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Salvemos Ayerly

Dicen que aquellos pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla. Si hacemos caso a esta cita, la historia arquitectónica y urbanística de Zaragoza estaría instalada en un bucle permanente, en un “déjà vu” en el que se repiten una y otra vez los desmanes urbanísticos que en aras de la modernidad se llevaron por delante algunos de los edificios más bonitos y emblemáticos de la capital maña de los siglos XIX y XX.

Esta ciudad sabe mucho de la furia destructora que durante los años 50 y 60 atacó a los constructores de cabecera de la oligarquía zaragozana. Hablamos de los años del “desarrollismo” época en la que todo valía, en la que se podía arrasar toda una manzana de casas para abrir nuevas calles, derribar palacetes con siglos de historia o quitar el tranvía a cambio de instalar más carriles para soportar la demanda que el nuevo boom automovilístico imponía. Toda la ciudad era un plano en el que los señores del ladrillo desarrollaban sus sueños más húmedos.

Para el recuerdo de muchas de nosotras quedará la lucha por salvar el chalet de la familia Valenzuela en Paseo de Sagasta. Un bonito y eclético palacete de 1919 deshabitado durante muchísimos años y conocido por muchos de los jóvenes de la época como “La Casa de la Paz”. Abandonado a su suerte, fue uno de los primeros edificios okupados de Zaragoza y durante unos pocos años sede de asociaciones y movimientos sociales que desarrollaron una intensa actividad social y lúdica en la que no faltaron talleres, conciertos y exposiciones.

Con los años otras luchas ocuparon nuestras vidas. La Expo 2008 vino a poner patas arriba una vez más a Zaragoza. Un derroche urbanístico que según nos contaban los organizadores iba a poner a nuestra ciudad en el mapa pero que acabó con un déficit millonario, además de un montón de edificios fantasmas y mejoras en nuestras riberas a cambio, eso sí, de llevarse por delante los sotos y huertas del Ebro a su paso por Zaragoza. Un desfase económico que aún lastra nuestras vidas y las del Ayuntamiento zaragozano.

Tras los fastos de la Expo 2008, Zaragoza arrastra un superávit de edificios emblemáticos pero sin destino aparente. El frente del Ebro es un decorado sin película, una sucesión de grandes y millonarios proyectos arquitectónicos de los que nadie quiere hacerse cargo por lo carísimo que resulta su mantenimiento o los miles de euros a pagar en impuestos como el IBI.

Aquello de “ponga la obra de un arquitecto emblemático en su ciudad”, que también funcionó a partir de los años 90, ha dejado en Zaragoza una colección de magníficos edificios, cerrados y sin función, que languidecen a la espera de que alguna institución se apiade de ellos y les dé vida.

Con la crisis instalada en nuestras vidas, casi nos habíamos olvidado de la voracidad de los culpables del estallido de la burbuja inmobiliaria. No había liquidez para construir y por tanto no peligraban edificios con historia como la fundición Averly, radicada en una de las manzanas más apetecibles para los constructores. Pero es precisamente la crisis la que ha obligado a los propietarios de la fundición a malvender su patrimonio y con él su legado histórico e industrial.

Una vez más nos enfrentamos a la furia de la piqueta, al inminente e imparable derribo de uno de los pocos edificios con historia de nuestra ciudad: la fundición Averly, una joya de la arqueología industrial, instalada desde 1880 en Campo Sepulcro, junto a la antigua estación de ferrocarril de El Portillo.

Averly era la fundición más antigua de Aragón y uno de los más importantes inmuebles del patrimonio histórico de la industria en España. Una factoría que durante más de 100 años se especializó en la fundición y construcción de maquinaria industrial de todo tipo, sin olvidar la vertiente artística en la que destacó por su contribución a engrandecer el paisaje urbano de Zaragoza y de otras ciudades con estatuas, fuentes y otros ornamentos artísticos como sus conocidas farolas, bancos, balaustradas y escaleras.

Un tesoro de la arqueología industrial que pervive en sus talleres, maquinaria, el fondo documental de su biblioteca, la casa de los propietarios, su jardín o la magnífica puerta de entrada a las instalaciones.

