El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Gracias, de nada, permiso, muy amable, que tenga buen día... ¿Les suenan? Son expresiones de amabilidad, una especie lingüística en serio peligro de extinción. Suelen llevar aparejada una mueca facial llamada sonrisa. Combinadas, tienen un alto poder para mejorar el día de la persona a la que van dirigidas y también de quien las pronuncia. No es necesario estar en su mejor momento vital, ni siquiera estar contento o que el otro individuo les caiga bien para utilizarlas. Tampoco la timidez le incapacita, pues no requiere de grandes alharacas. Simplemente, úselas.
Cuando empiece a disfrutar de sus resultados, le recomiendo armarse de valor y dar un paso más allá. Sea simpático. No se apure, no se trata de ser chistoso, tampoco de convertirse en el teléfono de la esperanza, pero si es capaz de intercambiar unas palabras, aunque sean triviales, con el personal de recepción, de limpieza, con su vecina, con ese compañero de trabajo con el que se cruza en el baño, con el dependiente de la frutería..., le aseguro que los resultados serán asombrosos. A veces inmediatos, en otros casos son como una pequeña inversión a medio o largo plazo. Serán capaces de mejorarles el día o la relación con personas con las que suele coincidir.
Sea amable y simpático, sí, pero no pelota, eso canta; tampoco falso, eso escuece. Es decir, no se pase de frenada, no imposte, hágalo desde la sinceridad. Se trata de que tome conciencia de que vivir en sociedad consiste, inevitablemente, en relacionarse con el prójimo, y que ser educado es un mínimo irrenunciable. Todo esto podría sonar a perorata, pero párense a pensar un minuto en lo que viven cada día a su alrededor y si este asunto no debería ser ya una cuestión de Estado.
De la pandemia de covid no salimos mejores, salimos más antipáticos. Es como si desde entonces la gente se comportara como cuando va en coche, ya saben, ese medio de transporte con el poder de transformar en un 'hooligan' hasta a quien menos esperas. En el autobús cedes el asiento; en el coche, incluso señal indicativa mediante, a alguno le da rabia hasta ceder el paso.
Pero ¿qué hacemos? ¿Cómo frenamos la epidemia de antipatía? ¿Rebajamos la fiscalidad en tramos? ¿Un descuento para quien es educado y amable? ¿Un porcentaje más alto para el simpático? ¿O ponemos un gravamen a los malcarados?
Me temo que nada de esto funcionaría, podría ser contraproducente. Solo queda, pues, la opción del activismo. No se rinda, coja la bandera de la simpatía y agítela. Incomode al bu con sus buenas palabras, al hosco con su sonrisa. No desespere si no encuentra la respuesta esperada al principio porque, como ya he dicho, aun así usted será el principal beneficiado. Hay pocas cosas más imperdonables en esta vida que ser un rancio. El efecto de la apatía se extiende como una mancha de aceite. Al lado de esa gente, hasta el más pizpireto se pone pocho. Acabemos con ellos. Sonrían.
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