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Los expertos en Salud Pública José Martínez Olmos, Daniel López-Acuña y Alberto Infante Campos analizan las medidas clave para hacer frente a la pandemia de coronavirus.

Riesgo bajo no significa riesgo nulo: la pandemia no ha terminado y el trabajo no ha sido rematado todavía

Archivo - Un menor con mascarilla
12 de octubre de 2021 11:28 h

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Afortunadamente, y gracias a un gran esfuerzo colectivo, la incidencia de la pandemia ha seguido remitiendo y hemos vuelto a situarnos, después de muchos meses, por debajo de 50 casos por cien mil habitantes en promedio para todo el país. Esto nos ubica en un riesgo bajo de transmisión, y consecuentemente de presión asistencial, y aunque esta situación abre expectativas optimistas, debemos tener muy claro que eso no significa que el riesgo sea nulo o inexistente. 

El virus sigue presente y tiene la potencialidad de mutar y con ello generar variantes amenazadoras más contagiosas y elusivas a la eficacia de las vacunas. Aún desconocemos la verdadera duración de la inmunidad generada por la infección natural y por las vacunas. Las vacunas no son esterilizantes y no evitan la infección y el contagio, aun cuando sí nos protegen, por fortuna, de la severidad, del riesgo de hospitalización y del riego de muerte. Además, tenemos ya claro que en el caso de la COVID-19 la inmunidad de grupo no se produce con altos porcentajes de cobertura vacunal y que, aunque los porcentajes de personas vacunadas son muy altos, aún nos faltan alrededor de 5,3 millones de personas mayores de 12 años por recibir la pauta completa para que cuenten con la necesaria protección individual. 

Debemos congratularnos por el esfuerzo desarrollado. Los logros han sido ejemplares, con coberturas de vacunación que se sitúan a la cabeza de Europa y que desatan la curiosidad y la envidia de países como Alemania, Francia o el Reino Unido, entre otros, e incluso de los Estados Unidos, que van notablemente más rezagados en el alcance poblacional de la vacunación. 

Pero también han sido importantes los logros en materia de medidas no-farmacológicas que se han mantenido por el tiempo necesario para lograr atajar la curva y reducir los contagios, con una importante colaboración de la población que, incluso sigue portando en gran medida la mascarilla en exteriores ante la incertidumbre de poder garantizar distancias físicas y evitar aglomeraciones

No nos olvidemos que la reducción de la incidencia no solo obedece al avance en la vacunación sino también, y de manera muy importante, a la permanencia de las medidas restrictivas y de protección, incluidas las medidas adoptadas para el retorno a la escuela desde el inicio del presente curso escolar. Ellas nos han permitido reducir las interacciones sociales desprotegidas, con la lamentable excepción de algunos eventos masivos y de los macro botellones descontrolados e irresponsables. Algunos países que lanzaron las campanas al vuelo y relajaron prematuramente las restricciones, como el Reino Unido y su “Freedom day” del 1 de julio, tienen hoy una incidencia que ronda los 700 casos por cien mil habitantes, se han estancado en el avance de la vacunación y sufren de nuevo una presión asistencial importante. Y en varios países de Europa durante las últimas semanas, los contagios han vuelto a subir. 

Por tanto, el desafío sigue siendo mantener a raya la transmisión, evitar nuevas olas, por menos severas y mortales que puedan ser, e incluso propiciar un descenso aun mayor del número de contagios para situarnos por debajo de 25 por cien mil habitantes. Para ello hay que mantener la guardia en alto. 

Las medidas de contención de la transmisión se han ido relajando al tiempo que la incidencia descendía, en algunas Comunidades Autónomas (CCAA) más apresuradamente que en otras, pero lo importante ahora es comprender que el virus sigue activo y que no nos debemos precipitar en la relajación de restricciones en los ámbitos de mayor riesgo (p. ej. los locales cerrados de ocio, las grandes aglomeraciones deportivas, las residencias sociales y, sobre todo, las escuelas). No olvidemos que pueden surgir variantes más contagiosas y proclives a escapar a la eficacia de las vacunas. 

