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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

El mercado del arte sigue (casi) impasible ante el drama animal

'Unlid 566 ml of Actimel'. Obra en acrílico, papel y yeso expuesta en la feria ARCO 2022 por la galería Formato Cómodo.
26 de febrero de 2022 06:00 h

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Hace ya seis años que en este mismo blog publiqué un artículo en el que, teniendo como excusa la celebración de la feria de arte contemporáneo ARCO, ponía de manifiesto la escasa o nula relación que existía entre el animalismo y la creación artística actual. El mundo del arte, impasible ante el drama animal era el título que encabezaba esta reflexión. Al releer el artículo he tenido la impresión de que se podría volver a publicar hoy mismo sin apenas cambiar nada. No obstante, no sería justo: aunque la estructura rígida y absolutamente neoliberal que rige el comportamiento del mercado del arte sigue siendo la misma, en estos años han ocurrido muchas cosas que, si bien no han provocado el cambio que muchos desearíamos, sí que están sumando para crear un nuevo escenario, más favorable a las reivindicaciones animalistas.

Un año después de ese artículo -en la primavera de 2016 en Madrid, y al año siguiente en Valencia, Ciudad de México y Bogotá-, desarrollamos Capital Animal, un particular festival artístico y cultural alrededor de los derechos de los animales. Desde Capital Animal reivindicábamos la presencia de este debate en el mundo artístico y cultural, y tratamos de aunar las voces que hasta el momento clamaban por separado por esta causa. Solo en Madrid, Capital Animal reunió a más de trescientos artistas, poetas, pensadores, políticos incluso, desde el ya hace cuatro años desaparecido Forges, que fue padrino del evento, hasta el Nobel de Literatura J.M. Coeetze, que lo cerró en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía con una conferencia para la que resucitó a su Elisabeth Costello y su inmenso compromiso con los sin voz. El texto, posteriormente publicado a modo de relato en sus Siete cuentos morales (2019), ponía el punto y final a dos meses de citas y actividades de todo tipo que enfocaban a los animales en la cultura como nunca antes se había hecho.

De una forma nueva, con Capital Animal alentamos entre muchos el debate animalista, algo que considerábamos urgente ante la deriva de un mundo en el que la economía impone un sistema atroz para con el medio ambiente y los animales, un debate cada vez más necesario y que ya va a ser difícil de cerrar. Para empezar, desde la mismísima Academia de Bellas Artes de San Fernando planteamos el rapto que los taurinos llevan dos siglos haciendo de la figura de Goya. La exposición Otras tauromaquias, refrendada por sus directivos, levantó ampollas que aún escuecen en los medios de comunicación que alientan la tauromaquia, casi todos los generalistas. Incluso alguien como Javier Marías se revolvió y escribió un reaccionario artículo contra la propia Academia de San Fernando o contra La Casa Encendida. Un artículo igualmente casposo escribió Antonio Burgos desde el ABC de Sevilla, periódico que llegó a acusarnos de vandalismo al tiempo que desde su suplemento de arte nos ridiculizaban en su crítica a la gran exposición Animalista. Representación, Violencia y Respuestas que durante todo aquel mes de mayo tuvo lugar en La Casa Encendida, institución que fue la gran impulsora desde un principio de Capital Animal.

¿Qué ha cambiado desde entonces hasta hoy? Es necesario recordar que desde hace un par de meses los animales han dejado de ser cosas para las leyes españolas y que en estos días está en trámite en el Parlamento la aprobación de una nueva Ley de Protección Animal que, aunque insuficiente, supone un paso adelante con respecto a la anterior.

En estos seis años podemos decir que existe una mayor sensibilidad colectiva al maltrato animal, algo que se traduce en que los gobernantes empiecen a entender que hay que legislar también la relación que tenemos con ellos. Al mismo tiempo, España se convierte en la macrogranja de Europa; la extrema derecha va conquistando plazas y haciendo bandera de su retrógrada relación con los animales; se blinda como cultural el asesinato múltiple llamado montería y ese maltrato permanente que son las rehalas de perros. Todo tiende a polarizarse y, a pesar de que la lógica, la ciencia y el sentido común tienden a avanzar en la vía de esa mejor relación interespecies, rancias tendencias tratan de impedir que así sea, imponiendo comportamientos de siglos pasados para que los animales vuelvan a ser las cosas que siempre, hasta hace solo unos días, han sido para las leyes.

