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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

La conciliación, el elefante en medio del salón que nadie quiere ver

Ordenador, teletrabajo, portátil, teclado

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Ahora mismo miles de madres trabajadoras de este país viven en medio del caos del verano más extraño de sus vidas. Reincorporadas a sus puestos habituales de trabajo después de meses de confinamiento, en el paro porque esta crisis ha acabado con su empleo o con la perspectiva que tenían de este, cansadas porque han tenido que trabajar o teletrabajar en medio de la locura que nos ha traído la COVID-19, o disfrutando de escapadas fugaces que no saben cuándo tendrán que finalizar, todas tiene algo en común: todas tienen la mirada puesta en septiembre. ¿Por qué? Por la temida vuelta al cole.

Ahora que en Aragón estamos en medio de un rebrote que asusta bastante y con un plan educativo que genera incertidumbre a raudales, todas las madres trabajadoras sufrimos un estrés añadido al vivido durante esta crisis sanitaria, que parece salida de superproducción de Hollywood y que no podíamos imaginar ni en nuestras peores pesadillas, y es que si la suspensión de las clases en marzo trastocó nuestras vidas, lo que puede suceder en septiembre da un miedo atroz.

Y seguro que quien ahora mismo me esté leyendo pensará que es por el miedo a los contagios, por cómo se impartirán las clases, si nuestras hijas e hijos podrán llevar una vida de nueva normalidad, y no se equivoca. Es todo eso junto, sí, pero también por mucho más. Porque, no nos engañemos, los rebrotes conllevan cierres. Ya lo estamos viviendo: cierres de guarderías, ludotecas, colonias urbanas, campamentos…

¿Pero por qué da tanto miedo el cierre de colegios?

Está crisis sanitaria ha venido marcada por muchas lecciones aprendidas: necesitamos una sanidad pública de calidad, ya que es la única que salva vidas tengas lo que tengas en tu cuenta corriente; la ciencia es imprescindible para vencer al virus y salir de esta; y que un estado del bienestar fuerte nos convierte en una sociedad capaz de rescatar a los más vulnerables cuando el sistema económico se derrumba.

Pero al mismo tiempo que las lecciones aprendidas, esta pandemia ha puesto en evidencia que hay un déficit como sociedad, una asignatura pendiente y muy lejos de ser aprobada: la conciliación.

Cuando cerraron los colegios se evidenció una de nuestras grandes carencias como sociedad. Los colegios no son meros centros donde se imparte educación, los colegios son guarda niños y niñas si ambos progenitores están incorporados al mundo laboral. Cuando no están las madres ni los padres, está el colegio, y si no está (como ocurre en los veranos), están los abuelos y las abuelas, y sino ludotecas, colonias, campamentos… Y así, con madres (no nos engañemos, madres, sí, que somos en las que recae el gran peso de los cuidados) haciendo malabarismos con sus agendas, entre las clases, las extraescolares y las abuelas y abuelos, se creía solucionada la conciliación.

¿Pero qué ocurre cuando el sistema de conciliación que nos quisimos creer se cae al completo? Sin clases, ni actividades extraescolares, ni ludotecas y sin abuelas ni abuelos, al ser población de riesgo, nos vendieron que el teletrabajo era la solución.

Quien se lo crea es que nunca ha intentado teletrabajar con pequeñas y/o pequeños en casa. Menores que encima debían seguir dentro de lo posible con sus clases. La conciliación así es inexistente.

Hacer deberes, intentar que no se dejen y sigan aprendiendo, que no se peguen todo el día con una tablet en la mano o viendo la tele, que se diviertan, que coman sano y, mientras, atender un trabajo es la antítesis de la conciliación. Durante tres meses ha sido la locura.

¿Cómo trabajas en casa haciendo todo lo que un menor requiere? Pues solo hay dos maneras

Una, como fue mi caso y el de muchas, es pasando sueño, mucho pero que mucho sueño. Decidí trabajar de noche para poder atender a mi hija cada mañana, que aprendiera a leer para que no fuera retrasada el curso que viene cuando entrase en primaria y que llevara rutinas que son tan necesarias para que no se descentrase más de lo que ya estaba. Pero eso supuso la locura.

Yo con sueño y mi hija “agobiada por el coronavirus”, como no se cansa de repetir, hicieron de mi casa una casa de locos, con horarios imposibles (comer entre las 15.30 y las 16h se convirtió en lo normal), con más gritos de los debidos y con una tensión bastante insufrible. Todo esto con un padre gestor que trabajaba más de 12 horas diarias para sacar ERTE adelante y, por tanto, totalmente desaparecido de la crianza.

