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Corrían los últimos años de la década de los 60 del siglo pasado. En nuestro país triunfaba el Seat 600, un coche moderno que simbolizaba la tecnología punta, anhelado por miles de españoles y que parecía que nunca sería superado.
En esos años, se construía en el norte del país otro símbolo de tecnología punta: la central nuclear de Santa María de Garoña. Era una energía nueva, poco conocida pero que igualmente parecía que nunca sería superada por ninguna otra.
Buena prueba de ello, era que en el paraíso tecnológico por excelencia -Japón- justo en ese mismo momento se estaba construyendo entre el país nipón y Estados Unidos otra central nuclear exactamente igual en un lugar casi impronunciable para nosotros llamado Fukushima. Hasta tal punto estaban unidas estas dos “gemelas” que comenzaron a construirse a la vez -1966- e iniciaron su actividad en el mismo año: 1971.
Ahora, medio siglo después, el pensar en aquel Seat 600 como un vehículo de tecnología punta que nunca será superado nos hace aflorar una sonrisa y provoca un sentimiento de ternura. Algo del pasado.
Al pensar en el boato de la inauguración de la central de Garoña, con imágenes de un Franco en blanco y negro del NO-DO y pensar en ello como tecnología punta el sentimiento ya no es tanto de ternura. Más si cabe ahora que ya todos identificamos sin dudar ese lugar llamado Fukushima. En todo caso, como el 600, Garoña es algo del pasado...¿algo del pasado?
Esta parecía una pregunta absurda, pero el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) resulta que se la ha hecho y además la ha contestado diciendo que la vetusta central puede formar parte de nuestro presente, e incluso de nuestro futuro, desempolvando argumentos sobre esta tecnología de tiempos del 600.
De nada han servido los propios informes anteriores del CSN alertando del calamitoso estado de la central en sus últimos años (con una vida estimada por sus constructores de entre 30 y 40 años), llegando a acumular entre 1990 y 2009 hasta 136 sucesos o fallos de funcionamiento, fruto de estar al final de su vida útil y en un estado decrépito, que incluía grietas en la vasija del reactor y defectos en el sistema de refrigeración que la inutilizaban para su funcionamiento.
Ni las nuevas condiciones que a nivel internacional se han impuesto tras el accidente nuclear de Fukushima. Que no hace falta decir en su “gemela” deberían haber sido especialmente atendidos.
Ninguno de esos condicionantes han sido ejecutados por la empresa propietaria -Nuclenor: Endesa e Iberdrola-, a pesar de lo cual, en un acto sin precedentes, el CSN le ha dado permiso para su reapertura por un tiempo ilimitado.
Así pues, habrá que volver a recordar por enésima vez las consecuencias de un accidente nuclear en Garoña.
Hablar de dichas consecuencias, por desgracia, es muy sencillo. Todos recordamos el accidente de Fukushima, su gemela, y no hay más que trasladar lo allí sucedido al valle del Ebro.
El área de contaminación directa, inviable para casi cualquier actividad humana, se extendería en un radio de 30-50 kilómetros entorno a la central.
La nube radiactiva, aquella que amenazó Tokio y que finalmente el viento dominante en la zona desplazó al mar, en nuestro caso sería arrastrada por nuestro viento dominante -el cierzo- afectando a un área de entre 200 y 300 kilómetros valle del Ebro abajo. Provocando, por ejemplo, la evacuación de ciudades como Logroño o Zaragoza.
Y lo más grave. En el caso de Fukushima, que usaba el agua del mar como refrigerante, la mayor parte de la contaminación acabó en el océano Pacífico, con cierta capacidad de dilución. En el caso de Garoña el refrigerante es el agua del río Ebro y toda esa contaminación vertida al Ebro, en su cabecera, convertiría al río entero, a su cauce, a sus aguas subterráneas y a todas las tierras regadas por sus aguas, en elementos incompatibles con la vida durante generaciones. Sería el final del valle del Ebro tal y como lo conocemos.
Esta gravedad hizo a la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) proponer en su día que para que Garoña pudiera seguir funcionando era necesario que construyera una nueva torre y sistema de refrigeración... torre y sistema que no han sido construidos, a pesar de lo que el CSN ha dado el sorprendente permiso para su puesta en funcionamiento.
En realidad, tampoco es tan sorprendente. Cierto que todo lo aquí expuesto es de una gravedad absoluta... para los habitantes del valle del Ebro y de medio país. Pero con Garoña está en juego qué hacemos con el parque nuclear español, rondando en todos los casos los 40 años y en condiciones parecidas a las de Garoña. Lo que suceda con Garoña marcará qué hacemos con el resto de nucleares. Y eso puede significar dejar de ganar sus propietarias muchos millones de euros, lo que es de una gravedad absoluta... para las propietarias de dichas centrales, las grandes eléctricas.
La energía nuclear es peligrosa, no existe solución para sus casi eternos residuos radiactivos, es tremendamente cara (para la sociedad, que somos los que nos hacemos cargo de los costes de gestión de los residuos y de los costes de los seguros en caso de accidente) y es un freno para la transición a las energías alternativas. Otra cosa no, pero en el valle del Ebro nos sobra cierzo y sol para producir energía.
Así que, igual ya va siendo hora de aparcar para siempre este 600 llamado Garoña.
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