Con discapacidad y en exclusión social, ¿cómo vivir con una doble discriminación?
Estefanía (23 años): soportó acoso escolar en el colegio, es lesbiana y padece una discapacidad intelectual y auditiva. Fernando (32 años): sufrió bullying y tiene un retraso psicomotor del 33 %. Son discapacitados y excluidos. Doblemente discriminados, como reconocen que se han sentido en muchos momentos de su vida.
Ambos están en Plena Inclusión Aragón, una organización que engloba a 38 entidades aragonesas que trabajan por mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual y sus familias. Llegaron a esta asociación para pedir ayuda. Se convirtió, primero, en su refugio, después, en su lugar de trabajo.
Los dos creen que lo peor ya ha pasado. Reconocen, con una media sonrisa, que ahora están “bien”, sin más, –prefieren no exornar el calificativo–. A pesar de lo vivido, son personas fuertes, convencidas, implicadas. Resilientes al máximo. Recuerdan los momentos malos sin muecas de tristeza y con miradas cómplices. Saben lo que quieren. Su piel se ha curtido en un sociedad que, demasiadas veces, les dejó de lado.
Estefanía reconoce que, por su discapacidad, ya fue muchas veces discriminada, “encima me gustan las mujeres y mi novia es gitana”, dice abriendo mucho los ojos y torciendo el gesto. ¿Cómo se protege? Diciéndoselo a poca gente, “si te quieres a ti misma, qué más da lo que opinen los demás”, reflexiona. Es una mujer comprometida y con las ideas claras, que luce orgullosa un tatuaje con la bandera arcoíris en su muñeca.
En el colegio sufrió acoso escolar: “Nos dejaban de lado a mí, que era la que iba más lenta, y a otro niño que era superdotado”. Estudió en un centro que no estaba adaptado hasta 3º de la ESO y recuerda que daba más clases que sus compañeros porque no avanzaba. Las dudas acerca de su sexualidad, relata, comenzaron con 16 años: “Yo ya había salido con chicos, pero, haciendo un PCPI de Jardinería conocí a la que ahora es mi novia”.
A su familia, explica, le costó aceptarlo en un principio, pero por una cuestión de “sobreprotección”. Otro cantar es la calle, la sociedad, “sigue habiendo gente muy cerrada, además, como soy discapacitada, todos piensan que mi pareja también debe serlo”. Ahora trabaja como administrativa en Plena Inclusión Aragón y forma parte de un grupo de violencia contra las mujeres del que es su representante en la comunidad.
De aquellos que le hicieron el vacío en clase prefiere no acordarse. No tiene amigos ni amigas de esa época. Su entorno cercano está formado por otras personas discapacitadas.
Tampoco mantiene amistades de su etapa educativa Fernando. Su doble discriminación se fraguó allí, entre las paredes de las aulas de su tercer colegio –que tampoco estaba adaptado–. Lo ha superado, asegura, pero prefiere no rememorarlo: “Me hicieron cosas malas, la vida imposible, mejor dejarlo ahí”.
Explica con absoluta tranquilidad que a sus padres no les dijo nada por temor a represalias y, orgulloso, afirma que eso pasó. Ya todo es distinto. Lleva casi un año trabajando en Plena Inclusión, su labor es adaptar textos y documentos para que sean de lectura fácil. Antes, ya ejerció como administrativo en una comisaría de Policía y en el Comité de Entidades Representantes de Personas con Discapacidad (Cermi Aragón).
Junto a Estefanía, colabora en varias iniciativas de la organización. Destacan la relacionada con la accesibilidad cognitiva, es decir, hacer más comprensibles para las personas discapacitadas, los mensajes, letreros, etcétera, que puede haber en diferentes espacios, productos o servicios.
“La violencia física y psicológica a las personas con discapacidad intelectual en la escuela es una auténtica salvajada”
Entre las 38 entidades que engloban Plena Inclusión Aragón atienden a 4.000 personas con discapacidad intelectual, lo que supone ayudar a unos 10.000 familiares. Trabajan 1.100 profesionales y hay 450 personas voluntarias. Su modus operandi siempre comienza con una valoración inicial para, posteriormente, derivarla a alguno de los programas.
Esteban Corsino y Gabriel Sánchez, ambos de la organización, advierten, a este respecto, que el 90 % de los que a ellos acude tiene problemas para encontrar trabajo. Y dan una cifra irrebatible: “El 70 % o el 80 % de las personas con discapacidad trabajan en centros especiales de empleo”.
A finales del pasado mes de octubre, Estefanía y Fernando participaron, junto con otras 28 personas –además de profesionales y voluntarios– en el I Encuentro Autonómico de Personas con Discapacidad Intelectual en Situación de Exclusión Social, que Plena Inclusión Aragón, a través de su Programa de Exclusión Social, organizó en Alcalá de la Selva (Teruel).
Con el título de “Historias de vida 2017”, los y las participantes contaron eso: sus experiencias vitales. Con lo allí escuchado, la organización extrae varios mensajes. De las personas con discapacidad intelectual LGTBI destacan la idea de que “se puede llegar a pensar que por tener una discapacidad intelectual no sabes realmente lo que sientes por otra persona, aunque sea de tu mismo sexo. En ocasiones nos manipulan y no nos dejan decidir y ser como realmente somos”.
Lo contado por quienes han sufrido bullying produce un corolario tan triste como claro: “La violencia física y psicológica a las personas con discapacidad intelectual en la escuela es una auténtica salvajada. Por norma general, se busca a las personas más vulnerables o diferentes, y a nosotros se nos percibe como personas diferentes”.
Los hombres y mujeres con discapacidad intelectual, en situación de pobreza y sin hogar resaltan que están “más indefensas, tienen más dificultades para salir de esa situación y para encontrar un trabajo”, por ello, para ellos y ellas es mucho más complicado “salir de la pobreza”.