“El Tenerife nunca ha cuidado su cantera”. La frase ha hecho fortuna tanto entre los desmemoriados como los malintencionados. Pero la realidad es que el Tenerife fue premiado el 20 de febrero de 1965 con el Trofeo Amberes “por su eficiente y meritísima labor de cantera”. El presidente de la entidad blanquiazul, José López Gómez, recibía esa gélida mañana la máxima distinción nacional que se concedía entonces “a la labor de cantera y la proyección de sus recursos propios”. Y de regreso a la Isla, posó para la eternidad con el trofeo y la plantilla de aquel curso. Había motivos: no se trataba de un premio menor. Instaurado por los diarios 'Marca' y 'Arriba', las dos principales cabeceras de la denominada prensa del Movimiento, el galardón nació en 1953 junto a otros premios como el 'Trofeo Pichichi' al máximo goleador de Primera División, que han tenido mayor continuidad.
José Antonio Elola-Olaso, delegado nacional de Educación Física y Deportes, fue el encargado de entregar un premio que en su primera edición fue para el Athletic de Bilbao y que en 1956 se adjudicó la UD Las Palmas. El Elche fue, ya en 1968, el último ganador. Aunque entregado en febrero del año siguiente, el Trofeo Amberes recibido por el CD Tenerife correspondía a la edición de 1964 y era fruto de la reconversión experimentada en la entidad tras el descenso a Segunda División sufrido en el verano de 1962. Así, tras aquella efímera experiencia en la élite, “por economía y convicción en nuestros recursos”, el equipo blanquiazul apostó por la cantera en el curso 62-63, con Eduardo Toba en el banquillo. Aquel curso finalizó décimo en el grupo Sur de Segunda División con un equipo-base formado por once canarios: Ñito; Felipe, Martínez, Álvaro; Padrón, Sicilia; Paquillo, Santos, José Juan, Gilberto y Santi.
La temporada siguiente, con Paco Campos en el banquillo, toda la plantilla era canaria a excepción de Borredá y Zubillaga, que aún sobrevivían de la época dorada. Eso sí, los blanquiazules se habían enriquecido con algunas perlas de la cantera grancanaria como el portero Grisaleña y el defensa Molina. Un once ideal de aquel curso podría ser el formado por: Cuco; Álvaro, Molina, Martínez; Padrón, Borredá; Paquillo, Morín, José Juan, Gilberto y Javier. Con ellos, el Tenerife alcanzó la quinta plaza final en su grupo de la categoría de plata. Finalmente, en el ejercicio 64-65, en el que recibió el Trofeo Amberes, el nuevo técnico, Satur Grech, que ya había realizado una gran labor de cantera en la UD Las Palmas, fue undécimo con un plantel al que se incorporó el portero alicantino Gómez y que sólo mantenía a Borredá como representante peninsular.Y los demás componentes de la plantilla eran canarios.
Y ahí estaban el portero Dorta; los defensas Martín Marrero, Álvaro, Molina, Martínez y Felipe; los medios Padrón y Sicilia; y los delanteros José Juan, Paquillo, Morín, Gilberto, Santiago y Pilín. En el siglo XXI, conjugar canarios y alineación del Tenerife se hace más complicado, pero hubo un tiempo en el que la entidad blanquiazul fue un ejemplo.
(*) Capítulo del libro ‘El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo’, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.