El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
A 1 de enero de 2019, Aragón había ganado más de diez mil habitantes en relación a la misma fecha del año anterior, según el Padrón. Una segunda entrega de datos del INE, la de los primeros seis meses del pasado año, confirmó que se mantenía la tendencia: casi cuatro mil habitantes más en ese periodo con la excepción negativa de la pérdida de 227 habitantes en la provincia de Teruel que, gracias a los inmigrantes, frenó la caída porque en el mismo periodo de 2018 se perdieron 472.
Algún economista, de los que consideran que es un error considerar al municipio como unidad de comparación en asuntos de despoblación (544 de los 731 tienen menos de 500 habitantes y 212 menos de 100), ha escrito que Aragón ha ganado hasta un 32 por ciento más de población en los últimos cien años. Pero este, el de la viabilidad/inviabilidad administrativa, no jurídica ni emocional, de muchos pequeños municipios, es otro debate. Como también el de la que la baja densidad de población pueda interpretarse como una ventaja o un recurso asociado a espacios naturales bien conservados, de gran valor científico y ambiental en tiempos de cambio climático.
Son datos, no son opiniones. Son razones, no son emociones. Un libro escrito por dos profesores de la Universidad de Zaragoza, el catedrático de Historia Económica, Vicente Pinilla, y el profesor titular, Fernando Collantes, “¿Lugares que no importan?, la despoblación de la España rural desde 1900 hasta el presente”, demuestra que en esas comunidades viven hoy día más personas de las que lo hacían hace 25 años gracias sobre todo al crecimiento espectacular del periodo 2000-2008 por la llegada de inmigrantes.
También pone de manifiesto que la despoblación es algo habitual en la historia contemporánea de los principales países europeos. Por poner un ejemplo comparativo, ha sido más larga y devastadora en Francia en el siglo XIX y en el tramo final del XX que en España donde no se aceleró hasta la segunda mitad del XX.
La conclusión es que la España despoblada, la de las comunidades rurales bajas de dinamismo económico y de oportunidades, nunca estuvo llena. En 1950, las densidades de población eran muy parecidas a las actuales en las serranías ibéricas, en muchas comarcas pirenaicas y en el conjunto del territorio aragonés. Ya existía entonces la Laponia del Sur.
Pinilla y Collantes, que llevan investigando este fenómeno desde hace veinte años, desde la fundación en Aragón del Centro de estudios de la despoblación y desarrollo de las áreas rurales (Ceddar), pionero en España, publicaron el trabajo en 2011 en el Reino Unido bajo el título “Peaceful surrender: The depopulation of rural Spain in the twentieth century” (Pacífica rendición: La despoblación de la España rural en el siglo XX).
Ahora ha sido posible editarlo y actualizarlo en España, entonces no lo fue porque no estaba en la agenda de los medios de comunicación, ni en la agenda pública y del estado, ni en las calles, gracias al apoyo económico entre otras entidades de la cátedra de Despoblación y Creatividad DPZ-Unizar, la primera específica sobre este reto que se creó en junio de 2017, pocos meses después de que la última Conferencia de Presidentes acordara elaborar una Estrategia para el reto demográfico y unos meses antes que el Gobierno de Aragón aprobara las Directrices sobre política demográfica.
'¿Lugares que no importan?' es un libro académico, riguroso, desmitificador y esperanzador, que matiza que ese aumento de pobladores se ha concentrado especialmente en el entorno de las ciudades, en las áreas rurales que son periferias residenciales y en las cabeceras de comarca, esa red de ciudades medias, con mejor accesibilidad a los grandes ejes de comunicaciones.
Cuestiona el término literario vacía, porque obviamente no lo está, y el reivindicativo vaciada, porque no ha habido ninguna mano negra, ninguna conspiración, sino un proceso natural de salida vinculado a la modernización de la economía española y a las oportunidades de las ciudades. Una rendición pacífica con algunas agresivas salvedades como, por ejemplo, las de la construcción de grandes embalses durante el franquismo, casos de Jánovas en la provincia de Huesca o de Riaño en la de León.
Mantiene que las comunidades rurales son más que sus sectores agrario y ganadero que tienen una capacidad mínima para retener pobladores. Ni la PAC, que va a sufrir recortes sensibles en los próximos años y que, en todo caso, debe revisarse para que apoye prioritariamente a los que son productivos en el campo, a los verdaderos agricultores, ni los planes de modernización ni incorporación de jóvenes agricultores, están teniendo una gran repercusión para fijar pobladores. Es necesario, proponen, diversificar las actividades económicas.
El libro de Pinilla y Collantes también matiza el diagnóstico de los casos de éxito que se citan de carrerilla como los de las Tierras Altas, Francia o los países nórdicos, sobre la base de que la clave está en la colaboración público-privada, en la necesidad de la iniciativa privada, del talento, de que las grandes empresas, dentro de la gran prioridad verde europea, pongan sus ojos en la España despoblada no solo para hacer campañas publicitarias o para arrinconar aún más la agricultura y la ganadería familiar si no para ayudar a que el mercado desconcentre la actividad económica y la población hacia las áreas rurales.
En consecuencia, el diagnóstico de Pinilla y Collantes relativiza el impacto de las políticas públicas si no van acompañadas de la iniciativa privada para concluir que no son necesarias más políticas públicas sino aplicar mejor las que ya existen con mención especial para los programas de desarrollo rural “Leader” y para la actualización y puesta en marcha de la Ley de desarrollo rural sostenible de 2007 que recogía la coordinación institucional, el reparto competencial y los planes específicos por comarcas contando con la participación ciudadana.
Una ley “nonata” por la irrupción de la crisis económica de 2008. A esa música suena el programa de gobierno firmado por el PSOE y Podemos y a que se le haya dado rango de vicepresidencia al reto demográfico.
1