El Tenerife dejó el golpe en la mesa para mejor ocasión y se apuntó a un partido entre plomizo e impropio que lo devuelve a la realidad más habitual este curso. Desganado en el primer acto, más aplicado tras la pausa, permitió que el Leganés le hiciera daño en dos zarpazos con valor de gol, el segundo cuando el encuentro moría y solo pedía conservar un punto.
La derrota en Butarque hiere al sentimiento y a los ojos. A lo uno porque la aplicación verdadera del grupo de Ramis solo llegó después de medio trabajo atendido con la displicencia de las tardes grises. A la vista porque el Tenerife, como indiferente, coleccionó un catálogo estomagante de pases de seguridad y duelos no atendidos que solo desechó en la única jugada con sentido en hora y media, no casualmente la que acabó con el gol de Aitor Sanz.
Ausente la intensidad, metido en su campo esperando solo a que el Leganés no le metiera en problemas, el grupo de Idiakez puso la agresividad, se quedó la pelota tocando y tocando y tuvo la paciencia hasta que se encontró con la ocasión buena. Con tres centrales cerrando y Undabarrena y Shibasaki incomprensiblemente acomodados en la distribución, buscó hasta encontrarlo un remate limpio de sus puntas.
Enfrente, el Tenerife interpretó su papel sin la pasión a la que le obligaba el rival. Perdió el medio juego, condujo nada y empleó el socorrido recurso de buscar una ventaja con lo que pudiera ganar (tirando a cero) en los duelos con Nyom o Jorge. Y cuando se proyectó por los flancos con Mellot y Nacho, le asomó otra costura, la de ser incapaz de jugar a la corta por dentro. Cualquier superioridad –porque por Mo Dauda no pasó el balón y por Teto solo un par de veces– moría con un pase al área, imposible para los delanteros.
El Leganés hizo de la paciencia virtud y al cabo solo necesitó un par de estocadas para hacer sangre. La primera acabó con un gol anulado. La segunda con el 1-0, tras una sucesión de concesiones: un central que cuelga un balón desde el lateral sin molestias, un duelo perdido por los centrales ante Juan Muñoz, otra pugna entregada –ahora por Mellot– que permite la asistencia de José Arnáiz y un remate inapelable de Muñoz, ya libre de cualquier marca.
El Tenerife reconsideró en el entreacto el sentido de su viaje a Madrid. Relevó a José Ángel por Larrea y cambió el espíritu entreguista por la profesionalidad, aunque tardó veinte minutos en entender que sólo podría romper la disposición del Leganés con la paciencia de una jugada elaborada. En lo único para recordar de una tarde en la que mal atendió a la sobrerrepresentación de birrias en la grada, ganó metros con dos pases cortos de Aitor y Larrea, se perfiló Mellot, vio el desmarque en ruptura de Teto y con el sentido del fútbol del canterano llegó el premio: un pase al área a Gallego, control del delantero para dejársela mansa a Aitor Sanz y un tiro colocado del capitán, imposible para el portero.
Con el empate y media hora por jugar, el Leganés se guareció en su campo, el Tenerife fijó la línea treinta metros adelante y durante un rato colocó el partido de su lado, aunque solo un disparo de Teto habilitado por una recuperación de Dauda (m.77) obligó a Riesgo a intervenir. Ramis movió la ficha de Appiah –insustancial– por Dauda y metió a Garcés por Iván Romero. En lo único que pudo hacer con sentido –justo antes de la vuelta que dio el 2-1 al Lega– ganó una carrera interminable a Nyom en una contra con pinta de final feliz, pero malbarató la ventaja con una entrega frustrante a Gallego, que la esperaba por delante cuando llegaba al área y se encontró la pelota un metro por detrás.
La pérdida de Garcés originó la segunda tragedia de la jornada, ya en fase de prolongación. Un despeje de cincuenta metros sin mejor apariencia giró a dramático por otra sucesión de errores. Por orden, Vico ganó el cuerpeo a Sipcic para ceder a Qasmi, Larrea no llegó a tiempo de cortar, José León tiró el fuera de juego tarde y, ya a campo abierto, recibió Dani Raba para avanzar y cederla para un remate en el área de Qasmi con Soriano vencido. El árbitro anuló la jugada por fuera de juego, pero el VAR –acertadamente– corrigió la decisión, así que 2-1 y a llorar por la leche derramada.
Solo siete días después del ejercicio coral frente al Granada, cuesta entender esta variabilidad de carácter del Tenerife, capaz antes de disfrutar defendiendo –tal que dijo Romero– para terminar ganando, como de despreciar sin más un partido que pudo al menos empatar y solo mereció perder como castigo a la soberbia, primero de los siete pecados capitales, con la que se enfrentó a la duodécima faena del curso.
(2) CD LEGANÉS: Asier Riego; Nyom, Jorge Sáenz, Sergio González, Durmisi; Undabarrena (Rubén Pardo, m.81), Shibasaki; Miramón, Cisse (Dani Raba, m.81), José Arnáiz (Qasmi, m.90); y Juan Muñoz (Fede Vico, m.75).
(1) CD TENERIFE: Soriano; Mellot, Sipcic, José León, Nacho; Teto, Aitor Sanz, José Ángel (Larrea, m.46), Mo Dauda (Appiah, m.79); Iván Romero (m.68, Borja Garcés) y Enric Gallego.
GOLES: 1-0, m.35: Juan Muñoz. 1-1 m.63: Aitor Sanz. 2-1, m.90+2: Qasmi.
ÁRBITRO: Rafael Sánchez López (Comité Murciano). Amonestó a Juan Muñoz (m.53) y José Arnáiz (m.87) y a los visitantes José Ángel (m.21) y Sipcic (m.47).
INCIDENCIAS: Partido de la duodécima jornada de LaLiga SmartBank 22-23 disputado en el estadio de Butarque ante 6.142 espectadores, cerca de dos centenares de seguidores del Tenerife.