La actitud del testigo
El común de los mortales puede considerar la meditación simplemente como un fantástico ejercicio para descansar y refrescar la mente. Meditar es buscar una hora y un espacio para librarnos de distracciones, sentarnos en una silla con la espalda recta pero relajada, poner las manos sobre las piernas y prepararnos para tomar una actitud de testigos. Testigos inicialmente de los ruidos que oímos, de las sensaciones que sentimos en el cuerpo, de nuestra respiración y finalmente de nuestros pensamientos y nuestras emociones.
Mucha gente piensa que meditar consiste en eliminar pensamientos y emociones. Eso es extremadamente difícil por no decir imposible. Meditar es tomar esa actitud de testigo sin intervenir ni involucrarnos. Por supuesto que continuamente caeremos en involucrarnos en esos pensamientos y emociones, entonces seremos testigos de que estamos involucrándonos y alegre e indulgentemente volveremos a la posición de testigo sin involucrarnos.
Me gusta imaginar la mente como un río de agua transparente que fluye suavemente por un paraje agradable. Por el río discurren todo tipo de peces, ranas, cangrejos, hojas, ramas… cada uno de ellos representa un pensamiento o una emoción.
Durante nuestro ejercicio de meditación tenemos que imaginarnos sentados fuera de este río, contemplándolo, si nos despistamos y de repente nos sorprendemos dentro del agua, seremos testigos de que hemos entrado en ella y alegremente saldremos para sentarnos de nuevo en el exterior.
No tenemos que introducirnos dentro para intentar hacer nada con todo lo que discurre por la corriente, no lo conseguiremos y además revolveremos con nuestra presencia el fondo del río y ensuciaremos el agua.
Nos quedaremos fuera siendo testigos de todo lo que lleva la corriente, nos guste o no, dejándolo fluir y observándolo desde la orilla. Ya tendremos el resto del día para racionalizar y actuar. Ahora estamos descansando.
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