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Todos los domingos, en el boletín ‘Política para supervivientes’, algunas de las historias de política nacional que han ocurrido en la semana con las dosis mínimas de autoplagio. Y otros asuntos más de importancia discutible.

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Meloni en el Senado italiano el 15 de octubre.

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El clima político en la Unión Europea sobre la inmigración se puede resumir en un hecho: Santiago Abascal está encantado con el ambiente que se respira. De repente, cree que todos hablan en su idioma. La mayoría reclama endurecer el control migratorio y baila al son que marca Giorgia Meloni. “Algunos en cuanto gobiernan, incluso algunos socialdemócratas, están viendo cómo necesitan hacer una política de inmigración mucho más dura”, dijo el líder de Vox esta semana en Bruselas. 

Las cifras no respaldan la alarma, pero eso poco importa. Se ha producido una caída del 42% en las llegadas de personas sin papeles en 2024 en territorio de la UE, según Frontex. La urgencia es política. Los resultados electorales de la extrema derecha han hecho que varios gobiernos crean que deben hacer algo, lo que sea, aunque la efectividad de esas medidas sea discutible. 

El ejemplo más evidente se ha visto estos días con el inicio del programa italiano para enviar a Albania a los solicitantes de asilo. Se ha construido un campo de internamiento al que han llegado sus primeros moradores. Dado que se trata de una cárcel de la que no se puede salir voluntariamente, habría que llamarles presos. 

“Un experimento que empieza a hacer agua nada más empezar”, escribió Mariangela Paone. En el barco con destino al puerto albanés de Shëngjin, sólo había 16 migrantes, pero luego se descubrió que cuatro tenían que ser devueltos a Italia, dos porque eran menores y otros dos por ser considerados “vulnerables”. Si el precio era inicialmente prohibitivo, 18.000 euros por persona, subió aún más con estas bajas. Un espectáculo (deplorable) sólo para las cámaras. Para desgracia de la UE, su bandera ondeaba en Shëngjin.

El complejo penitenciario de Gjadër, situado en los terrenos de un antiguo aeropuerto militar en mitad de la nada, cuenta con 880 plazas. Su presupuesto es de 800 millones para los próximos cinco años. Se ha calculado que se tarde sólo 28 días en tramitar cada caso (con siete más para un recurso), un plazo que no es realista, porque nunca se ha hecho tan rápido. Además, una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE ha restringido el número de países a los que Italia puede considerar seguros con vistas a su deportación si se les niega el asilo. Eran 22 inicialmente y ya sólo son siete. Se han quedado fuera Bangladesh, Túnez, Egipto y Libia. ¿De dónde eran los 16 que iban a estrenar la cárcel de Gjadër? De Bangladesh y Egipto.

Algunos gobiernos empezaron a excitarse con la idea de convertir Albania en almacén de los migrantes que llegan a Europa. El primer ministro de ese país ya ha cerrado el grifo. “Es un acuerdo exclusivo con Italia, porque amamos a todos, pero con Italia tenemos un amor incondicional”, dijo el jueves Edy Rama. Se refería a las decenas de miles de albaneses que recibieron cobijo en Italia en 1991 o las ayudas recibidas por la crisis de 1997 y después del terremoto de 2019. El mensaje de Rama no podía ser una sorpresa. Lo había comentado meses antes ante las primeras dificultades legales y políticas.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, se ocupó de dar su bendición a la alternativa albanesa y otras similares. Les llamó “soluciones innovadoras”. A diferencia de la anterior legislatura, la alemana cree tener el campo libre para alinearse con más decisión en las filas conservadoras al frente de un Gobierno en el que también están socialdemócratas y liberales. Hasta parece que considera a la ultraderechista Meloni como una de las suyas. 

Hay una cara B siniestra en todo este debate. La pregunta es si los gobiernos europeos se atreverán a normalizar las relaciones con Siria con la intención última de devolver a ese país a todos los que huyeron de la guerra civil o de la represión ejercida por el régimen de Asad. Una vez más, es Meloni la que marca el camino: “Es necesario revisar la Estrategia de la Unión Europea sobre Siria, trabajar con todos los actores y crear las condiciones para que los refugiados sirios vuelvan a su patria de forma voluntaria, segura y sostenible”, anunció el martes en el Senado italiano. 

