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Apagar los móviles y encender la vida: la receta de un colegio de Oviedo para rescatar a los menores ‘empantallados’

Parte del equipo docente del colegio de Villafría que puso en marcha el programa 'En Villafría, dejamos las pantallas y vivimos la vida'

Raúl Ávarez

Oviedo —
4 de febrero de 2024 06:01 h

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Menos móviles significan más vida. En el colegio público Villafría, que acoge a más de 200 alumnas y alumnos de educación infantil y primaria en el barrio ovetense del mismo nombre, parten con ventaja en el actual debate sobre el lugar de las pantallas en los centros educativos y sobre el veto a su uso entre los más pequeños.

Desde hace ya casi un año y medio, y por propia iniciativa del claustro, secundada por toda la comunidad educativa, aplica una restricción enorme que limita el uso de las pantallas a fines pedagógicos muy tasados y, en cambio, promueve alternativas que no necesitan wifi ni 5G tanto para las actividades en las aulas como para el ocio fuera de ellas. Debates, lectura, juegos tradicionales, paseos en bici y salidas culturales en familia sustituyen al uso pasivo y acrítico de dispositivos que embotan las capacidades de esas personas en formación.

Su proyecto acaba de recibir un premio de la Agencia Española de Protección de Datos porque también conciencia al alumnado, desde edades muy tempranas, acerca del uso consciente de los teléfonos móviles y de los riesgos y peligros que se esconden tras los aparentes atractivos de los videojuegos o tras la viralidad de las redes sociales. La dotación económica, sumada a la de otro reconocimiento anterior por un trabajo de innovación educativa, permitirá dar un aire más moderno a la biblioteca del centro.

En una de sus agrupaciones de mesas, la jefa de estudios, dos orientadoras y una profesora, los cerebros detrás de esta nueva orientación del colegio, explican cómo decidieron dejar en pausa las transformaciones digitales y emprender un regreso a los enfoques que recuperan otras prácticas educativas más tradicionales. Es una tendencia cada vez más extendida por todo el mundo en respuesta a las consecuencias indeseadas del uso intensivo de las nuevas tecnologías.

Paso atrás en la tecnología

“Todas caímos en ello. Hubo varios años en que parecía que, si no te subías a la ola de las nuevas tecnologías, te estabas quedando atrás, haciendo las cosas peor que otros colegios. Pero, al ir recuperando la normalidad después de la pandemia, nos dimos cuenta de que estamos ante una colección de niños empantallados. Aquellos meses de encierro forzoso fueron de hiperdigitalización y falta de aire libre para todos, adultos y menores. Pero las consecuencias fueron mucho peores para los más pequeños”, reflexiona Consuelo Pérez, que, junto a Eva Fernández, está a cargo de la unidad de pedagogía terapéutica, audición y lenguaje del centro de Villafría.

Al comenzar el curso pasado, el 2022-2023, las dos compañeras llegaron a la conclusión de que algo había que hacer porque la realidad cotidiana del colegio les demostraba que el grado de adicción a las pantallas de los pequeños y pequeñas a su cargo era ya demasiado alarmante.

No siempre se puede dar por supuesta la ayuda de las familias. No por mala voluntad. Simplemente, no se dan cuenta

Luisa Fernández Jefa de estudios del colegio Villafría

Las cuatro profesoras concuerdan en que, a diario, veían llegar al centro a niños de tres años llevados en sus sillas, atentos a un móvil e incapaces de separarse de él; alumnos de los últimos cursos de Primaria muertos de sueño porque habían cogido a hurtadillas los móviles de la familia para jugar inadvertidos hasta mucho tiempo después de su hora de dormir; niños y niñas con enormes problemas de comunicación y lenguaje; rabietas y ansiedad entre menores cuando se les separaba de sus dispositivos. “No siempre se puede dar por supuesta la ayuda de las familias. No por mala voluntad. Simplemente, no se dan cuenta”, apunta Luisa Fernández, la jefa de estudios.

La diana de la confianza

Las dos orientadoras, con la ayuda de Lucía Roldán, especializada en el desarrollo del lenguaje empezaron a preparar proyectos que abarcaban dos meses enfocadas a diversas temáticas y la jefa de estudios y el director se encargaban de encajar su puesta en práctica con el calendario escolar y con el resto de las actividades del centro.

El uso prudente de internet era solo una entre otras propuestas. Pero sirvió para que los alumnos, incluidos los más pequeños, se dieran cuenta de lo que implica compartir información e imágenes en las redes sociales. “Les hicimos una diana como metáfora. El centro eran ellos y su familia. Luego, en círculos concéntricos cada vez más grandes, venían los amigos del cole y las profesoras, los vecinos, otras personas que conocían… Parecía que tenían claro que no a todas esas personas se les pueden decir las mismas cosas, pero hay que asegurarse bien. Una vez probamos con los pequeños”, nos dice Consuelo Pérez.

