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“Negar la educación es una forma de violencia”

Patricia Garcés

Coordinadora de la CME en Ayuda en Acción —

Hace 16 años, varias personas de distintos lugares del mundo se juntaron en torno a una mesa y una pizarra en la que escribieron 4 palabras: Global Campaign for Education, pensando cómo podían hacer que la educación estuviera en las declaraciones que se estaban gestando -los Objetivos de Educación de Dakar y los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que se aprobaron en 2000- y que guiarían la agenda del desarrollo hasta 2015. Aquel fue el germen de la Campaña Mundial por la Educación (CME), un movimiento que reúne a organizaciones y activistas de todo el mundo en la defensa del derecho a la educación.

Quien escribió esas cuatro palabras en la pizarra fue Kailash Satyarthi, galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2014, junto con Malala, por su defensa del derecho a la educación. Con él estuvimos hace unos días en la V Asamblea Mundial de la CME. 190 representantes de 91 países celebramos algunos avances logrados en estos años, como los más de 40 millones de niños que ya van a la escuela, la abolición de tasas en algunos países, y la presencia de la educación en muchas políticas públicas. Sin embargo, decía Satyarthi, no solo podemos celebrar porque “negar la educación es una forma de violencia. Con que haya un solo niño o niña que no acceda a la educación, este no será un mundo justo”. Aunque desde el año 2000 hubo avances en el acceso -que no necesariamente en la calidad de la educación recibida-, desde 2010 las cifras se han estancado, por lo que no llegarán a alcanzarse ninguno de los seis Objetivos de Educación acordados.

2015 es la fecha que se fijó para lograrlos, pero ha llegado más rápido de lo que esperábamos. Como los estudiantes que dejan todo para el último día, la comunidad internacional ha llegado a la fecha del examen sin los deberes hechos ni la lección aprendida. Este año, de nuevo, se reunirá en mayo, en el Foro Mundial de Educación de Incheón (Corea), donde se aprobará un nuevo marco de acción de Educación para Todos; y en septiembre, en la Asamblea de Naciones Unidas, en la que se aprobarán los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Para un estado, firmar un acuerdo es fácil —como matricularse en una asignatura—. Lo difícil luego es ir a clase, estudiar y aprobar… Es decir, asumir la responsabilidad que les corresponde, por ejemplo, desarrollar planes nacionales de educación y destinar el 6% del P.I.B. o el 20% del presupuesto nacional a educación. Sociedad civil, gobiernos e instituciones llevan tiempo trabajando en los objetivos que se plasmarán en el papel y aprobarán formalmente en Incheón y Nueva York, y que determinarán la agenda del desarrollo hasta 2030.

En esa agenda, la educación debe contemplarse como no solo como un objetivo y un derecho en sí mismo; sino como la llave que permita el ejercicio de los demás derechos y el elemento que integra los demás objetivos. Una persona que ha tenido acceso a la educación está más preparada para alimentarse correctamente, cuidar de su salud y la de su familia, tener ingresos económicos y, en definitiva, participar en las decisiones que afectan a su vida.

También debe entenderse como un nuevo prisma desde el que mirar los grandes retos, algunos nada novedosos, que la humanidad tiene que afrontar para que el mundo sea realmente de todos y no solo de unos pocos: el desarrollo sostenible, la erradicación de la pobreza, el acceso al agua, el logro de la igualdad entre hombres y mujeres, la prevención de desastres o la erradicación de la mortalidad infantil.

La educación que logre eso no puede ser cualquiera. No puede ser una educación entendida como servicio en manos de empresas privadas que buscan el lucro a cambio de ofrecerlo, ya que esas prácticas continúan generando exclusión entre las personas más pobres, que no pueden pagarlo. No puede ser una educación que mide el éxito en términos de resultados de pruebas estandarizadas, pero que no se preocupa por los resultados de aprendizaje y su utilidad para la vida en el contexto en el que se da. No puede ser una educación que solo alfabetice y se olvide de formar personas creativas, solidarias y comprometidas con la paz.

La educación a lo largo de toda la vida es un derecho humano, y esto no admite discusión. Sin embargo, es un derecho negado a muchas personas. Los niños y niñas y las personas con discapacidad que hoy no han ido a la escuela y que nunca irán; los que sí van, pero comparten aula con otras 80 y un profesor casi sin formación, y que después de 5 años de escolarización apenas sabrán sumar; las niñas de 15 años que dejan de ir a la escuela porque de la noche a la mañana se convierten en mujeres casadas; los que tienen que cruzar alambradas o esquivar tanques para llegar, o que han visto su aula convertida en un almacén de municiones…

Todas ellas han estado presentes durante la asamblea, y sus historias nos siguen animando a trabajar y exigir que no haya más excusas para lograr que ejercicio del derecho a la educación sea una realidad y no un objetivo a lograr un año de estos, si todo va bien y no surge nada mejor por el camino.

Y por si los derechos humanos, la solidaridad y la justicia social no fueran suficientes, siempre nos quedan los argumentos económicos. Cada dólar invertido en educación genera un crecimiento económico de diez. ¿No es una inversión rentable?

Hace 16 años, varias personas de distintos lugares del mundo se juntaron en torno a una mesa y una pizarra en la que escribieron 4 palabras: Global Campaign for Education, pensando cómo podían hacer que la educación estuviera en las declaraciones que se estaban gestando -los Objetivos de Educación de Dakar y los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que se aprobaron en 2000- y que guiarían la agenda del desarrollo hasta 2015. Aquel fue el germen de la Campaña Mundial por la Educación (CME), un movimiento que reúne a organizaciones y activistas de todo el mundo en la defensa del derecho a la educación.

Quien escribió esas cuatro palabras en la pizarra fue Kailash Satyarthi, galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2014, junto con Malala, por su defensa del derecho a la educación. Con él estuvimos hace unos días en la V Asamblea Mundial de la CME. 190 representantes de 91 países celebramos algunos avances logrados en estos años, como los más de 40 millones de niños que ya van a la escuela, la abolición de tasas en algunos países, y la presencia de la educación en muchas políticas públicas. Sin embargo, decía Satyarthi, no solo podemos celebrar porque “negar la educación es una forma de violencia. Con que haya un solo niño o niña que no acceda a la educación, este no será un mundo justo”. Aunque desde el año 2000 hubo avances en el acceso -que no necesariamente en la calidad de la educación recibida-, desde 2010 las cifras se han estancado, por lo que no llegarán a alcanzarse ninguno de los seis Objetivos de Educación acordados.