Anita Das Poceiras portaba el agua, sobre la cabeza, desde la fuente a su fonda: “Nunca nadie quedó sin lavar los pies”
Dice Anita de As Poceiras que ella tuvo suerte en la vida porque en la Guerra Civil no pasó ni frío ni hambre. Y eso, el calor y el plato lleno son para Ana Flórez Oliveros lo primero que hay que tener en la vida para ser feliz. Y el calor no viene sólo del plato, qué va, llega también del cariño de la gente. Haces unos días, Anita de As Poceiras recibió, a sus 92 años, el primer galardón Servanda que su pueblo, Santalla de Oscos, otorgaba a una mujer rural merecedora de un reconocimiento.
Para quedar primera, Anita recibió muchísimos votos y sabe que detrás de cada uno de ellos estaban los cientos de personas a las que ella quitó el hambre y el frío en su fonda. Casa Rodil, en el pueblo de As Poceiras que solo cerró un día en toda su historia, el día que pasó la llave para siempre. A esta mujer de Santalla, uno de los concejos más pequeños de Asturias, le votaron desde Benidorm, León, Murcia, Madrid y probablemente hasta desde Japón.
Anita no siente apuro en decir que el reconocimiento le hace ilusión, por ella y por las que como ella: cuidaron, dieron de comer, criaron, trabajaron en la huerta o en la ganadería, cosieron, cocinaron, fregaron y hasta protestaron, y para las que “tampoco nunca nadie miró”, apostilla. Y así lo dice Anita, mientras teje calcetines delante de la cocina de leña, la misma sobre la que durante años cocinó su plato estrella “la tortilla al ron”.
Por Casa Rodil pasaba todo el mundo, porque además de fonda y bar “teníamos tienda y lo mismo te vendíamos una punta que una Aspirina. Ahora para cualquier cosa tienes que ir hasta Vegadeo o a Fonsagrada”, explica mientras pasa la lana ágil por las agujas y calcula en voz alta, “media hora de coche no te la quita nadie”.
Pero claro, cuando Anita se casó con el que fue su marido (fallecido en 1993) ella llegó desde la aldea de al lado, Pumares, donde se crio en una casa en la que nunca pasaron miserias porque ser hija de un “ferreiro” en aquellos tiempos, era la mejor forma de hacer trueques. “Mi padre hacía de todo, desde calderos, a cucharas o tijeras, trabajaba el hierro y muchas veces intercambiaba con los vecinos. Él les daba un cazo y el otro le daba una gallina, huevos o carne”, recuerda con cariño.
Yo venía de una aldea que tenía el agua al lado de casa y aquí no había baño en la fonda, había que ponerle a la gente una tina en la habitación para que se pudiesen lavar
Ahora ya no se hace nada de hierro, aquellas cosas eran eternas, pero también es verdad que había que fregarlas con arena“, recuerda mientras mira el grifo, porque el día que el agua corriente llegó a Casa Rodil fue de los más felices de la vida de Anita, que aunque nunca pasó frío sí que reventó llevando calderos de agua desde la fuente a la fonda todos los días del año.
“Yo venía de una aldea que tenía el agua al lado de casa, en la fragua, y aquí no había, fíjate que cuando aquello no había baño en la fonda y había que ponerle a la gente una tina en la habitación para que se pudiesen lavar”, y entonces Anita cogía su caldero, lo llenaba y con él en la cabeza viajaba de la fonda a la fuente y de la fuente a la fonda. Tantas veces como hiciese falta. Nunca se le cayó el caldero. Nunca nadie quedó sin poder lavar los pies.
A Anita siempre le gustó la gente y echa de menos los tiempos en que no había carreteras, porque entonces todo el mundo paraba allí, en su fonda. Ahora, el despoblamiento aprieta duramente en Santalla y las carreteras traen lo mismo que se llevan. “La gente joven no se quiere quedar aquí, tienen su vida fuera y vienen los fines de semana o en verano.
En Santalla antes había dos tiendas en las que te vendían trajes y hasta tenían un sastre y estaba el Café Moderno que era un lujo. Ahora empieza uno a contar lo que hay y es una pena“, señala. Mal endémico el del vaciamiento del medio rural asturiano y con difícil tratamiento, ojalá pudiera curarlo Anita con una de sus Aspirinas porque el remedio ya estaría hecho.
“Como por aquí no pasó ni un coche hasta el año 55 o el 60 pues nuestra fonda era el sitio de caída, venían de todos los pueblos de alrededor, unos a comer, otros a comprar, otros a jugar al las cartas y otros a comer la tortilla al ron. La receta vino de Cuba, la trajo el abuelo de mi marido que emigró. Haces una tortilla francesa, le echas un buen puñado de azúcar por encima, ron y la flambeas. Queda buenísima”, dice Anita.
Algo tiene esta mujer que es todo luz, luz en la cocina, luz en la barra de su bar, luz a las puertas de su fonda. Lleva Anita con ella la sabiduría de una mujer que aprendió en el pueblo e hizo aprender a quienes pasaron por él. “Fui al colegio hasta los 14, con más o menos ganas, y después aprendí a coser y ya me casé con Pepe. Tuvimos dos nenas, Carmen y Lola. Con Pepe siempre me llevé bien, yo creo que él era mejor que yo”, dice muerta de risa, porque Anita también siempre supo protestar, pero con una elegancia y una educación impecables, tan vertical y correcta como la postura del cubo de agua encima de su cabeza.
Mantiene el contacto con muchísimos clientes que ahora son amigos, incluido un japonés: Nawaki. “Venía con una familia de Madrid, iban a hacer una ruta y ser perdieron. Los padres habían quedado aquí y como en toda la noche no volvieron estaban desesperados. El padre decía que nunca más iba a volver a Santalla, qué menudo recuerdo. La madre de los chavales pensaba que estaban muertos, ¡se volvía loca!
No había móviles, ¡qué iba a haber!. El pueblo se volcó con ellos. Yo tenía bonito en salsa para cenar. La gente se echó al monte a buscarlos, y lo que apuntaba a tragedia se resolvió bien. Decían que no iban a volver y lo hicieron durante veinte años“, explica Anita. Nawaki también votó para que ella recibiera el premio en su pueblo.
Anita Das Poceiras hizo el primer viaje fuera de Santalla a la Virgen del Camino, pero el camino más importante fue su vida en Casa Rodil. No cerraban ningún día. Ahora hace puzles, cestas con hojas de maíz, le gusta ir a Fonsagrada a comer un bocadillo de jamón cocido, tomar un vino para comer, y hasta a veces sigue cocinando para sus hijas. “Medio vermú también me gusta vez en cuando”, dice a las puertas de su fonda. Y vuelve a salir el sol, quizás porque por vez primera alguien miró para las “Anitas del mundo”. Enhorabuena.
0