Además, hay que ir con cautela en la temporada otoño-invernal, un periodo en el que se agregaran otros virus respiratorios y muy especialmente la gripe estacional. No olvidemos que, a pesar del descenso considerable de la incidencia promedio, aún no estamos por debajo de 25 por cien mil habitantes en la mayor parte del territorio español, con excepción de Asturias y Galicia, y que la incidencia en menores de 12 años, un grupo que hasta ahora no puede ser vacunado por no contar todavía con la aprobación de la EMA para ello, es mayor que la incidencia promedio para todas las edades (79,9 por cien mil). Y, no menos importante, que en muchas CCAA la presión asistencial sigue situándose por encima de los umbrales (5%) que nos dan un razonable margen de seguridad, con Cataluña, País Vasco y Madrid con cifras de 8,9 y 11 % respectivamente.

El desarrollo de la estrategia de vacunación ha sido en general muy satisfactorio y si bien están vacunadas ya con pauta completa 36.8 millones de personas, (el 87,5% de la población diana), aún quedan por vacunar con pauta completa 5,3 millones de personas mayores de 12 años, que siguen siendo susceptibles a padecer casos severos, a ser hospitalizados o incluso tener un desenlace fatal. A los que habría que sumar, cuando se apruebe, a los menores de 12 años, que son el 11% de la población. Teniendo en cuenta que solamente un 4% de la población se declara abiertamente contraria a vacunarse, queda mucho trabajo por hacer para convencer al resto y concluir la vacunación entre la población diana.

Por todo lo anterior, es desaconsejable alentar la falsa seguridad que se ha instalado al proclamar que la pandemia ha pasado ya. Muchos pronunciamientos, desde casi todas las instancias plantean, muy a la ligera, “el final de la pandemia”. Pero por mucho que todo queramos superar esta difícil coyuntura, la tarea no ha concluido todavía. Ni la enfermedad ha sido erradicada ni el virus ha desaparecido. No es hora de bajar la guardia sino de replantearse una estrategia de contención de la transmisión y de finalizar la primera ronda de vacunación teniendo en cuenta las lecciones aprendidas durante los últimos 20 meses.

Sería muy recomendable que la Comisión de Salud Pública generase ahora un marco orientador que guie las actuaciones autonómicas en esta nueva fase del control de la pandemia que supone reorientar acciones una vez superada la emergencia sanitaria asociada a la pandemia, para favorecer que el Consejo Interterritorial pudiera situarse por delante de los acontecimientos y actuar con verdadera cohesión territorial para dar prioridad a lo que hoy se requiere.  

A corto plazo tenemos que reducir el riesgo de rebrotes de COVID-19. Esto implica entender que hay que diagnosticar precozmente los casos sospechosos, detectar tempranamente los brotes, hacer pruebas diagnósticas a los casos y a sus contactos, estén o no vacunados. Hay que intensificar el rastreo exhaustivo y retrospectivo más que nunca, y hay que asegurar el aislamiento eficaz de los positivos sintomáticos o asintomáticos. Estamos en un momento en el que el control de los brotes y la capacidad de rastreo de contagios, así como las medidas de protección, han pasado a ser la estrategia central, más que las restricciones generalizadas a las interacciones sociales.  

Es nuevamente un momento en el que hay que hacer contención reforzada y esto implica no desmantelar los aparatos de vigilancia epidemiológica, de realización de pruebas diagnósticas y de rastreadores. Dicho con otras palabras, se requiere con urgencia el fortalecimiento y la consolidación de los servicios, los recursos humanos y las infraestructuras de salud pública en todas las CCAA, además de, y como pre requisito para, la creación de la Agencia o Centro Estatal de Salud Pública.

