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Millones de abejas transportadas en camión: así sostiene California el 80% del mercado mundial de almendras

Colmenas en posición de polinización, en las plantaciones de almendros

Guillermo Prudencio

15 de abril de 2023 22:36 h

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Cada año a mediados de febrero, las hileras interminables de almendros del valle central de California despiertan de su letargo invernal y se cubren con un manto blanco de flores. En este lugar se producen el 80% de todas las almendras del planeta, una industria agrícola colosal que ha vivido un boom en las dos últimas décadas, y cuyas cosechas dependen de una mano de obra muy particular: abejas de la miel llegadas de todos los rincones de Estados Unidos. 

Apiladas en grandes remolques, y cubiertas de tela para que las abejas no escapen por el camino, unos dos millones de colmenas llegan a California por carretera para polinizar almendros. Algunas empezaron su ‘migración’ en la soleada Florida, a tres días de viaje en camión. Otras llegan desde estados más fríos, donde en otoño se las almacena en naves industriales con calefacción. 

Nada más desembarcar, las abejas melíferas se ponen a trabajar, recolectando polen y néctar para alimentar la colmena, polinizando almendros sin parar durante el mes que dura la floración. Gracias a esa actividad frenética, los árboles darán fruto y los agricultores, a cambio, financian el largo viaje. 

“Es un poco contra naturam tener grandes colmenas de abejas en esta época del año, pero es lo que necesitan los productores de almendras en California”, explica un apicultor de Idaho en un vídeo divulgativo sobre esta migración asistida. Su empresa manda 20.000 colmenas hacia el estado del Pacífico llenas de abejas que han pasado más de dos meses aletargadas en una enorme nave, alimentadas con jarabe de azúcar. 

La polinización, uno de los procesos más delicados de la naturaleza, se ha convertido en Estados Unidos en una pieza clave de la titánica industria de las almendras: solo así se puede sostener el boom de estos cultivos en California, que han pasado de cubrir 250.000 hectáreas en el año 2000 a 663.000 hectáreas en 2021, según los datos del sector.

Entre enero y marzo, el 90% de todas las colmenas comerciales de Estados Unidos se desplaza a las plantaciones de almendros: hoy en día, para los apicultores, alquilar las abejas es mucho más rentable que vender miel. 

“La polinización de almendros es la mayor fuente de ingresos para muchos apicultores”, cuenta a Ballena Blanca la economista agraria Brittney Goodrich, de la Universidad de California, Davis. Según sus cálculos, basados en datos oficiales, en 2020 los apicultores de EEUU cobraron 460 millones de dólares por dar este servicio esencial a los agricultores, pero solo produjeron 300 millones de dólares en miel.

La labor de estas abejas es uno de los pilares que sostienen el sector, criticado por el uso masivo de agua, y que en 2022 alcanzó un valor de 5.030 millones de dólares. España es el segundo mayor consumidor mundial de las almendras del estado, después de India, con algo más de 100.000 toneladas importadas el año pasado. 

75.000 millones de abejas muertas

El negocio del alquiler de abejas ha permitido mantenerse a flote a muchos apicultores que ven cómo, año tras año, sus colmenas mueren en masa. En 2006 se dieron a conocer los primeros casos de lo que se bautizó como el “síndrome de colapso de las colonias”, un misterioso mal que acababa con las abejas y que poco a poco se extendió por todo el mundo. La historia despertó una gran alarma, y no es para menos: según la FAO, tres de cada cuatro cultivos dependen, al menos en parte, de los polinizadores.   

El problema ya se ha vuelto crónico. En el invierno de 2021, el último con datos disponibles, perecieron un cuarto de todas las colmenas de EEUU, según una encuesta anual a apicultores que comenzó en 2006. En años malos, como 2020, se perdieron la mitad de los casi tres millones de colmenas del país. Si se intenta traducir en abejas, haciendo un cálculo muy aproximado, la hecatombe es difícil de imaginar: 75.000 millones de insectos muertos.

En los 70 no era raro perder un 5 o un 10% cada invierno. Este año hemos bajado un 35%, y parece ser la nueva normalidad

Gene Bradi Apicultor en California

Los científicos y los apicultores más veteranos siguen tratando de comprender qué está pasando con las abejas. El californiano Gene Bradi, que cuida de unas 2.000 colmenas en el epicentro de la región productora de almendras, asegura a Ballena Blanca que el problema tiene que ver con las “4 p”: pesticidas, parásitos, patógenos y una nutrición pobre. “En los años 70 no era raro perder un 5% o un 10% cada invierno. Este año hemos bajado un 35%, y parece ser la nueva normalidad”, dice Bradi. 

Esta temporada, además, el cielo se ha abierto sobre California, con precipitaciones históricas que han complicado mucho el trabajo de las abejas y los apicultores. “Llevábamos años rezando para que llegara la lluvia, y este año nos estamos ahogando”, cuenta Bradi. 