Siria, conviene recordarlo, es un país destruido por la guerra y su Gobierno no ha dejado de reprimir con dureza cualquier desafío a su poder.

Meloni predica con el ejemplo. En julio, envió a Damasco a un diplomático como representante permanente ante el Gobierno sirio, aún no con la categoría de embajador, después de doce años de ruptura de relaciones. La primera ministra no está sola. Ese mes, ocho países (Austria, Italia, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Grecia, Croacia y Chipre) se unieron para pedir la revisión de la política europea sobre Siria. El objetivo: mejorar la “situación humanitaria” de Siria y facilitar el regreso de sus refugiados. Deshacerse de ellos. 

En eso estaba el canciller alemán Olaf Scholz, que ha demostrado su oportunismo y falta de pericia en la comunicación política. En octubre de 2023, dijo: “Debemos deportar a gran escala a aquellos que no tienen derecho a quedarse en Alemania”. Diez meses después, presumía de que se había reducido un 20% el número de solicitantes de asilo. 

Pero, como había hecho esa promesa, Der Spiegel le recordó en una entrevista que en la primera mitad de 2024 deportaron “solo” a 9.465 extranjeros. Aunque sea un aumento del 20% con respecto al año anterior, la cifra de los que tienen pendiente su expulsión continúa siendo alta (más de 43.000). No había sido muy inteligente utilizar la expresión “a gran escala”, porque nunca vas a estar a la altura de las expectativas que creas. Por eso y por otras razones, los socialdemócratas de Scholz no levantan cabeza en las encuestas desde hace tiempo.

El precedente del modelo albanés es fácil de encontrar. El Gobierno conservador británico quiso hacer lo mismo, pero trasladando a los solicitantes de asilo incluso más lejos, a Ruanda. El proyecto costó en total más de 700 millones de libras (840 millones de euros), incluido el soborno al Gobierno ruandés de 290 millones, y envió allí a un total de cero personas contra su voluntad, en parte por los obstáculos impuestos por los tribunales. Sólo metieron en un avión a cuatro extranjeros que aceptaron el viaje de forma voluntaria después de que les prometieran 3.000 libras.

El delirio era tal que un informe del propio Gobierno tory calculó en 2023 que costaría la astronómica cantidad de 169.000 libras por persona (203.000 euros), incluidos los pagos a Ruanda. 

Los políticos son gente que puede llegar a ser muy persistente en los errores. El primer ministro laborista, Keir Starmer, canceló el proyecto de Ruanda, aunque se mostró interesado en la idea de Albania en una reunión con Meloni.

Pedro Sánchez no ha querido especular con la viabilidad de la idea. Ha preferido hacer énfasis en el terreno de los principios: “Si renunciamos a mirar desde una perspectiva humanitaria el fenómeno de la inmigración, el principio de solidaridad que define nuestra Unión se tambaleará”. Lo que quede de él teniendo en cuenta su respuesta a la guerra de Gaza.

Alberto Núñez Feijóo ha elogiado la política migratoria de Meloni, pero no ha querido referirse en concreto a la solución albanesa. Ahí ha sido listo. Es posible que el primer ministro griego, el conservador Kyriakos Mitsotakis, le haya alertado. Con el Financial Times, fue cauteloso: “Tengamos cuidado con esto. Esto es un acuerdo bilateral. No sé si se puede replicar a nivel europeo. Tendremos que ver si funciona”.

No ha habido que esperar mucho tiempo. El Tribunal de Roma dio este viernes el veredicto. Ha ordenado el regreso a Italia de los doce extranjeros ya internados en el centro de Gjadër. Se ha basado en el auto del TJUE para confirmar que si Egipto y Bangladesh no son países seguros, los nacionales de ese país no pueden ser encarcelados en Albania con vistas a una posible deportación futura. 

Reaccionarios e incompetentes. Es prematuro pensar que, al estrellarse el proyecto estrella de Meloni, la radicalización de la UE en materia de inmigración vaya a debilitarse. Algo se les ocurrirá. 