Como las vacunas no son esterilizantes muchas de las medidas no farmacológicas (mascarilla, distancia, ventilación, higiene de espacios públicos y privados) seguirán siendo necesarias, más aún cuando el comienzo del otoño conlleva un aumento de las interacciones en espacios cerrados y una mayor circulación de otros virus respiratorios (gripales y otros) de alto impacto en términos de morbilidad, absentismo laboral, sobrecarga asistencial y mortalidad, cuya sintomatología es fácilmente confundible con la  COVID y cuyo control, como la experiencia del invierno 2020-2021 demostró, puede beneficiarse grandemente de su aplicación. 

Debemos seguir poniendo énfasis en usar la mascarilla en interiores, especialmente los espacios mal ventilados, asegurar su uso en exteriores cuando la distancia segura no esté garantizada o existan aglomeraciones, en el transporte público, en las instalaciones sanitarias y sociosanitarias y mantener las medidas de protección en la escuela. Hay que tomar en cuenta que hay grupos poblacionales que requieren una atención especial y que hay que fomentar las medidas de protección entendiendo que hay grupos de personas cuyas condiciones de vida y cuyas características clínicas, etarias y culturales exigirán un esfuerzo especial de concienciación, de sensibilización y de atención y cuidados.

Por todo ello resultará esencial restablecer la plena funcionalidad de la atención primaria, reducir la virtualidad con la que ha estado operando en la fase pandémica, restablecer los circuitos habituales de atención presencial a las personas, e intensificar las acciones comunitarias y de coordinación sociosanitaria. Este es uno de los retos inmediatos más importantes. 

Sin duda, ello requerirá una apuesta decidida en todas las CCAA para invertir más en atención primaria a fin de dotarla del necesario personal y de los esquemas de gestión que permitan desarrollar modelos de atención multiprofesional capaces de reorientar los servicios con criterios de promoción de la salud, prevención de la enfermedad, atención rápida y trato personalizado.  La atención a las personas que viven en residencias y la coordinación con los servicios sociales habrá de ser también reforzada. Deberá asimismo reforzarse la capacidad diagnóstica y la intervención temprana en el síndrome post-COVID y ante los problemas de salud mental y abuso de sustancias cuya prevalencia se está viendo aumentada a consecuencia de las distintas situaciones creadas durante la pandemia. Los recientes y positivos anuncios realizados en este sentido deberían concretarse cuanto antes.

Además, debemos centrarnos en las próximas semanas en la prioridad absoluta de vacunar a quienes aún no tienen la pauta completa, yendo a la repesca de alrededor del 10% de la población diana que aún no está vacunada. Esto es fundamental y se torna más importante que la posible extensión de una tercera dosis a la población general, para lo que hasta ahora no existe una evidencia sólida que la indique más allá de ciertos colectivos de riesgo y personas mayores que viven en residencias. Se ha optado, sin embargo, y sin que exista un fuerte argumento en favor de ello, por aplicar una tercera dosis a todos los mayores de 70 años, seis meses después de haber recibido la pauta completa. Hay que ponderar lo que esto supone en términos de los recursos y los esfuerzos requeridos para aplicar 7 millones más de dosis en un momento en el que lo más crítico sería lograr una buena cobertura de la vacunación contra la gripe estacional en los grupos de mayor riesgo.

En resumen, toca ahora comenzar la recuperación del sistema sanitario, fortalecer las áreas que tienen debilidades estructurales puestas de relieve por la pandemia, como la salud pública, la atención primaria y la salud mental al tiempo que empezamos a dar respuesta a los impactos sanitarios y sociales de mediano plazo de esta. 

Es decir, la pandemia no ha terminado, y mucho menos en el ámbito global. Ninguna CCAA ni ningún país son una isla en términos epidémicos cuando sigue presente una pandemia de alcance mundial que ha generado tantas muertes y sigue produciendo un elevado número de contagios Se trata de la pandemia más ominosa del último siglo con más de 236 millones de casos registrados en el mundo, cerca de 69 millones de casos en Europa, y casi 5 millones de casos confirmados y alrededor de 90 mil muertes atribuidas en España. Afortunadamente estamos dejando la emergencia sanitaria. Pero, tanto en el mundo como en Europa y en España el riesgo epidémico persiste y no podemos dar por concluido el trabajo.

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