La ascensión del Rum Doodle
Ahora que acabamos de celebrar el 70 aniversario de la primera vez que dos seres humanos alcanzaron la cima del Everest, convendría recordar que pocos años después de esta hazaña, en 1956, vio la luz una novela humorística titulada The ascent of Rum Doodle que, probablemente, se inspiró en la aventura protagonizada por Tensing Norgay y Edmund Hillary. La obra, publicada por primera vez en España en 2001 por Barrabés con el nombre de Al asalto del Khili – Khili y reeditada en 2016 por Blackie Books bajo el título de Hasta arriba, es una ficción que reemplaza la épica por el humor, la compostura por la parodia y la gravedad que, habitualmente, distingue a los libros de montaña por el absurdo y las situaciones directamente ridículas o inverosímiles. Estas características convierten a su autor, W. E. Bowman (1911 – 1985), en uno de los mejores y más desconocidos exponentes del british humour, un subgénero cultivado por autores tan célebres y populares como P. D. Wodehouse, Jerome K. Jerome, Evelyn Waugh, Kingsley Amis o Tom Sharpe.
La vida de Bowman fue, por decirlo de algún modo, bastante convencional y siempre se mantuvo alejada de los focos. Sabemos que nació en Scarborough pocos años antes del inicio de la P.G.M. y que, tras cursar estudios de ingeniería, ocupó diversos empleos en Middlesbrough, Londres y Swansea. Posteriormente, al estallar la S.G.M., sirvió en la R.A.F. como instructor de radar y, una vez concluida, participó en la reconstrucción de Alemania como miembro del International Voluntary Service for Peace (I.V.S.P.). De vuelta a Inglaterra, contrajo matrimonio y se estableció en Guidford hasta su jubilación en 1971. Ninguna de las dos novelas cómicas que, en rápida sucesión, publicó a lo largo de su vida, The ascent of the Rum Doodle (1956) y The cruise of the Talking Fish (1957), logró el favor de los lectores o mereció mayor atención por parte de la crítica especializada. Esta reacción –o falta de ella– constituyó un jarro de agua fría para sus aspiraciones literarias y provocó el abandono definitivo de esta actividad.
Después de esta brevísima nota biográfica, es inevitable señalar que Bowman no se caracterizó precisamente por sus logros alpinísticos, ni por sus aventuras en la alta montaña. De hecho, sus incursiones no sobrepasaron los límites de la campiña inglesa y del Lake District. A pesar de ello, la redacción de The ascent revela un conocimiento bastante minucioso de los entresijos, procedimientos y mecánica de las expediciones que por aquel entonces estaban teniendo lugar tanto en el Himalaya como en otras cordilleras del planeta. Como hemos apuntado al comienzo del artículo, es probable que la lucidez y el entendimiento que demuestra a lo largo de los 15 capítulos que integran la obra fueran adquiridos a través de la lectura atenta de los textos firmados por Bill Tilman (The ascent of Nanda Devi, 1937; Mount Everest 1938, 1948), John Hunt (The ascent of Everest, 1953) o W. H. Murray (The story of Everest, 1953).
La acción de la sátira contenida en las páginas de Hasta arriba transcurre en un país imaginario llamado Yoguistán y sus protagonistas son un grupo de expedicionarios formado por siete miembros: Tostón (director del equipo), Tom Fornid (alpinista y responsable de la logística), Cristopher O´Jalah (científico), Donald Cliche (documentalista), Humphrey Selvat (radiotransmisor), Lancelot Constant (lingüista) y Ridley Propens (médico). El motivo por el que se reúnen y que les conduce hasta este remoto país es alcanzar lo que nadie ha conseguido hasta ese momento: hollar el techo del mundo, los 40.000 pies y medio de la cumbre del Kurda Rarí (Rum Doodle en el original). Para lograrlo, contratan a un enorme ejército compuesto por 3.000 porteadores y 375 niños para que los acompañen hasta el campamento base. A partir de ese momento, los acontecimientos van desarrollándose dando lugar a todo tipo de situaciones cómicas o directamente absurdas. Algunos de los episodios más disparatados tienen que ver con la relación que los expedicionarios establecen con el cocinero Puag, “uno más de los peligros de la montaña” y sus “intentos por apartarlo de los fogones”, el consumo desmedido de champán, el comportamiento de los porteadores, la invención de Escocia o la imposibilidad de entenderse con la población local o de interpretar correctamente los mensajes transmitidos a través de la radio.
Hasta arriba es mucho más que un libro ingenioso repleto de ocurrencias. El paso del tiempo lo ha convertido en un antídoto contra la solemnidad, el dramatismo exagerado, los lugares comunes, la épica y los estereotipos que tanto abundan en las obras que forman parte del canon de literatura de montaña. Es, por decirlo de otro modo, la antítesis de las obras firmadas por esos montañeros que todos conocemos y que parecen incapacitados para reírse de sí mismos o para incorporar pequeñas dosis de ironía o escepticismo a sus escritos. Nadie duda de que la montaña sea una cosa muy seria, pero todos conocemos o hemos experimentado episodios hilarantes en los que la capacidad de reírse de uno mismo ha sido fundamental para seguir adelante o desdramatizar la situación que estábamos atravesando. A lo mejor va siendo hora de que estas circunstancias comiencen a figurar en las crónicas y en las publicaciones que describen el ejercicio de esta actividad.
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