La foto

Núñez Feijóo apareció el miércoles en el Congreso sin gafas. No se las había olvidado en casa. El viernes, estuvo en Bruselas para reunirse con dirigentes del PP europeo y tampoco las llevaba. Últimamente, ha tenido problemas de visión –la de verdad, lo de la política viene de antes–, así que es posible que haya aprovechado para operarse y quitarse la miopía. A la espera de comprobar si es un cambio de imagen definitivo, queda la duda de si le sienta bien. A Pablo Casado, no le vino mal aprovechar unas vacaciones de verano para dejarse barba y parecer un poco más adulto. 

Tengo dudas de si el Feijóo sin gafas es un acierto. Ahora parece un jefe de Recursos Humanos de Spectra. Alguien que no se ocupa de matar a nadie y que piensa que es poco probable que se abra el suelo bajo su asiento en una reunión y perezca en medio de una llamarada o que su coche se convierta en una bola de fuego por una bomba. No creo que se les ocurra matarme por cometer un error con las nóminas, pensaría. Claro que de esta manera no va a dar mucho miedo a Ayuso. 

Libros

La cultura del mal

Mauro Entrialgo ha explicado en el libro 'Malismo' (editado por Capitán Swing) lo que todos estabais sospechando. ¿Por qué hay tantos políticos que se regodean en el mal, en los insultos a los rivales o en burlarse de los de abajo? No es pura maldad, que también en muchos casos, sino la creencia de que en esta sociedad hacer alarde de la falta de sentimientos y echar espuma por la boca puede ser rentable políticamente. Yo tengo aquí un consejo que no ha pedido nadie: si hay que elegir, es mejor ser un buenista que un hijo de puta.

Excavando en los restos de la guerra

Lo leí el año pasado y ahora ha recibido el Premio Nacional de Ensayo (dos sucesos no relacionados). En 'Tierra arrasada', de Editorial Crítica, el arqueólogo Alfredo González Ruibal traza una visión de lo que sabemos sobre la guerra desde el Paleolítico hasta nuestros días y cómo ha sido posible alcanzar ese conocimiento en el caso de épocas muy antiguas gracias a los hallazgos de la arqueología.

Amenaza inminente

Steven Forti, profesor de Historia Contemporánea, traza el ascenso de las extremas derechas en el sistema político de Europa en 'Democracias en extinción' (Akal). Es el peligro de una autocracia que llega al poder por las urnas y que actúa en consecuencia muy poco tiempo después. Con especial atención a lo ocurrido en Italia.

Al Pacino

Se publica en España 'Sonny Boy' las memorias de Al Pacino, uno de los más grandes actores norteamericanos desde los años setenta. La editorial Cúpula ha puesto en su web las primeras páginas del libro. En The Guardian, publicaron un extracto en el que se cuenta el accidentado comienzo de su trabajo en el rodaje de 'El padrino'. Es sabido que los jefes del estudio no le querían a él en el papel de Michael Corleone, aunque en realidad estaban en contra de casi todas las decisiones de casting de Francis Coppola. Habla de la escena que le salvó. La cena en el restaurante con Solozzo, rival de Vito Corleone interpretado por Al Lettieri, y el corrupto capitán de policía McCluskey (Sterling Hayden).

  • “Sterling y Al Lettieri me ayudaron a mantener alta la moral. Marcaron un estilo y además eran modelos a imitar para mí. Pero al final el guion me obligaba a dejar la mesa e ir al baño, encontrar un arma escondida y volarles la cabeza. Luego, tenía que escapar del restaurante y escapar saltando a un coche en marcha. No tenía un doble. No tenía un especialista. Tenía que hacerlo yo. Salté y no alcancé el coche. Así que ahí estaba tirado en el suelo en White Plains Road en el Bronx, tumbado de espaldas y mirando al cielo. Me había torcido el tobillo tanto que no podía moverme”.

Pensó que casi era un alivio. Ahora podrían sustituirle en el rodaje y se acabaría toda esa agonía. Todos daban por hecho que estaban a punto de despedirle. La escena se completó. Apareció un especialista que sí pudo subirse al coche en marcha. Los directivos del estudio vieron las tomas del rodaje y decidieron que Coppola tenía razón con la elección de Pacino para el papel. Como se dice en estos casos, el resto es historia del cine.

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