La cultura y el arte son los traductores más fieles de las épocas. Leemos la historia de la humanidad a través de las obras de cada uno de sus periodos. Muchos tenemos la idea -posiblemente romántica, posiblemente idealizada- de que el artista debe ser el mejor de esta sociedad, pues erigiéndose como tal pide permiso para expandir el resultado que su pensamiento produce a través de imágenes, formas o acciones concretas. El artista, por supuesto, es un ciudadano más pero, lejos de ser expulsado de la ciudad como sentenció Platón, ahora necesitamos tenerlo más cerca que nunca para que nos ayude a digerir la complejidad de este mundo, para que nos plantee, desde la libertad de sus acciones, rutas nuevas para la navegación por estas aguas turbulentas del presente.

En esta sociedad del exceso vamos a encontrar a una mayoría de artistas que simplemente optan por producir su particular belleza como participación en esta vida, artistas que son válidos y, sin duda, los que más van a contar con el respaldo de un mercado que prefiere representaciones que no molesten, que decoren bien y que no disturben al que va a convivir con ellas. Es por eso que las revistas de arte o de pensamiento crítico tienen en la actualidad un papel secundario, si no es que han desaparecido, mientras que son las publicaciones de pura decoración o tendencias -donde mobiliario, diseño o vestimenta se mezclan con cuadros para las paredes de las opulentas mansiones- las que han ocupado su papel en la difusión de los artistas contemporáneos. Si vemos los rankings de los artistas más deseados por el mercado, los más solicitados, lo que encontramos es placidez y ejercicios de virtuosismo de toda índole, frente a un doloroso silencio y una falta absoluta de implicación en los verdaderos problemas del presente.

En este sentido, podemos entender cómo la mayor parte de los artistas actuales centran sus reflexiones en cuestiones metafísicas, antropocéntricas, ombliguistas y, en general, desarrollan discursos y estéticas alejadas de cualquier intención activamente crítica con las problemáticas urgentes del mundo. “No te mojes en nada, que no se te sienta tu aliento político, no te comprometas con ninguna causa, sé lo más neutral posible en tu creación, y tendrás muchas más posibilidades de poder comer o enriquecerte con el arte que realizas”, parece ser la consigna que sobrevuela el pensamiento de la mayor parte de los artistas contemporáneos.

Por otra parte, junto a los estetas de las formas del mundo actual, y de una manera especial en España, el mercado se afana en potenciar a otro tipo de artistas, hacedores de metalenguajes, ingenieros de reflexiones y opciones politizadas, pero con resultados hueros en relación a su conexión con el mundo. Frente a esta inmensa mayoría de artistas -los estetas de las formas y los malabaristas de los pensamientos- están los que que, para mí, son los verdaderamente necesarios: aquellos que entienden que lo que producen tiene que sobrepasar su propio interés y su ego y sortear las exigencias del mercado y del museo; aquellos que pretenden construir elementos críticos y activos para con en el mundo en el que participan. Artistas que de una manera u otra entienden que su obra tiene un sentido activista, un sentido contestatario y esencialmente reflexivo hacia diferentes problemáticas que forman parte de su vida y que, por supuesto, se difunden mucho más allá del espacio de exhibición y reflexión artístico. Esos son los que yo considero necesarios, los que creen que sus pinceles, sus cuerpos o sus cámaras son armas en guerra en la búsqueda de un mundo mejor y actúan en consecuencia.

Hay muchos mundos del arte y hay que entender que el que encontramos representado en las galerías que participan en ferias como ARCO y en otras paralelas es solo una parte del gran espectro que configura la creación del mundo artístico. Estas ferias representan la parte sin duda más visible y la que encuentra una mejor valoración, sobre todo por parte del mercado (que es a quien en principio va todo dirigido) y del público general (al que se ofrece todo perfectamente expuesto para ser digerido). En este sentido, las galerías de arte son las verdaderas legitimadoras en un sistema que deja poco espacio si no entras por su estructura comercial.

¿Un arte que denuncia el maltrato animal tiene espacio en estos comercios de arte destinados al consumo de una parte pequeña de la sociedad? ¿Apuestan las galerías que vemos en estas ferias por un arte activamente político, que pone el foco en las verdaderas problemáticas, latentes en la sociedad? La respuesta es sí y no. Sí, pues hay algunos ejemplos que pueden mencionarse e incluso galerías concretas, como la ADN de Barcelona, una rara avis que tiene como base de su trabajo la obra de artistas esencialmente críticos o que son activistas políticos. Y no, pues la generalidad nos habla de que los discursos están muy soterrados, la mayoría de los trabajos sobre los que versan los artistas contemporáneos se centran en resolver cuestiones menos politizadas o, si lo son, es desde el tamiz de una estetización capaz de desactivar cualquier mensaje político que parezca evidente.

