“¿Cómo le explicaré a mi hijo que su país ha expulsado a su padre?”
Alberto (Nicaragua, 1987) y Gemma (Zaragoza, 1974) nos reciben en casa de la madre de ella, que es donde viven. Mientras miran de reojo continuamente a su hijo, un niño de tres años que duerme la siesta en el sofá, nos cuentan su historia.
En realidad, es una historia de amor del siglo XXI: un drama en que el odio de los Montesco y los Capuleto se ha transformado en permisos de residencia, cárcel y órdenes de expulsión. Prefieren que no se publique su imagen, sus nombres completos ni otros detalles que podrían identificarles.
¿Por qué tienes una orden de expulsión del país?
Alberto: Por un problema de hace ocho años.
Gemma: Ya cumplió su condena en la cárcel, pero es un sin papeles, aunque esté casado con una española y tengamos a nuestro bebé. Si no hubiese empezado esta caza de brujas, él tendría todo en regla.
¿Cuál es ese problema que tuviste hace ocho años?
G: Su grupo de amigos se metió en una pelea. Iban todos muy borrachos. Hubo unas agresiones con arma blanca; nunca se supo quién fue el autor.
A: Yo iba tan bebido que casi ni lo recuerdo. Ellos sí se conocían, llevaban ya mucho tiempo viviendo en España, incluso tenían la nacionalidad. Yo había llegado tres meses antes y solo les había visto dos o tres veces. A la mañana siguiente me desperté en comisaría y no recordaba nada.
G: Tuvo mala suerte. El primer abogado al que fue aceptó defenderle. Ni siquiera era penalista y no supo llevar el caso: su único objetivo era que Alberto no entrara en la cárcel.
A: Me dijo que aceptase los hechos porque la cárcel podría conmutarse por la expulsión del país.
G: El abogado ya había decidido que como Alberto no era de aquí, lo mejor era que se fuera y se olvidara del asunto.
Pero tú no estabas de acuerdo…
G: No, porque cuando se dictó sentencia ya llevábamos ocho meses viviendo juntos. Preferíamos que cumpliera la pena de cárcel a que tuviera que dejar España. No lo conseguimos.
¿Cómo fue esperar a ser expulsado en esa ocasión?
G: La verdad es que nunca llegamos a creernos que le fueran a expulsar, no nos los tomábamos tan en serio como ahora, que tenemos a nuestro hijo. Pero sí fueron a buscarle al trabajo, solo un mes después de la sentencia. Pasó otro mes en la cárcel de Zuera y después le expulsaron a Nicaragua.
¿Qué pensabais durante ese mes de cárcel?
A: Que mis padres se habían venido a vivir a España y en Nicaragua ya no tenía a nadie.
G: Yo solo pensaba que si se lo llevaban, me iría detrás de él. Y así fue. Durante dos años, él estuvo en Nicaragua y yo iba y venía; estaba cuatro meses allí, seis aquí, tres allí… Nos casamos, pero fueron dos años duros, malos… no teníamos vida.
Entonces, Alberto decidió volver…
A: Yo decidí que me venía a España aunque lo arriesgase todo. Sabía que si me pedían la documentación, iría a la cárcel. Pero quería estar con Gemma.
G: Yo, egoístamente, quería que viniera.
¿No os preocupaba que Alberto volviera a ser deportado?
G: Claro, teníamos ese temor; nos preocupábamos cada vez que veíamos un coche de policía. Pero, aun así, hacíamos nuestros planes porque yo me quedé embarazada y estábamos muy ilusionados. Como él no tenía permiso de trabajo, se iba a encargar de cuidar al bebé. Pensábamos que nunca le iban a detener, que cada vez quedaba menos para que pasaran los cinco años de expulsión. Hasta que un día le pidieron los papeles; entonces, mi hijo tenía dos meses, fue un horror.
A: Cuando ingresé en prisión, a veces no quería ni ver a mi hijo en los días de visita. Lo echaba muchísimo de menos, pero cada vez que lo veía, no paraba de llorar, no podía ni hablar. No le deseo a nadie ese sentimiento, ese dolor… no poder tocar a tu hijo, no poder abrazarlo…
¿Cómo fue para usted, Gemma?
G: Horrible. Los dos peores años de mi vida. Vivíamos en un piso de alquiler, tuve que dejarlo y venirme a vivir con mi madre. Y lo de ir los domingos a verle… pues, imagínate, para una persona normal y corriente que nunca había vivido algo así… fue muy duro.
El día que Alberto salió de la cárcel tuvo que ser un día muy bonito…
G: No, en realidad fue un día amargo porque para entonces ya nos había llegado la carta de Inmigración. Al haber entrado en España sin los papeles en regla, se dictó otra orden de expulsión, esta vez una expulsión administrativa. En principio, yo gané un recurso. Pero el abogado del Estado volvió a recurrir y alegó que, estando yo, nuestro hijo no necesitaba a su padre. Es una injusticia que diga eso un hombre que tendrá hijos y que habrá sido hijo. Si le hubieran escuchado todos los padres que están sufriendo por no poder ver a sus hijos… No nos lo podíamos creer. Es volver a empezar ocho años después. Otra vez a esperar a que se lo lleven, sin papeles y sin poder trabajar. Un infierno. Y lo pasa mal toda la gente que nos conoce: mi familia, la suya, amigos… Todos saben que es un buen padre, un buen marido, un buen hijo. Que no se lo merece.
¿Qué pensáis cuando alguien dice que todos los inmigrantes con antecedentes penales tendrían que ser expulsados?
A: Yo creo que, aunque hayas cometido un error, todo el mundo se merece una oportunidad. También creo que la gente que dice eso habla desde la ignorancia. Todos los casos no son iguales, es juzgar por estereotipos.
G: Es ignorancia y que no han vivido lo mismo que yo. Yo soy española y hace diez años no me habría imaginado que me casaría con un latino y estaría en esta situación. Para mí, Alberto es lo mejor que me ha pasado en mi vida.
Supongo que conocéis el caso de Abdul. ¿Os da miedo que os pase lo mismo y no podáis despediros?Abdul
A: Claro. A veces me levanto por las noches, lo pienso y no puedo volver a dormir.
G: Yo solo pienso en que mi hijo y él están muy unidos, lo cuida mientras yo trabajo (se emociona). ¿Cómo le digo yo a mi hijo que su padre no está? ¿Qué le digo? ¿Que su propio país lo ha echado y no le dejan venir? Es muy injusto y muy cruel quitarle a mi hijo cinco años de su infancia con su padre. Yo no tengo por qué irme a Nicaragua, soy española, mi casa es esta y tengo derecho a estar aquí con mi hijo. Y a que me dejen ser feliz.
A: Yo no sé cómo voy a reaccionar en el momento de la detención. No lo quiero ni pensar. No sé si actuaré con la cabeza fría o me entrará un ataque de locura. Saber que no voy a estar con mi hijo… (se emociona también).
G: Yo estoy mal por mi hijo. Esta expulsión será ya la tercera condena por lo mismo. Y las dos primeras las hemos pagado nosotros. Pero la tercera la va a pagar también el niño.