Este legado que en cualquier otra ciudad estaría protegido y catalogado al menos como Bien de Interés Cultural, será derribado para adivinen qué: una vez más construir viviendas, más de 200, en una de las manzanas más caras y más apetecibles de la ciudad.

Sorprendentemente es el Gobierno de Zaragoza en Común apoyado por asociaciones vecinales y de Defensa del Patrimonio como APUDEPA, el que con esa tozudez que caracteriza a nuestra gente, se ha empeñado en impedir ese derribo. Y más sorprendente aún es que lo haga en minoría, ya que la “leal oposición de PP-C’s-PSOE”, la misma que paraliza cualquier propuesta del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Zaragoza, se ha empeñado en alianza con la oligarquía zaragozana, en que Averly desaparezca de nuestra ciudad y de nuestra memoria colectiva.

Defendiendo el patrimonio histórico se ha quedado solo el Ayuntamiento de Zaragoza, a quien se le acaban las medidas puestas en marcha en su desigual batalla para paralizar el derribo de Averly ordenado por el Gobierno de Aragón. Y tras el último rechazo, por improcedente, del Tribunal Superior de Justicia de Aragón a la petición del Ayuntamiento de paralización de la tramitación de la licencia de derribo de los edificios no catalogados, solo quedan dos opciones: que todos los grupos en el Consistorio acordaran en un Pleno detener el derribo y catalogar como de Interés Monumental los edificios de talleres de carpintería y fundición, la nave de modelos y cobertizos, protegiendo todas las instalaciones, cosa harto improbable a la vista de cómo se alían la derecha y el centro izquierda de esta ciudad defendiendo lo indefendible. O que el gobierno de Zaragoza en Común se líe la manta a la cabeza y lleve la decisión sobre el derribo de Averly a una consulta ciudadana. No sería la primera vez que se hacen este tipo de consultas.

Y mientras se resuelve este dilema en el que evidentemente la Empresa Bridal, dueña de los terrenos tiene que defender su inversión, hay unos pequeños damnificados que esperan también una solución. En los terrenos de Averly existe desde hace muchos años una numerosa colonia de gatos. Animales que perderán su hábitat si se consuma el derribo.

Dicen que la altura de un país se mide por el respeto que sus habitantes tienen por la cultura, el patrimonio y los animales. En este caso y con el inestimable apoyo del PP-PSOE-C’s, el respeto por el patrimonio histórico e industrial que atesora la fundición no se tendrán en cuenta, prevaleciendo si no es posible la paralización de Averly, su derribo y la construcción de 200 viviendas de lujo en una Zaragoza que si de algo está más que servida es de viviendas, más de 35.000 permanecen deshabitadas a día de hoy.

Mientras los señores del ladrillo, los que nunca se fueron, han vuelto con nuevos bríos y mantienen las exigencias de nuevas construcciones, nuevos centros comerciales, nuevos desarrollos urbanísticos y nuevas expansiones de la ciudad. Vamos, que con crisis o sin ella, parece que algunos no han aprendido nada.

Dicen que aquellos pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla. Si hacemos caso a esta cita, la historia arquitectónica y urbanística de Zaragoza estaría instalada en un bucle permanente, en un “déjà vu” en el que se repiten una y otra vez los desmanes urbanísticos que en aras de la modernidad se llevaron por delante algunos de los edificios más bonitos y emblemáticos de la capital maña de los siglos XIX y XX.

Esta ciudad sabe mucho de la furia destructora que durante los años 50 y 60 atacó a los constructores de cabecera de la oligarquía zaragozana. Hablamos de los años del “desarrollismo” época en la que todo valía, en la que se podía arrasar toda una manzana de casas para abrir nuevas calles, derribar palacetes con siglos de historia o quitar el tranvía a cambio de instalar más carriles para soportar la demanda que el nuevo boom automovilístico imponía. Toda la ciudad era un plano en el que los señores del ladrillo desarrollaban sus sueños más húmedos.