante las Fiestas del Pilar, hiciste un alegato a favor de la visibilidad LGTB+ en el mundo rural. ¿Aún hay mucho camino por recorrer?Kabaret Vendetta
Hay mucho que hacer todavía en cuanto a autoaceptarse, reivindicarse y empoderarse. Hay que ser la marica o la trans en el pueblo, y no pasa nada. Muchas veces nos escapamos a Madrid para ser nosotros mismos, pero eso no es ser tú mismo; te vas a un sitio donde eres anónimo y no te enfrentas a un juicio ni estás ayudando a que las mentes crezcan. Además, en el mundo rural la gente es mucho más abierta de lo que pensamos; yo nunca tuve ningún problema de homofobia en el pueblo.
¿Visibilizar la cultura LGTB+ en los pueblos es también una forma de luchar contra la despoblación?
Es cierto que a veces hay que salir de tu entorno para empoderarte un poco y volver con la actitud de que ya no te importe lo que digan de ti; salir te ayuda a ver que hay más gente como tú. Lo malo es que si nos vamos todos a Madrid o Barcelona dejamos el campo vacío, así que para luchar contra la despoblación igual lo que hay que hacer es moverse a otro pueblo en lugar de ir a la ciudad. Hay un montón de iniciativas en este sentido, como el festival Agrocuir da Ulloa que hacen en Monterroso, un pueblo muy pequeño de Lugo, donde se revindica el LGTB+ rural. Se hacen cosas, pero hay que seguir trabajando para que se vean los pueblos como un lugar como otro cualquiera para vivir.
De vuelta a tu espectáculo, tiene mucho de cabaret e incluso de revista.
Los musicales tipo El Rey León -que son todos una hoterada- se llenan de público, y luego va la gente y no conoce la zarzuela, que es nuestro musical; o la revista, que es nuestro cabaret. Hemos ido afuera a buscar referentes de libertad, y nos hemos olvidado de los modelos de aquí, que sí, tendrían su caspa, pero también su rollo cañí, más ácido... como se hacían las cosas antes de volvernos tan ligths.
Otro aspecto básico de tus actuaciones es el vestuario. ¿Te miras en el espejo de Madonna, Bowie, Lady Gaga...?
Pues me miro mucho en las señoras. Mi indumentaria es una tergiversación del traje tradicional de la mujer asturiana, con elementos del de hombre también. La falda que llevo, que va abierta por delante, en realidad es un manteo, que va abierto por detrás y tradicionalmente se llevaba bajo la falda. Yo le doy la vuelta y eso me da mucho juego. El rollo de las hombreras ya es cosa de mi diseñador, Constantino Menéndez, que está muy loco y le digo que parece Calatrava.
¿Con qué mensaje te gustaría que se quedara el público que va a verte en Periferias?
Hay que volver al campo, volver a juntarnos entre generaciones diferentes... Cuando veo a una señora en el parque que se sienta al lado de un chaval de 18 años y se ponen a hablar, me conmueve. Cuando la información no pasa por los medios de comunicación, ni por figuras de autoridad -padres, profesores...-, cuando se da esa comunicación intergeneracional, veo que hay esperanza.