El grito de alarma se dió en Dinamarca a principios de junio, y sin tiempo para hacerse más preguntas se sacrificó a todos los visones americanos que había en la primera granja donde se detectaron positivos por coronavirus. Casi al mismo tiempo, los casos positivos se multiplicaron en Holanda (más de una veintena), que tuvieron como respuesta acelerar cuatro años el cierre de estas granjas para siempre. A los motivos éticos, que ya se habían aprobado en el Parlamento por razones de bienestar animal y los conflictos con las especies autóctonas, se sumaba ahora el riesgo de que los visores se convirtieran en un reservorio del virus también para humanos. Muy pocos días después de que el norte de Europa diera la alerta, Unidas Podemos presentaba una iniciativa en el Congreso de los Diputados para pedir el cierre de todas las granjas de visones en España.
La petición ya había sido formulada por grupos conservacionistas como WWF nada más desatarse la pandemia, que advertían de “esta bomba para la salud y para la biodiversidad” a la vez que se registraban los primeros positivos en otro recinto peletero en Teruel. Ya en julio, pasamos de la precaución con resultados no concluyentes en muchos ejemplares y la cuarentena de la granja, a decidir acabar con la vida de los 92.700 visones que se encontraban en esa instalación. “Considerábamos que la inmovilización estaba justificada, pero no creíamos que la situación fuera como para tomar una medida tan drástica como la de ahora”, decía a mediados de julio Joaquín Olona, Consejero de Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente del Gobierno de Aragón, que insistía en que entre los animales no se había detectado “comportamiento anómalo, ni mortalidad, ni patología alguna”.
Zoonosis y la sombra de Excálibur
La resolución no sorprendía a muchos frente a la indignación generalizada. “La industria peletera es un negocio multimillonario que se sirve de la miseria y el sufrimiento de millones de animales”, comenta David Herrero, antiguo coordinador de la Fundación Equanimal, que asegura que la noticia le entristeció, pero no le sorprendió. “En su caso, quién sabe cómo serían sacrificados. Seguramente de la manera más económica posible, ya que eso siempre está por encima de todo. Un todo vale siempre que conlleve un beneficio económico”, reflexiona. Una decisión que hizo que apareciera en la memoria el caso de Excálibur, el perro de la enfermera contagiada de ébola, Teresa Romero, que fue sacrificado sin que se llegara a saber si estaba contagiado o si generaba peligro alguno. “Siempre pagan los mismos”, explica Andrea Torres, técnica del departamento de animales salvajes de FAADA. “De humano a visón está clarísimo que hay contagio, pero no se sabe que de visón a humano haya transmisión. Si hay centenares de casos de contagios en Holanda pero solo un trabajador contagiado, el problema no está en los animales”, comenta.
“La zoonosis siempre ha estado entre nosotros”, comenta Torres, a la vez que explica qué es la transmisión de enfermedades de animales a humanos y al revés, y que muchos científicos apuntan a que el coronavirus es uno de esos elementos que podría llevar desde hace mucho entre nosotros pero algo le ha hecho “saltar”. “Tal y como nos comportamos con los animales”, prosigue, “puede ser la fuente y también la presión que estamos ejerciendo sobre el planeta. Por ejemplo, está comprobado que donde hay lobo no hay gripe porcina. Por eso en Cataluña tienen miedo de que llegue esta enfermedad porque existen muchas macrogranjas, muchos jabalíes y no hay lobo”. Como pasó con el ébola, con el coronavirus se está intentando parchear el origen -los sospechosos mercados húmedos- sin caer en la cuenta de otros escenarios que son riesgos para la salud de humanos y animales.
Empezando, por ejemplo, por el turismo de animales salvajes, donde al abrazar a un elefante podemos contraer tuberculosis o infectarl a los primates una gripe mortal para ellos. O el circo con espectáculos con fauna salvaje o los zoos, y actividades económicas muy lucrativas que se siguen permitiendo. “Aquí tenemos ferias de todo tipo, ganaderas y de otros animales, como los reptiles, que son el principal transmisor de la salmonelosis en EEUU. ¿Qué hacemos teniendo tortugas, serpientes o iguanas en casa?”, comenta Torres.
Moratoria de cierre frente a un lobby poderoso
Para FAADA, el momento en el que se declaró al visón americano como 'fauna invasora' tendría que haber sido el momento de acabar con esta industria. “Muchas de las poblaciones de visones que se han establecido en la naturaleza y han hecho mucho daño vienen de granjas, ya sean por escapes o por liberaciones”. Frente a esto se priorizó la actividad económica y salvar los pocos puestos de trabajo que la industria peletera genera antes que cuestionar si era sostenible o no mantener las granjas cerradas. Una fuerza como lobby que incluso logró que se planteara su presencia en un centro de bienestar animal a nivel europeo, que forma parte del programa con fondos europeos Welfur y que, sin duda, logrará unas indemnizaciones sustanciales por el sacrificio de estos animales. Un posicionamiento que llama mucho la atención viendo la evolución de las cifras de la industria. Según Eurostat, el número de empresas (todas de menos de 20 empleados) que se dedican a la confección de productos de peletería en España bajó de 290 en 2009 a 146 una década después. Una caída proporcional al decrecimiento de la demanda y a la nueva oferta de pieles sintéticas (que en EEUU ha crecido un 46% y un 180% en Reino Unido desde 2017, según Edited).
En este escenario, ¿cómo logran tener tanto peso en las políticas económicas y permisos de comercio? “Recuerdo que hace nueve años”, comenta Herrero, “la Asociación Nacional de Productores de Visón se personó como acusación particular en un entramado destinado a acabar con aquellas organizaciones y personas que mostraban la realidad de lo que ocurría en las granjas de visones. Un entramado lleno de irregularidades, con acusaciones de supuestas actividades ilícitas, sueltas de visones y revelación de secretos. Un compendio de mentiras contra unas personas que no habían cometido ninguno de esos actos de los que se les acusaba”. Una causa contra 25 personas que quedó archivada pero que dejó patente las relaciones sociales y económicas de diferentes estratos del poder en torno a la industria peletera.
Por todo ello, tanto desde asociaciones conservacionistas como ecologistas y animalistas se pide el fin de esta industria, que en España solo cuenta con 37 explotaciones, la mayoría en Galicia. “Lo primero que se debería hacer es prohibir la importación y la cría; lo segundo, saber de cuántos animales hablamos para hacer la moratoria más corta o más larga; y luego, buscar espacios para cuidar a esos animales”, explica la responsable de FAADA, que recuerda que, en el caso de reconversión de otros sectores, ha sido fundamental dar soluciones a los animales hasta ahora explotados. “En el caso de los circos, que se les animó a cambiar de espectáculos, llegaron a amenazar con sacrificar a los animales si les cerraban las actuaciones de un día para otro”.
Las granjas de visones son un reducto primitivo para muchos, si tenemos en cuenta los pasos que desde Europa ya se han dado para pensar en el bienestar animal. “Ha llegado el momento de que se prohíban, como debió haber pasado hace ya mucho tiempo”, resume Herrero. “Cerrar la peletería”, retoma Torres, “es un claro paso que debe dar Europa. Igual que ya lo hizo con la experimentación para cosmética y el que tiene que dar con la venta de animales salvajes”. “Si no damos estos pasos, cómo vamos a empezar a plantearnos qué pasa con las granjas de consumo”, concluyen desde FAADA.
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