El mercado del arte no es el lugar más adecuado para gritar las injusticias del mundo o, al menos, no es el lugar en el que esos gritos pueden ser efectivos de una manera evidente y directa. El mercado tiene una estructura regida por la especulación y el clasismo exacerbado que necesita un mundo socialmente injusto. Eso no implica que, desde el compromiso, no haya que lanzar ciertos temas en este ámbito. Los espacios del arte y la cultura son legitimadores de temáticas y, en este sentido, es necesario invadirlo a pesar de que la efectividad de los gritos no sea directa o evidente. El arte sí puede serlo, aunque la dinámica mercantil deslegitime la mayoría de las consignas críticas que en él se puedan verter. El verdadero artista activista suele, de esta forma, plantear una estrategia dificilísima, mediante la cual, la mayoría de las veces, tiene que resignarse a desistir de formar parte del mercado del arte, si no quiere renunciar a conseguir el eco que su grito necesita.

Pongamos un ejemplo: el fotógrafo Aitor Armendia es para mí, sin duda, el artista animalista más destacado de nuestro país. Su trabajo es documental, absolutamente crítico, pero no por ello renuncia al aspecto creativo con el que desarrolla cada una de sus temáticas o series. ¿Qué galería se atreve a llevar a una feria, por ejemplo, imágenes de una macrogranja con todos los horrores que en ella se concentran? O dicho de otra manera, ¿qué coleccionista accedería a convivir en su casa con el infierno que la obra de este autor denuncia? Así, el artista verdaderamente comprometido no tiene fácil encontrar un espacio en el mercado del arte y asume que su obra, en el mejor de los casos, solo podrá tener sentido reproducida en publicaciones, especializadas o generalistas, o conseguir determinados premios, la mayoría solo honoríficos y sin retribución alguna.

El mismo sistema comercial que protege y alaba a artistas decoradores de estancias de ricos y poderosos, o a perversos personajes éticamente deplorables, como Damian Hirts o Jan Fabre (que expone la muerte de inocentes como hecho estético, saltándose todo norma moral), el mismo sistema que sigue disponiendo de un capítulo de arte taurino en nuestro país, se blinda con la negación del espacio comercial ante cualquier obra que sea una crítica directa a lA atrocidad en la que se sustenta. La mayoría de los artistas que han planteado un trabajo animalista crítico, y necesario para lanzar a la sociedad una reflexión, acaban abandonando la tarea por pura supervivencia, al ver que sus obras no solo no le procuran ninguna retribución para seguir trabajando sino que además son la causa de que se les cierran paulatinamente la mayoría de los espacios donde podrían exponerse o comercializarse.

Es casi imposible lanzar una verdadera consigna animalista desde la creación contemporánea sin que esta acabe arrinconada. En 1985, desde el ámbito de la música actual, Morrisey fue capaz, con todo el esplendor de The Smiths, de gritar Meat is Murder, “la carne es asesinato”, en un mundo donde la mayor parte de las canciones solo versan sobre cosas como que si tú me quieres o yo ya no te quiero o cómo me gustas o cómo te extraño. Aquel grito universal contra el matadero sin fin que sostenemos solo tiene comparación con el discurso que lanzó el gran actor Joaquim Phoenix al recibir un Oscar hace un par de años, en el que denunció a toda la humanidad por su deplorable relación con los animales. Sin embargo, casi automáticamente, el sistema arrincona cualquier mensaje importante a base de banalidad y de una nube de vulgaridad extrema. Así es capaz de aturdir a un mundo entero que no quiere escuchar, como diría el mismo Morrisey mas tarde en otro disco, The World Won´t Listen. Lo que ocurre en la música se puede extrapolar al resto de los ámbitos de la creación como la literatura, el cine o las artes plásticas. The World Won´t Listen.

De esta forma, el artista con conciencia animalista se ve abocado a no tratar de forma evidente estos asuntos o, si lo hace, a plantearlos con una estrategia muy concreta, que no sea rechazada de antemano por el escaparate espectacular del mercado. La mayoría de los artistas animalistas no pueden sacar a la luz sus obras más comprometidas y se ven abocados a desarrollar otras en las que los discursos son más suaves. Por pura experiencia propia puedo asegurar que cuando uno es considerado animalista muchas personas enfrente se sienten violentadas y sienten la necesidad de justificarse sobre cuestiones para los que uno no les pregunta. Peor aún, muchas puertas que hasta entonces estaban abiertas se cierran paulatina y definitivamente. El mundo no quiere escuchar.