“Les acabábamos de contar por qué no deben dar detalles a personas que no conocen y a continuación pedimos que pasara por el aula a un profesor de sexto al que apenas tienen visto. Les preguntó qué tal su fin de semana y ahí salió de todo. Pero sí que se dieron cuenta de lo fácil que es picar y se lo van pensando más al hablar”, cuenta Pérez.

También ayudó a crear conciencia de que en las redes sociales existen trampas las visitas de policías que explicaron la clase de peligros que acarrea el dar acceso a demasiada información personal. Y pronto quedó claro que esas charlas sobre internet engranaban muy bien con los otros proyectos que iban preparando cada dos meses y que llegaron para quedarse de manera permanente: debates para todas las edades que ayuden a los niños a aprender a expresarse y comunicarse en público, facilidades para el uso de la bici y clases para aprender a montar y sobre seguridad vial impartidas por el profesor del educación física en el polideportivo del barrio, organización de juegos tradicionales en el patio, asistencia a las actividades para colegios (teatro o títeres, entre otras) programadas por el Ayuntamiento de Oviedo, quedadas en los fines de semana para ir con las familias a museos.

Todas esas iniciativas, englobadas bajo el lema 'En Villafría, dejamos las pantallas y vivimos la vida', acabaron reunidas en un único y gran proyecto. Al conocer la existencia de la convocatoria de los premios de Protección de Datos, decidieron participar y aún no salen de su asombro por haber recibido un premio a las buenas prácticas educativas en privacidad y protección de datos personales para un uso responsable y seguro de internet por los menores. Ni por haberse codeado con grandes nombres durante la entrega de los galardones en Madrid.

Pantallas tasadas

La nueva orientación del centro se filtra ya hacia las aulas. Las profesoras están encantadas con la llegada de una nueva remesa de modernas pantallas que ejercen de pizarras digitales, adquiridas y entregadas por la Consejería de Educación asturiana. Pero se han prometido hacer un uso medido de ellas.

La jefa de estudios, docente de inglés, no renunciará a poner vídeos al alumnado, y ninguna de las cuatro concibe prescindir por completo de los recursos digitales. Pero harán otras muchas cosas sin pantalla. Y se ha eliminado del todo la proyección de clips durante la pausa para la alimentación a media mañana de los alumnos y alumnas de menor edad.

“Tenemos que dar ejemplo. Nosotras, en la escuela; las familias en casa. Porque el problema existe y es grave. Los niños tienen problemas con la lectura y la escritura, con la comprensión de lo que leen o escuchan, con la atención, con la comunicación. El lenguaje se desarrolla mediante las interacciones entre personas y cada vez tienen menos”, recuerda Lucía Roldán.

A secundaria llegan niños esquemáticos que no saben lo que leen. El uso de pantallas y la falta de lectura no ayudan ni a comprender el mundo ni a contemplarlo de manera crítica

Consuelo Pérez Orientadora en el colegio Villafría de Oviedo

Esos problemas, agravados con el paso de los años, se hacen después dolorosamente evidentes en las etapas superiores de la educación. Sus compañeros de Secundaria les cuentan que reciben “niños esquemáticos que no saben lo que leen”. El uso de pantallas y la falta de lectura no ayudan ni a comprender el mundo ni a contemplarlo de manera crítica. “Por algo leemos que en Silicon Valley los magnates de la informática ya mandan a sus hijos a escuelas donde lo digital no está admitido”, recuerda Consuelo Pérez.

Aulas libres de móviles

Con todos esos antecedentes, el debate y las propuestas sobre la prohibición de los móviles en las aulas llegan tarde al colegio de Villafría. Aquí la cuestión ya está zanjada y los dispositivos se han quedado sin defensores. “Los padres, la gente en general, a veces no se dan cuenta del poder que tienen estas nuevas posibilidades. Porque te dicen que han jugado un ratito con videojuegos y el ratito son tres horas. O un atracón en fin de semana. Y tampoco se dan cuenta de la incapacidad de los niños para distinguir la realidad de la ficción o de las falsedades. Ese es el mayor riesgo del consumo de porno y la razón por la que a veces deriva en manadas”.

“No se dan cuenta de que lo que ven no es real y que eso no es el mundo que compartimos. No sé si fuera de los colegios la sociedad llega a darse cuenta de verdad del brutal aumento de menores con necesidades especiales de aprendizaje, de lo que esas cifras entrañan. Antes siempre llegaba alguno, pero ahora, y especialmente desde la pandemia, la cantidad es apabullante”, añade Pérez.

Por si es útil para alguien, la receta de Villafría –menos pantallas y más vida– puede reproducirse con escaso coste en cualquier lugar. Y las bicis son bienvenidas.

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