El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Hace tan sólo unas semanas nos angustiábamos por la preocupante escasez de lluvias que hacían que el caudal del Ebro fuera especialmente escaso. Una angustia totalmente lógica: de que baje o no agua por él, del buen estado del Ebro, depende en buena medida la vida en este territorio que llamamos, con razón, valle del Ebro.
Y es que el Ebro es, no lo olvidemos, un río. Para más señas un río mediterráneo. Lo que quiere decir que para que lo siga siendo debe tener un período de estiaje –con muy bajos caudales- en verano y otros de fuertes caudales, incluso con riadas anuales ordinarias, en invierno-primavera.
Por lo tanto, que estuviéramos en invierno y nos encontráramos con un río Ebro con caudales paupérrimos era algo totalmente anormal y muy preocupante. Que ponía en riesgo la vida del río Ebro y por tanto, la nuestra.
Si se me apura, incluso pone más en riesgo nuestra propia pervivencia que la del río en sí. Recordemos que durante estos períodos de fuertes caudales con sus correspondientes riadas anuales ordinarias se depositan los sedimentos que conforman las tierras fértiles. Aquellas que nos dan de comer. Nuestra huerta es el fruto de siglos de riadas que han ido depositando sus sedimentos y nutrientes. No es una casualidad que nuestros campos agrícolas más ricos estén pegados al cauce del río.
En estos momentos de fuertes caudales, se recargan los acuíferos, los mismos que durante el resto del año nos permitirán mantener la fertilidad, regar los campos e incluso beber. No olvidemos que también son una parte del río esos acuíferos, que pueden estar bajo tierra, ser invisibles a nuestros ojos, pero que son río y los necesitamos.
Incluso, las riadas son el mecanismo que utiliza un río mediterráneo como el Ebro para limpiarse. Por sí solo. Cuando llegan las riadas eliminan del interior del cauce todo aquello que no debería estar dentro de él: residuos ajenos al río, escombros o materiales que hayan sido depositados desde el exterior, incluso controlan y mantienen en equilibrio para que no invadan el cauce los sotos o las algas y algunos vecinos “molestos” como la mosca negra…
De hecho, es la ausencia de estas riadas ordinarias anuales, si no las permitimos, las que originan la “suciedad” del cauce. La presencia de elementos que no deberían estar dentro de él. Y curiosamente cuando llegan las riadas extraordinarias, aquellas que son imposibles de controlar, es la ausencia de estas riadas ordinarias en años previos las que pueden originar problemas o agravarlos.
Y en esto último estamos. Hemos pasado de la preocupación por los bajos caudales, a la preocupación por un episodio de riada extraordinaria. La cara amarga de todas las cosas buenas que nos ofrece el río Ebro.
Un episodio que, por su carácter de extraordinario, es imposible de controlar. Lo que sí podemos hacer es estar prevenidos y minimizar los daños, priorizando salvaguardar los núcleos habitados.
Para ello, no hay una única solución, si no una serie de herramientas. Casi todas basadas en comprender que un río mediterráneo es un sistema complejo y que cuanto mejor entendamos su funcionamiento y convivamos con él –en vez de contra él- mejor parados saldremos de un episodio extraordinario como éste.
Entre esas herramientas, permitirle al Ebro que nos haga el trabajo. Permitirle tener riadas anuales ordinarias que sin provocar daños mantengan el cauce limpio y saludable.
Por supuesto, no invadir el cauce. En los últimos cincuenta años la anchura del cauce del Ebro se ha visto reducida a la mitad ocupada por nuevas urbanizaciones, infraestructuras o roturaciones agrícolas. Con el doble problema de estrechamiento del cauce, y por tanto de elevación de la altura del agua, y de afecciones a esas nuevas ocupaciones dentro del cauce.
Y toda una batería de pequeñas herramientas: acondicionar llanuras de inundación que permitan regular las riadas, recuperar los “brazos” de riada, restaurar las masas de sotos fluviales que hacen de auténticas “esponjas” en caso de riada reduciendo caudal y velocidad, acondicionar los cultivos más próximos al río a su ubicación…
Y por supuesto, una gestión global del río Ebro. Todo esto debe hacerse de un modo conjunto. De poco sirve que una zona sea ejemplar con su convivencia con el río, si la zona aguas arriba no lo es. La mala gestión de unos, agrava el problema de los que viven aguas abajo.
Una gestión global que nos permita esa convivencia con el Ebro, que recordemos es un río, nuestro río mediterráneo, que nos ha dado la vida.