No obstante, en los últimos años varios de estos artistas han logrado habitar las paredes de los inmaculados muros galerísticos con obras plenamente animalistas, respaldados por galeristas que han intentando comercializar casi lo imposible. En la edición de 2019 vimos por fin una gran obra animalista conviviendo entre las miles de obras dispuestas en el gran mercado que es ARCO. Manuel Franquelo-Giner exponía en la Twin Gallery una magnífica obra, Ornamentos materiales para un matadero, sobre la que el propio artista escribió en este blog.

Si recorremos ARCO este año vamos a encontrar por todas partes animales representados. No obstante, ninguno de ellos está clamando por la situación que atraviesan en el mundo que les hemos arrebatado, casi todos alegóricos, decorativos o, lo que es peor, protagonistas de su propia tortura o muerte. Así, avergüenza en la feria encontrar una obra del archifamoso y mulitimillonario Miquel Barceló con un primer plano de la silueta de un toro que parece estar recibiendo decenas de lanzas bajo un fondo amarillo y un suelo rojo. Avergüenza su precio y avergüenza su claro mensaje a favor de esa lacra que como sociedad arrastramos desde el medievo. Como avergüenza ver, en un invierno primaveral, abrigos de pieles indecentes lucidos por personas sin pudor alguno. Avergüenza estar viendo obras y que a tu lado pase altiva esa tal Victoria Federica, perseguida por un séquito de periodistas persiguiéndola. Avergüenza ver a políticos como la consejera de Cultura de Andalucía, Patricia del Pozo, pasear con sus secuaces ante “lo moderno”, cuando en su pluma aún está caliente la firma diabólica capaz de convertir las monterías y rehalas en Bien de Interés Cultural, algo que va a condenar a los animales andaluces a un infierno legal y protegido. Estas y muchas estampas son las que uno tiene que digerir si quiere saber qué es el mundo comercial del arte, un mundo que se supone lo más avanzado pero que está tomado por lo peor de lo que somos como sociedad.

Por tanto, si eres una persona animalista, si tu prioridad en la vida es comprometerte en la lucha por una mejor relación con las otras especies de nuestro planeta, el mundo del mercado del arte no es tu lugar, sin duda. No obstante, entre tantas obras de todo tipo, entre miles de discursos y relatos sacados de contexto para ser consumidos por pudientes (y cada vez por menos instituciones), podemos encontrar obras como con la mencionada de Manuel Franquelo-Giner. Y en esta edición 2022, una obra absolutamente interesante de una gran artista, desde hace tiempo comprometida con la causa animal, una obra que de forma sutil desnuda la perversión de las imágenes que acompañan a los productos que la industria nos ofrece en esta sociedad del hiperconsumo, de la que casi obligatoriamente todos participamos y de la que se oculta la información más importante.

Tania Blanco (Valencia, 1978) viene desde hace años construyendo unas esculturas que reproducen literalmente las formas, los dibujos y los diseños que acompañan a muchos de los productos que habitan plácidamente nuestros supermercados. Con cerámicas policromadas realizadas como verdaderos trampantojos, la artista saca a la luz lo que las marcas ocultan o disimulan. Por ejemplo, de esas “deliciosas lonchas extrafinas” que una marca como El Pozo vende en pequeños paquetes de plástico, la autora recalca el conservante E-250 en el que se sustenta la carne putrefacta que porta el envase, así como cambia la imagen plácida de los cerdos representados por la verdad de esas jaulas en las que viven hacinados. En España viven más de 60.000.000 de cerdos y la inmensa mayoría de ellos solo ven directa la luz del día cuando son subidos a los camiones que los transportan a los mataderos. Los cerdos no tienen otra vida al aire libre más allá que esa con la que nos topamos constantemente en la carretera, cuando van en esos transportes hacia su destino final. Millones de cerdos a los que se les niega cualquier sintiencia pues simplemente son valorados por el peso de su cuerpo. Vivimos en un mundo donde da igual criar champiñones que cerdos, simplemente se trata de que crezcan y se puedan vender para alimentar a una sociedad que quiere que todo esté bien envasado para no pensar en la calidad real cuando consume.

