El FC Barcelona se acercó al mítico Wembley después de llevarse un merecido botín (0-2) del Santiago Bernabéu, donde ganó con goles del argentino Leo Messi, el sexto consecutivo en su visita al coliseo blanco, y que dejó sin margen de error al Real Madrid, que jugó la última media hora con diez por expulsión de Pepe.
El conjunto culé ya mira a Londres gracias a un Messi que enseñó sus galones. Con el Camp Nou como mejor aval, el equipo catalán está muy cerca de luchar por ser finalista. El Barcelona, acostumbrado a mancillar el orgullo blanco -no pierde en la capital desde 2008- forjó su hegemonía continental en el mejor escenario posible.
Guardiola no engañó a nadie. Con el mismo fútbol que permitió a este equipo rebosar los libros de historia, salió al Bernabéu. En casa del eterno rival, el Barça se hartó de dominio gracias al cerebro de Xavi Hernández, acaparador como siempre. El de Terrasa se encargó de hacer fluir el ataque blaugrana entre la maraña defensiva de Mourinho.
Los blancos no creaban fútbol y Cristiano se desesperaba. El portugués evidenciaba su hartazgo levantando los brazos ante la indiscutible superioridad barcelonista. No era un error. El Real Madrid se agazapaba en la guarida, rechazaba a jugar al fútbol y lo hacía al calor de su afición. Efectivamente, el mismo estilo que le hizo campeón de Copa hace siete días.
Era, inevitablemente, la manifestación del madridismo más rácano, capaz de adoptar cualquier vía para plantar cara al archienemigo por excelencia. La constatación de que para frenar al Barcelona vale todo. No importaban los medios, tampoco el camino para llegar a la meta. Sólo, los dígitos del marcador y ahí también perdió el entrenador portugués.
Y es que el antídoto antiBarça, con Pepe como máximo exponente, no impidió que los de Pep Guardiola dispusiesen de las ocasiones más claras en la primera mitad. Villa, de disparo lejano, y Xavi -sólo ante Casillas- pudieron haber pintado a la eliminatoria de azul y grana a la media hora de partido.
El Real Madrid, por su parte, era fe. Una actitud dogmática que tenía cimientos inermes, basados en el balón parado, en las faltas laterales. El equipo de José Mourinho sólo inquietó la meta de Valdés con un cabezazo de Pepe a diez minutos del ecuador del envite.
Tras la expulsión
En el segundo acto, y tras la trifulca del descanso en la que Pinto acabó expulsado, el Madrid perdió el norte y el Bernabéu estalló. El alemán Stark decidió mandar a Pepe a la caseta tras una entrada sobre Alves. Demasiado castigo para el jugador luso, que dejó a su equipo sin brújula, sin referencia.
Consecuencia de la roja al 3 merengue, el Bernabéu estalló y Mourinho no pudo ser menos. El técnico acabó en la grada por sus protestas y el partido engrandenció la asociación culé, el fútbol combinativo de los catalanes, que amasaban la pelota en la medular sin impedimentos locales.
Y ahí llegó el recital de Messi, el mejor jugador del mundo. El 10 del Barcelona remachó a gol una excelente asistencia de Afellay, que desarboló a un Marcelo notable hasta el momento. El gol, preludio de la obra de arte que cerró el choque, terminó por hundir a los blancos, carentes de argumentos.
Fue entonces cuando el Barça creció. Ante un rival con diez -Mourinho no sabe lo que es acabar con 11 ante los blaugrana- los de Guardiola entregaron a Messi la llave los sueños. Una llave que abre la puerta de Wembley, la posibilidad de reflejar con títulos un estilo peculiar, una forma de entender este juego, una manera de cambiar la historia del balón.