La otra manera es asumiendo que no puedes atender a tus hijos o hijas como necesitan (con el sentimiento de culpa que eso conlleva, parece que estemos programadas para ello). Por el tipo de teletrabajo que tenían muchas madres trabajadoras estuvieron sujetas a horarios concretos en los que trabajar y, en muchas ocasiones, coincidentes con los horarios de las clases online o encuentros virtuales con el profesorado. Por ello, sus hijas e hijos quedaron enganchados, y sin remedio, a la tecnología para entretenerlos, ya bien sea con cientos de juegos en una tablet o horas con Netflix de fondo. Y mientras los y las peques retrasados en su educación y miles de madres sintiéndose culpables.

Esto es lo que nos venden como progreso: teletrabajar es conciliar, nos dicen. Mientras, ahora mismo, miles de madres trabajadoras tememos septiembre. ¿De verdad hay que volver a vivir esta vida de locos?

Y todo, sin hablar de las que no tuvieron la “suerte” de poder teletrabajar. Sin opciones para cuidar a su hijos e hijas, se vieron obligadas a exponer a los abuelos y abuelas. En esta pandemia, muchos menores siguieron a cargo del mayor sector de población con riesgo. No quedaba otra y, de nuevo, madres con un sentimiento de culpa que dolía en el pecho. Porque no nos engañemos, las abuelas y abuelos son el único sistema real de conciliación que hay en nuestro país y si no se pudo teletrabajar tuvieron que seguir cumpliendo su misión con mucho amor aunque les fuera la vida en ello. No puede ser que un estado asuma esta realidad. Las abuelas y los abuelos no pueden ser el plan de conciliación.

Y con la culpa, el estrés, la casa de locos y menores no atendidos como deberían, se acerca septiembre, con escuelas sin planes eficientes y un coronavirus que da poca tregua. Si nos detenemos a pensarlo, nos tiemblan las rodillas y se nos acelera el pulso.

Durante tres meses se han hecho y pensado muchas cosas para mantenernos a salvo, la mayoría pensadas para no dejar a nadie atrás (y socialmente estoy orgullosa de cómo se ha enfrentado esta crisis) aunque sí han dejado atrás a una parte muy importante de la sociedad: a muchas madres, y lo que es peor, a muchas niñas y niños y a los abuelos y abuelas que tenían que seguir cuidando de ellos.

Esta crisis ha puesto en evidencia que no existe la conciliación en nuestro país. No hay un verdadero plan de cuidados y todas las instituciones se han mantenido en la cobardía de no afrontarlo.

Es un tema muy complejo, que acarrea muchos problemas, pero es imprescindible abordarlo cuanto antes. No se puede hablar de cuidados sin conciliación. Van unidos y como sociedad tenemos la tarea pendiente. Se habla de construir un estado del bienestar fuerte pero no lo será si no tiene verdaderos planes de conciliación.

Planes donde la crianza no sea penalizada, donde el gran peso de los cuidados no recaiga principalmente en las madres y donde atender a los menores sea una prioridad pero no suponga dejar de trabajar o perder oportunidades. Planes de conciliación que serán los que caminen hacia una igualdad real, no sólo entre hombres y mujeres, sino también entre clases sociales, porque la falta de conciliación no afecta igual si tienes llena o vacía la cuenta corriente.

¿Seremos capaces de meter la CONCILIACIÓN en la agenda política?¿Veremos por fin que no hay política de cuidados sino se tienen verdaderos planes de conciliación?

Mientras el debate diario, y mediático, se da sobre educación, sobre las aulas burbuja, si habrá recreos o entradas escalonadas, no se aborda el problema real. Este verano solo se habla de los parches, pero no de arreglar el verdadero pinchazo. ¿Qué haremos miles de mujeres trabajadoras si cierran aulas en los colegios y nuestras hijas e hijos tienen que estar en casa de nuevo?

El debate es enorme, pero nadie lo aborda. Es el elefante en medio del salón que nadie quiere ver, que se evita continuamente, y se pone el foco en el color de las paredes para que no pensemos en el problema real, que es que tenemos un elefante gigante en medio del salón.

Mientras, nosotras, aterrorizadas por tener que revivir lo vivido en los últimos meses. Atacadas pensando en volver hacer de profesoras mientras trabajamos, preparándonos para el sueño que volveremos a pasar, empezando a asumir que nuestras hijas e hijos volverán a estar apalancados frente a pantallas y asustadas por volver a poner en riesgo a las abuelas y abuelos.

Es un reto como sociedad. Nuestra madurez y futuro como país se medirán por ello. Conseguir la igualdad pasa por la conciliación. Enfocar bien el debate, no solo es valentía, sobre todo, es justicia.

Presionemos, pongámoslo en el centro. Por las madres trabajadoras, pero especialmente por los y las menores, porque serán los y las adultas del mañana y están completamente olvidados.

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