Sorprendentemente, pese a esas pérdidas masivas la población de abejas se mantiene estable año tras año, explica Anne Marie Fauvel de Bee Informed Partnership, la ONG que elabora esas encuestas a los apicultores. Su negocio es una carrera anual, organizada para llegar con colmenas suficientes a la polinización en California. Tras polinizar las almendras, los apicultores dividen las colonias con nuevas abejas reinas, para tratar de compensar las pérdidas del año anterior. En primavera las colmenas crecen y en verano, cuando la población llega al pico, es cuando podrán sacar de ellas algo de miel.  

Gene Bradi espera que, con las lluvias, este sea un buen verano para producir miel. Normalmente, tras los almendros lleva a sus colmenas a fincas de la costa, donde pueden darse un festín de flores. Estos últimos años, con los campos secos, sus abejas han sobrevivido a base de jarabe de azúcar. “Las abejas son como cualquier otro tipo de ganado. Si tienes vacas u ovejas en un prado, hay sequía y falta hierba, más vale que traigas algo de comida o morirán de hambre”, cuenta.  

“Mantenerse en el negocio de la apicultura es muy, muy difícil”, dice Anne Marie Fauvel. “En las almendras se cobra bien, y esta industria ha permitido a los apicultores recuperar las pérdidas de los últimos años.” 

Estrés y pérdidas de colmenas: el peaje de la migración

Aún así, la travesía a California implica un peaje. “El transporte a larga distancia de colonias para servicios de polinización y producción de miel se asocia con un aumento del estrés y la pérdida de colonias, ya que las abejas melíferas no pueden buscar alimento durante el transporte y pueden verse sometidas a un calor o un frío excesivos, según la estación”, detalla un documento del Departamento de Agricultura de EEUU. 

“Supone mucha presión para las abejas, por el transporte, porque las ponemos en contacto con enfermedades”, asegura Fauvel, aunque apunta que según sus datos, no hay diferencias significativas a nivel de salud entre las colonias que viajan a los campos de almendros y las que no. 

El monocultivo del almendro a gran escala también implica un uso masivo de pesticidas para tratar de controlar las plagas, pues los agricultores fumigan sus campos con 16 millones de kilos de pesticidas al año, muchos de ellos considerados altamente tóxicos todavía permitidos –la Unión Europea ha prohibido ya algunos de ellos–.

La investigadora Brittney Goodrich encuestó a 77 apicultores que participaron en la polinización de los almendros en 2020 y 2021: el 19% afirmó que algunas de sus colonias murieron tras una “exposición letal” a los pesticidas, y para el 56%, sus colmenas habían sufrido una exposición “subletal”. Por ejemplo, por el uso de fungicidas durante la floración, que no son tóxicos para las abejas adultas pero sí afectan al desarrollo de los huevos y las larvas en las colmenas. 

El Almond Board of California, el ente que representa a la industria, publicó en 2018 una guía de buenas prácticas para mantener a las abejas a salvo durante la polinización: sus recomendaciones incluyen aplicar pesticidas de noche, cuando han dejado de volar los polinizadores, no fumigar directamente las colmenas, o preparar bebederos seguros para las abejas, para que no beban agua contaminada por pesticidas.  

El apicultor Gene Bradi asegura que en su zona del valle Central, la mayoría de los productores están adoptado esas buenas prácticas. “Ha supuesto una gran diferencia en el impacto que pueden sufrir las abejas durante la floración”, dice. 

Algunos agricultores también están trabajando para que sus campos sean menos hostiles para todo tipo de insectos beneficiosos. Por ejemplo, plantando flores entre las hileras de almendros, se puede favorecer a los insectos que controlan las plagas de forma natural y a los polinizadores silvestres. En Estados Unidos hay 4.000 especies de abejas autóctonas, y la adorada abeja de la miel, la Apis Mellifera, no es una de ellas: llegó hace 400 años con los colonizadores europeos. Y los tres millones de colmenas tienen un impacto notable sobre los polinizadores silvestres, según los científicos. 

Un estudio en Utah mostró que el polen extraído por una sola colmena era suficiente para alimentar a 3 millones de abejas solitarias nativas

Sheila R. Colla Ecóloga de la Universidad de York en Toronto

“Las abejas de la miel son muy eficaces extrayendo polen de los ecosistemas”, explica la ecóloga Sheila R. Colla, de la Universidad de York en Toronto. “Un estudio en Utah mostró que el polen extraído por una sola colmena era suficiente para alimentar a 3 millones de abejas solitarias nativas”.

Al mismo tiempo, diversos estudios muestran que, con las condiciones adecuadas en los campos, los polinizadores silvestres como las abejas solitarias, los abejorros o las mariposas son tan efectivos o más que las abejas de la miel a la hora de polinizar cultivos.

“El colapso de las colonias y las tasas de supervivencia invernal son señales de alarma que indican el peligro de depender de una única especie no autóctona. Si queremos resiliencia, especialmente ante el cambio climático, las tierras agrícolas deben mantener una comunidad rica, abundante y diversa de polinizadores autóctonos”, incide esta ecóloga. 

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