El bielosaurio que nació en una moción de censura
Es, quizás, el síntoma más acusado de que corren tiempos de cambio en la política aragonesa: José Ángel Biel deja hoy, 32 años y 26 días después, su escaño en las Cortes de Aragón. Este exfuncionario de la Seguridad Social de 69 años, cuyo rasgo físico más característico es una disfemia cada vez menos aparente, nació como icono donde comenzó el declive del PAR: en la moción de censura que llevó al socialista José Marco a la presidencia de la DGA. Puede que él no lo sepa, pero sí lo recuerda Ángel Cristóbal Montes, que entonces presidía las Cortes y que, hace unos días durante la presentación de un libro, reveló este episodio.
Ocurrió en septiembre de 1993, tras la enésima visita de Cristóbal Montes a la Diputación Provincial de Zaragoza (DPZ) para tratar de convencer a su presidente de que desistiera de una iniciativa que, valoraciones éticas sobre el apoyo del tránsfuga del PP Emilio Gomáriz al margen, iba a desalojar del Pignatelli al Gobierno que presidía el PAR con el apoyo del PP, del que él formaba parte. Casi lo logra.
Eiroa: “no puedo dejarle en la estacada”
Marco, explicó, accedió a “una transacción”. Retiraría la moción si Eiroa cumplía una de estas dos condiciones: cesar a su consejero de Presidencia, a la sazón Biel, o abortar el convenio por el que Antena 3 iba a emitir, en desconexiones de cuatro horas diarias, una embrionaria televisión autonómica que iba a alterar el reparto del pastel publicitario en Aragón. Pero Eiroa no aceptó: “había firmado libremente” el convenio y “yo no puedo dejar en la estacada a José Ángel Biel”, fueron sus respuestas.
Ahí comenzaron la vertiginosa decadencia de Marco, el breve ascenso del PP del cambio de siglo y el sostenido declive del PAR, inversamente proporcional al ascenso de un José Ángel Biel, que en 1999 aupó al Pignatelli al socialista Marcelino Iglesias en un arriesgado movimiento (la mayoría de la coalición dependía del “diputado 34” de IU) para, 12 años después, sumar con los conservadores de Luisa Fernanda Rudi. Hoy cesa como presidente de las Cortes.
El acuerdo Biel-Iglesias dio aire a los aragonesistas cuando el PP de Aznar engullía partidos locales por todo el país. Y le permitió, con su plan de comarcalización, establecer la estructura orgánica de fuerte arraigo rural que le mantiene vivo. A finales de la pasada legislatura, el turolense se refería a su partido como “el clavillo del abanico”. Estaban por llegar la salida del Ayuntamiento de Zaragoza, la coalición con el PP, el abandono de la formación por una parte de los críticos de Javier Allué tras las convulsas primarias, el paso atrás del sector de Alfredo Boné y la reducción del grupo parlamentario a seis diputados con Arturo Aliaga.
La asamblea de Montalbán
Biel hizo bandera del aragonesismo años después de haber jugado, en la transición, un papel clave para cercenar los anhelos identitarios de la comunidad. Ocurrió el 3 de febrero de 1980 en Montalbán, donde pidió a la asamblea de alcaldes turolenses de UCD que forzaran un Aragón de vía lenta cuando el sentir mayoritario (y la izquierda) reclamaba un Estatuto de primera, acorde al borrador de 1936. La maniobra surtió efecto, para recocijo de aquel Madrid que, ya de mayor, veía tan jacobino.
Biel era entonces, como miembro del Partido Demócrata Cristiano, senador turolense de UCD en la primera legislatura constitucional, cargo que compaginó con la secretaría del Gobierno preautonómico y que había encadenado con el de diputado en las Cortes constituyentes. Poco después, en la primavera de 1983 y tras haber sido vicepresidente de la asamblea de parlamentarios aragoneses, se pasó al PAR, Partido Aragonés Regionalista.
En noviembre de ese año, su presidente, Hipólito Gómez de las Roces, proclamó que «el PAR es un partido de opción territorial, moderado y de centro, dispuesto a aceptar en sus filas a quienes sean de derechas y a quienes se supongan de izquierdas“. Biel, que el día 6 cerró sus doce años como presidente del partido, ya estaba en casa.
Otra conversión: el extrasvasado antitrasvasista
Treinta y ocho años dan para mucho. Dan para acertar, errar, reafirmarse y contradecirse muchas veces y en asuntos dispares. Dan para presidir el legislativo y encabezar una delegación del ejecutivo ante el Estado; dan para compatibilizar la bandera del antitrasvasismo y el alarde de convertir a sus partidarios con el visto bueno a la transferencia si las aguas son captadas en la desembocadura; dan para hacer bandera del agua tras haber sostenido al Gobierno central que plantó en Tarragona el tubo del ministrasvase; dan para proponer un metro suburbano de cinco líneas en una ciudad cuyo subsuelo acumula milenios de historia y amplios acuíferos aluviales; dan para erigirse en el adalid de Gran Scala, calificarlo como “el proyecto más importante para Aragón” desde las bodas de doña Petronila y llamarse andana cuando se desvaneció; y dan, también, para avalar el desmesurado (y sospechoso) desarrollo urbanístico de La Muela en la época de su conmilitona Mariví Pinilla, acusada de varias decenas de delitos de presunta corrupción.
Biel, que durante más de una década controló un PAR históricamente bien conectado con los poderes financieros (es notoria su buena relación con ejecutivos como el también turolense Manuel Pizarro) y los grupos empresariales locales (aunque su relación personal fue más que tirante en algunas épocas y episodios), siempre mimó a su Teruel natal, dotado ahora de un aeródromo para desguazar aviones, un circuito de motociclismo de coste desconocido y un parque paleontológico llamado Dinópolis.
El apodo de “bielosaurio” le viene de su longevidad en lo público y su querencia por proyectos como este último. Está fuera de duda que su capacidad de adaptación y supervivencia en el planeta política supera a la de los dinosaurios en Gaia, aunque también es cierto que nunca se expuso al impacto de meteoritos. ¿Qué hará Biel a partir del 18 de junio? ¿Tendrá algo que pactar? Poca gente lo sabe. Menos, quizás, que el secreto de la moción.