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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Los derechos del colectivo vegano

El colectivo vegano recibe un trato sistemáticamente discriminatorio.

Núria Almiron

Dijo la doctora Elisabeth Kübler-Ross en 1969 que para aceptar las verdades dolorosas (la muerte de un ser querido, una tragedia, una enfermedad terminal, etc.) todos pasamos por tres etapas antes de llegar a la aceptación. Son las llamadas etapas del duelo porque tienen en todos los casos que ver con la muerte literal o simbólica de alguien o algo: para llegar a la aceptación de la pérdida antes pasamos por la negación, la ira y la depresión.

A tenor de la reacción crecientemente airada de una parte de la sociedad contra el veganismo y el llamado movimiento animalista, es posible deducir que la verdad que estos conllevan (que hay que abandonar los violentos hábitos especistas) representa todo un proceso de duelo para una sociedad profundamente anclada en la violencia contra los animales no humanos -además de contra los humanos. Un proceso en el que claramente hace ya tiempo que hemos pasado de la fase de la negación a la fase de la ira. Una fase claramente liderada (y financiada) por los intereses económicos que hay detrás de la violencia especista ­-principalmente en el sector de la agricultura y la alimentación- pero que recibe el apoyo de muchos periodistas, autoridades, expertos y ciudadanos en general, profundamente adictos a los hábitos especistas y dispuestos a defenderlos con vehemencia e incluso con violencia.

En este contexto -una virulencia antivegana que no puede desligarse además de la involución democrática en toda Europa y marcadamente en el Estado español, este artículo quiere defender la necesidad de incorporar de forma urgente a la defensa de los animales la defensa del colectivo vegano en nuestro imaginario y estrategia política.

El veganismo como ideario

Habitualmente, las personas que por motivos éticos hemos elegido una filosofía de vida vegana afirmamos que esta elección no debe poner el foco en nosotras sino en el objeto de nuestra decisión, en el sufrimiento que causamos a los otros animales, en el supremacismo moral que supone tratar a otros seres vivos sintientes como objetos y considerarlos como propiedad privada. Esto es esencialmente cierto, el veganismo no va de nosotras, las personas veganas, sino de lo que les hacemos a ellos, a los demás animales. Si alguien adopta una dieta vegana por otros motivos es perfectamente legítimo, pero en realidad no deberíamos llamarle vegano o vegana, porque este término no se acuñó para referirse a un cambio de dieta por motivos interesados (para beneficiar nuestra salud o conservar nuestro planeta), sino que se refiere a un cambio de filosofía de vida por motivos desinteresados (para beneficiar a otros). Por este motivo el concepto veganismo ético es redundante. Y por este motivo las personas que siguen una filosofía vegana no quieren que se ponga el foco en ellas sino en el objeto de su decisión: la violencia que infligimos a los otros animales.

Dicho y reconocido que lo importante son los otros animales y su situación, no las personas humanas que evitamos contribuir a la violencia contra ellos, creo no obstante que ha llegado el momento de reclamar también poner el foco en las y los veganos. Y esto es así por tres motivos. Primero, por razones meramente prácticas, porque si no nos preocupamos de la defensa del colectivo vegano estamos perjudicando indirectamente la defensa de los animales en particular y la lucha contra la violencia en general. Segundo, por pura libertad ideológica, porque el colectivo vegano, como minoría social, tiene derechos y debe reclamar su reconocimiento y aplicación. Y, tercero, porque el veganismo, como movimiento ético, contribuye al bien común de forma muy relevante, al promover valores altruistas como la compasión, la no violencia y el igualitarismo.

Como es bien sabido, el ideario vegano tiene un impacto que va más allá de sí mismo, debido a la menor huella ecológica de la dieta vegana, su impacto positivo en la salud humana, su aportación al progreso moral de la sociedad e incluso su contribución al bienestar de las y los humanos, porque el comportamiento ético con respecto a los animales reduce, si no elimina por completo, la disonancia cognitiva generada por la violencia contra ellos, de modo que aumenta el bienestar mental y psicológico de las personas al adecuar sus comportamientos a sus valores. Sin embargo, todo esto es complementario. Si todos estos factores desaparecieran seguiría siendo reclamable proteger al colectivo vegano como minoría ética que tiene derecho a la libertad de conciencia como cualquier otra.

