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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Los pasos más difíciles de Raquel

Blanca Enfedaque

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Raquel está acostumbrada a avanzar. Un paso, dos… le encantan los retos. Casi siempre avanza en equipo. Desde el movimiento vecinal, apoyando las protestas sindicales o en el terreno político. Avanzar hacia un horizonte más justo. Caminar junto a los suyos, como hizo en varias de las etapas de las Marchas de la Dignidad.

Aquellas personas que participasteis lo recordaréis: la alegría de marchar junto a esos con los que coincidías en tantas y tantas movilizaciones, de sumar fuerzas y nuevos andarines por cada nueva ciudad por la que pasaba la columna, de entrar a los pueblos y que las vecinas te recibieran con sonrisas, palabras de ánimo y formar parte de un movimiento popular amplio y diverso, pero con una reivindicación común: pan, techo, trabajo y dignidad.

Caminar como símbolo pacífico de no quedarse de brazos cruzados. El movimiento contrapuesto a la quietud de la indiferencia o al inmovilismo de la sumisión. La Marcha de la Sal, que inició el movimiento anti colonialista de la India en 1930, compuesta por individuos “tan peligrosos” como Mahatma Ghandi es un buen ejemplo de ello. En aquella ocasión fueron 60.000 los detenidos por esta protesta no violenta.

España en 2014 vivía el culmen del ciclo de movilizaciones que llenaban casi a diario las calles como respuesta a los recortes al estado de bienestar y contra la crisis económica y sus causantes. El país se quebraba con casi seis millones de parados, decenas de miles de desahucios y miles de millones de recortes en gasto social.

En este contexto, las Marchas de la Dignidad fueron un ejemplo de la potencia y la capacidad transformadora de los movimientos sociales. La llegada a Madrid de las ocho columnas fue una fiesta. Ni las agujetas ni las lesiones de los que llevaban muchas jornadas gastadas en las suelas de las zapatillas restaron ánimos para unir todas las voces. Tejer por fin los retazos de red social que se habían hilado por toda la Península.

Ese día, el 22 de marzo de 2014, Raquel entró como una más, con la columna del noreste, orgullosa y tranquila, con su gente.

Pero la fiesta se vio abruptamente interrumpida. Las cargas policiales comenzaron incluso antes de que concluyera el permiso de manifestación. Un ejemplo que se me quedó grabado en la retina fue la dignidad de la Solfónica, interpretando el Canto a la Libertad con los sonidos de los disparos de pelotas de goma sonando de fondo. Las crónicas de esa tarde recogen el pánico que cundió entre muchas familias que pacíficamente asistían a esa concentración. La gente comenzó a huir. En Madrid ya había antecedentes de cargas violentas por parte de los antidisturbios comandados por Cristina Cifuentes. Y, por qué no decirlo, daban miedo. Mucho miedo.

Quizá este fue uno de los motivos por los que mucha gente, sobre todo los que no eran de Madrid, se dispersaron, desorientados.

Algo así le pasó a Raquel, como le podía haber sucedido a cualquier persona que pasara por la calle Alcalá en ese momento. Fue golpeada, inmovilizada en el suelo y metida al furgón policial sin motivo alguno.

Ese fin de semana incomunicada en unas celdas misérrimas, con un trato inhumano, es un trauma. Aunque Raquel es muy fuerte: relativiza y dice que al final se supera.

El lapso entre entonces y ahora han sido dos años de calma tensa, de silencio ensordecedor tras la acusación de la Fiscalía. De perplejidad y angustia callada. Una losa tan absurda que parecía sólo un mal sueño.

Sin embargo, desde el señalamiento de la fecha del juicio, el nudo permanente en el estómago volvió.

A Raquel todavía le quedan los pasos más difíciles que tiene por delante. Infinitamente más que su travesía más dura como alpinista, la escalada de la cresta de Costerillou al Balaitus.

Mañana viernes deberás entrar al juzgado penal número 13 de Madrid para demostrar tu más que probada inocencia. Pero es muy amarga la incertidumbre de pensar que puedes salir de ahí con hasta cuatro años de cárcel o con el estigma de los antecedentes penales.

Hoy más que nunca se llena de significado la frase “atruena la razón en marcha”, tu razón, tu verdad, tu más que patente inocencia. No nos vamos a conformar con menos que una absolución. Cualquier otra sentencia sería una gran injusticia. Un paso, dos… No estás sola. Marchamos contigo, Raquel.

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