Mucho se ha hablado últimamente del aceite de palma. Un vídeo de la cadena de supermercados británica Iceland que enseñaba a un pequeño orangután destrozando la habitación de una niña (imágenes utilizadas como metáfora de lo que hacen los aceiteros en el hábitat de los simios) se hizo viral el pasado diciembre a raíz de su prohibición en las cadenas de televisión del Reino Unido. Detrás de esta censura estaba la presión de los poderosos lobbies del aceite de palma.
La demanda y consumo de ese aceite crece anualmente de manera desproporcionada. Todas las grandes marcas de alimentación, propiedad de los grandes conglomerados multinacionales, son los mayores clientes de las empresas aceiteras. Pero también lo usan las compañías petroleras. Encontramos aceite de palma mezclado en los combustibles de origen fósil, el llamado bio-combustible que tanto se promocionó en Europa con la falsa etiqueta de “ecológico”.
Lo usamos a diario y no nos damos ni cuenta. El aceite de palma, escondido en las listas de ingredientes con alguno de sus 200 nombres, lo comemos, bebemos, ponemos en el pelo, los dientes o la piel, y nos transporta. A pesar de que sus efectos sobre el organismo humano no están claros, los productos donde mayoritariamente lo encontramos son la comida más basura de los supermercados (patatas fritas, bollería industrial, precocinados, margarina, etc.), productos todos ellos que contienen exceso de grasas y azúcares.
Pero el problema más evidente hoy no es el nutricional ni el de su peligrosidad por sí mismo para la salud pública, más allá de sus acompañantes nocivos. Sus efectos sobre el medio ambiente y las poblaciones locales, humanas y no humanas, sí están claros. Ya hay evidencias científicas contrastables. Ya existen consecuencias nocivas visibles. Allá donde es plantada, la tala y empobrecimiento de los suelos, la miserización de la población local campesina o de los pueblos originarios desposeídos de sus tierras y la explotación de las y los trabajadores de las plantaciones son los principales efectos sociales y culturales. Y, de su mano, se acompaña la aniquilación de la flora y de los otros animales.
La palma es originaria de África y su cultivo se trasladó a Asia. Es una planta que solo crece en climas tropicales o, lo que es lo mismo, selváticos. Países que antaño estaban cubiertos de selvas y en los que habitaban animales como tigres y elefantes, como Malasia, son ahora grandes plantaciones moteadas con pequeños y escasos parques nacionales, “reserva” de los pocos animales supervivientes. Indonesia va por el mismo camino. Pero no es suficiente para las compañías y se están expandiendo a otros continentes y devastando a su paso el África original y también América Latina.
Las grandes compañías aceiteras compran a bajo precio o roban tierras a poblaciones indígenas, a menudo con la ayuda de gobiernos y administraciones cobardes, impotentes o corruptos. Tierras sagradas para sus habitantes que son usurpadas a sus legítimos y, en ocasiones, ancestrales usuarios y propietarios para ser taladas o quemadas. Sus cultivos de autosubsistencia y sus selvas son arrasados y, en su lugar, aparece un gran monocultivo. Las poblaciones locales se ven obligadas a trabajar en las plantaciones para las empresas aceiteras en condiciones semiesclavas, o a emigrar. El aceite de palma está detrás de movimientos migratorios tan desesperados y dramáticos como el de la caravana que se dirigió recientemente a Estados Unidos.
Una de las víctimas más inocentes de este horrible negocio es el orangután. Como todos los grandes simios, los orangutanes están en peligro de extinción. Sin embargo, a diario su hábitat se ve reducido por la quema y tala de las selvas donde viven. Pero no solo eso, sino que, vistos como una plaga por los productores aceiteros, son perseguidos en las plantaciones y sus alrededores, adonde van en busca de comida. Los individuos adultos suelen ser ejecutados. Sus bebés son robados y vendidos a zoos, o acaban en manos de redes de traficantes. Las redes de traficantes de vida salvaje son las mismas que trafican con drogas y con armas, por lo que no es raro encontrar animales salvajes en las redadas a los grandes traficantes. Estas mafias operan a través de las redes sociales, y hasta hace poco con casi total impunidad.
Una ONG indonesia, Jakarta Animal Aid Network, ha establecido -junto con aquellas autoridades locales concienciadas- un programa pionero de investigación, infiltración, desmantelamiento y detención de estas redes contrabandistas. En todas sus redadas hasta el momento se han encontrado orangutanes bebés destinados a una solitaria vida lejos de la selva. Animales muy sociables, que pasan toda su vida en la copa de los árboles, son arrebatados de su hábitat y vendidos al mejor postor, o ejecutados a sangre fría. Los dueños de las plantaciones animan a los trabajadores, desesperados con sus míseras pagas, a salir por la noche a capturar a los magníficos orangutanes. Una razón más y muy importante para acabar con el desmesurado consumo del aceite de palma que está acabando con nuestros primos, los orangutanes.
Digamos no al aceite de palma: no en mi comida, no en mis cosméticos y no en mi depósito.