A pesar de ello, el colectivo vegano no solo es menospreciado, ridiculizado o incluso criminalizado, sino que además recibe un trato sistemáticamente discriminatorio. El filósofo Oscar Horta ha descrito cómo lo que sufre la comunidad vegana es una discriminación en toda regla, tanto en la esfera pública como en la privada. En primer lugar, se la discrimina por mera veganofobia, cuando las personas veganas son consideradas de modo desfavorable simplemente por ser veganas. Se las discrimina como sujetos cognitivos, pues se las considera poco fiables para hablar del sufrimiento de los otros animales o de temas de nutrición (se las considera sesgadas). Se las discrimina moralmente, se las considera arrogantes y confundidas éticamente (por no dar prioridad a la especie humana). Y finalmente, dice Horta, se las discrimina estructuralmente, porque el sistema no solo no les garantiza poder vivir acorde a su ética, sino que además les obliga en determinados momentos a vivir explícitamente en contra de ella.

Así, las personas veganas contribuyen de forma mucho menor al gasto sanitario y medioambiental, pero pagan los mismos impuestos. Las y los veganos pagan las mismas tasas en las escuelas, donde sus hijos no tienen opciones veganas. En la sanidad pública los facultativos con nociones no sesgadas sobre veganismo son una excepción, con el detrimento en la calidad del servicio que ello supone. En la universidad, los investigadores que utilizan animales en la experimentación reciben precisamente por este motivo (por el elevado coste que ello implica) mucha mayor financiación -y con ello mayor prestigio- que los que no los usan. Las autoridades políticas promueven y subvencionan con los impuestos del colectivo vegano a las industrias cárnica y láctea en lugar de a las industrias veganas, mucho menos contaminantes, más saludables y éticas.

Respeto, protección y derechos

Actualmente, y por fortuna, la mayoría de las ideologías discriminatorias, a pesar de seguir existiendo, han dejado de estar protegidas. El sexismo, el racismo o el fascismo, por ejemplo, siguen a la orden del día, pero ya no son legal ni socialmente aceptables. De forma que solo los más retrógrados se atreven a criminalizar a las feministas, antirracistas o antifascistas. Sin embargo, reaccionarios, liberales, conservadores y progresistas se unen a la hora de atacar al veganismo con el apoyo, cuando no impulso, de la industria, la política y los medios de comunicación.

La nutricionista Lucía Martínez ha denunciado que jamás toleraríamos el trato que reciben los y las veganos si se tratara de otras minorías y que los medios de comunicación deberían plantearse por qué hacen titulares alarmistas, críticos o incluso burlescos contra el veganismo con tanta frecuencia mientras que no los hacen nunca o casi nunca contra el omnivorismo, a pesar de que el número de estudios científicos que vinculan este último a riesgos de salud son mucho más numerosos y a pesar de que los hospitales están llenos de omnívoros, no de veganos.

Entre tanta virulencia, tendemos a olvidar algo esencial: que el colectivo vegano, como minoría ideológica, está completamente amparado por el marco legal. La libertad de conciencia o ideológica está protegida en el derecho constitucional de muchos países -aunque se aplique arbitrariamente en algunos- (artículo 16 en el caso de la Constitución española, artículo 10 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea). Y en la Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas aprobada por Naciones Unidas en 1992, el artículo 1 incorpora la protección y no discriminación por motivos culturales.

La creciente comprensión de que el rechazo a la violencia contra los animales constituye un derecho fundamental que debe ser protegido y respetado es además cada vez más explícita. En Canadá, en 2016, gracias a una de las pocas campañas realizadas por una ONG animalista en defensa del colectivo vegano, la Comisión de Derechos Humanos de Ontario actualizó su definición de credo para incorporar las creencias éticas, como el veganismo, entre los derechos humanos que deben ser protegidos de discriminación. Y en Cataluña, en 2017, un juzgado condenó por razones de 'odio ideológico' la agresión en un correbous a dos defensoras de los animales.

En síntesis, mientras esperamos a que llegue la aceptación social del fin del especismo, el colectivo vegano debería dejar de minimizarse y reclamar protección de sus derechos y respeto por sus posiciones. Para que atacar o reírse de la compasión, la justicia, la no-violencia y el igualitarismo de la ética vegana no salga gratis.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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