Recordemos la obra de un gran artista, que se vio en Capital Animal y que nunca ha llegado a ARCO. Félix Fernández (A Coruña, 1977) mostraba con carboncillo la placidez de un paisaje con una de esas instalaciones de cría y engorde de estos animales, con una portela que rezaba: 'Lo que pasaba allí no importaba a nadie'. Representaba una de esas 3.232 macrogranjas que en los últimos años han invadido el paisaje español, haciendo que eso que llaman la España Vaciada sea en muchos lugares la España Repleta o la España Invadida de estos recintos del averno que no solo contaminan campos y acuíferos sino que por encima de todo son espacios donde los animales allí hacinados sufren un dolor insondable. Sociedad inconsciente, felizmente inconsciente, que prefiere vivir mirando hacia otro lado e ignorar una realidad tan atroz. Sociedad que hiperconsume, felizmente autoengañándose. Sociedad que prefiere un calentamiento global que conduce directamente a la extinción masiva antes que cuestionar los hábitos de sus paladares.

Entre tanto ruido, tantas obras seduciendo a través de formas y estéticas dispares, estas pequeñas esculturas de Tania Blanco en la Galería Formato Cómodo, al menos mantienen una llama casi inédita en un mundo comercial que suele preferir discursos y relatos artificiales que autofagocitan esto que se llama mercado del arte y que, repito, es solo una parte de la creación contemporánea, pues cada vez hay más autores animalistas o políticamente comprometido con otras causas importantes, artistas que a pesar de no encontrar el respaldo del mercado no abandonan sus principios y desarrollan sus trabajos aún sabiendo que difícilmente van a poder ser exhibidos y comercializados.

En los últimos años se han desarrollado trabajos absolutamente comprometidos con la causa, como el que Estela de Castro (Madrid, 1978) ha llevado a cabo visitando paulatinamente el infierno que son los zoológicos y la degradación moral en la se sustentan. Bajo el titulo de Zoocosis retrata la profunda tristeza y desesperación de los habitantes de esos recintos anacrónicos, crueles e innecesarios. Ares es el nombre del gallo que vive en la protectora Animal Rescue España, que fue fotografiado por Estela y que sí está en la feria ARCO, pero no en la sección comercial.

En esa misma protectora el fotógrafo Pierre Gonnord desarrolló un trabajo inmenso que se concretó en el libro Olvidados (2020), con imágenes que hoy no están en ARCO pero si recorriendo las calles de Madrid, ampliadas en un camión, recordando a todo el mundo que la ley que se está tramitando sobre protección animal no puede dejar apartados a los perros mal llamados de caza y que son, además, la amplia mayoría de los 300.000 que cada año se abandonan en las carreteras de nuestro país.

Con todo, cada vez hay más artistas animalistas, algunos que ya llevan el compromiso directo y sin miedo a sus obras y lo hacen desde estrategias muy distintas. Miguel Scheroff (Navas de Tolosa, 1988), uno de los nombres que más está arriesgando en sus investigaciones con el lenguaje pictórico, está presente en la Galería Renace en otra de las ferias paralelas, con una obra en la que critica como el ser humano explota y masacra a los animales en sus luchas y ambiciones. Desde otro prisma, que ella define como videoguerrilla, la activista María Cañas (Sevilla, 1972) ha denunciando la aberración que es la tauromaquia en la película experimental La Cosa Vostra (2019) o en la recientemente presentada En el futuro. Predicciones para un presente extremo (2021), en la que desde el humor y la ironía ácida aboga por un mundo donde desaparezca esa lacra humana. De otra naturaleza es el trabajo de Lidia Toga (Madrid, 1980) que, a través de la revista Garzetta enfoca sus pinceles sobre las aves que pueblan el renaturalizado Manzanares madrileño. Silvia Lermo (San Fernando, 1986), Lou Campos (Córdoba), Quique Ortiz (Santander, 1988) o Paco Mármol (Cádiz, 1967) son algunos de los nuevos nombres que están trabajando de una manera contundente por la causa animal y se unen a la lista de artistas que ya vimos en Capital Animal y que de una manera valiente anteponen sus ideales a las exigencias del mercado.

Es jueves de madrugada. Quiero acabar y enviar ya este artículo, que saldrá el próximo sábado, pero la radio me dice que Rusia está invadiendo Ucrania y me paralizo ante lo que claramente siento como el fracaso sin fin que somos como seres humanos. En un mundo gobernado por dementes con bombas para destruir mil veces el planeta cualquier desenlace es posible. Cuando ya todo está en llamas pienso que quizás no deberíamos habernos decorado tanto y deberíamos haber trabajado con una mejor implicación en esta herramienta llamada arte y haberla convertido en un verdadero arma que nos hubiera hecho mejores. Quizás nos hemos ensimismado demasiado, quizás ya sea muy tarde. 

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