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El calentamiento global engulle los últimos glaciares del Pirineo

Glaciar de La Maladeta.

Eduardo Bayona

El calentamiento global está engullendo los últimos glaciares del Pirineo oscense, las lenguas de hielo más meridionales de Europa y las únicas existentes en la península Ibérica: han perdido un 87,6 % de su superficie –siete octavas partes- desde que, a mediados del siglo XIX, el final de la 'pequeña edad del hielo', iniciada tras la Edad Media, coincidiera con la fase álgida de la Revolución industrial. La mitad del hielo desapareció antes de 1980 y tres cuartas partes del que quedó se esfumó en los siete lustros siguientes.

“Los glaciares de Huesca son especialmente sensibles a un problema global como es el del calentamiento”, explica Fernando Lampre, geógrafo y presidente del Patronato del Monumento Natural de los Glaciares Pirenaicos, creado por el Gobierno de Aragón en 1990.  De hecho, sus pérdidas superan con claridad a las de otras zonas de Europa como los Alpes, el retroceso de cuyas lenguas de hielo desde mediados del siglo XIX se estima en un 40 %.

Ese diferente comportamiento revela “la gran sensibilidad de los glaciares pirenaicos al calentamiento global y su situación límite en el contexto geográfico de la cordillera”, pese a que los alpinos presentan condiciones menos desfavorables para su conservación como estar orientados al norte y ubicados a alturas superiores a los 4.000 metros.

“En siglo y medio solo ha habido años de paralización y de retroceso”

Los glaciares no tienen salvación. “No han crecido nada en siglo y medio. Solo ha habido años de paralización y de retroceso”, explica. “Para que avanzaran sería necesario que la nieve se helara sobre ellos y permaneciera, con inviernos muy húmedos y veranos frescos”, apunta. Las copiosas nevadas invernales de 2013 y 2014 solo evitaron que menguaran. Sin embargo, a partir de ellas comenzaron dos de los tres años, junto con 2011, más cálidos desde que existen datos.

En 2012 sobrevivían diez glaciares y ocho heleros que sumaban una extensión de 160,4 hectáreas, según los datos del Departamento de Desarrollo Rural y Sostenibilidad del Gobierno de Aragón. Se extendían a lo largo de un área de 90 kilómetros que incluye los macizos de Balaitús o Moros, Perdiguero-Cabrioules, Vignemale o Comachibosa, Infierno, Monte Perdido o Tres Serols, La Munia, Posets o Llardana y Maladeta-Aneto. Desde mediados de los años 70 se ha caído del listado lenguas ubicadas en  los tres primeros y en las cumbres de Cregüeña y de Llosás o Coronas.

El glaciar de La Maladeta, en la Ribagorza, conserva una superficie de 23,58 hectáreas tras menguar un 15 % en un lustro. En 1991 superaba el medio millón de metros cuadrados. Su espesor ha llegado a reducirse en tres metros en un solo año esta misma década, regresión que supera con claridad el de Monte Perdido, que ha llegado a superar los siete en un ejercicio. “En general, conservan un espesor de unos 30 metros, cuando en los años 80 alcanzaban los 60”, anota Lampre.

El cambio climático ha elevado hasta los 3.000 metros de altitud la isoterma de los cero grados en esta última zona de la cordillera, según las estimaciones del Instituto Pirenaico de Ecología, lo que supone una obvia dificultad para que las nieves permanezcan por debajo de esa línea. Cuadros similares han hecho que el glaciar de La Paúl, en Posets, haya perdido tres cuartas partes de su extensión desde 1980, que el del Aneto se haya visto reducido en un 54 % en ese mismo periodo o que el de Monte Perdido se haya dejado un 24 %.

“La única receta es intentar salvar el planeta, que los incluye”

“Los glaciares están desapareciendo, sobre todo, por el cambio climático”, explica Lampre, que matiza que “la Tierra ha tenido ciclos de glaciación y de fusión del hielo, pero con el calentamiento global hemos acelerado el proceso”.

“La única receta para el cuidado de los glaciares sería ir todos a una para salvar el planeta, que los incluye”, añade, antes de anotar que las lenguas de hielo “volverán a las montañas, como se han ido y han regresado otras veces, lo que no está claro es que el ser humano vaya a permanecer para verlo”.

Los últimos reductos glaciares de la Europa central y la meridional –abundan en el área nórdica e Islandia- se encuentran, además de en el Pirineo y en los Alpes, en los Apeninos y en el Cáucaso.

La geología ha permitido constatar cómo hace 40.000 años glaciares pirenaicos como el de Benasque superaban los 500 metros de espesor mientras otros alcanzaban los 30 kilómetros de longitud.

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