Espacio de opinión de Canarias Ahora
A tus tantos años
Me emocioné con “Fitzcarraldo”, y lloré. La mezcla de Klaus Kinski y Claudia Cardinale bajo la batuta de Werner Herzog me trasladó a lugares insólitos. Estábamos en el cine “Capsa” de Barcelona, en versión original los dos, ella rubia y postadolescente no entendía nada. “Lloro entre las tinieblas, tengo miedo a perderte pero te rescataré del olvido” no me atreví a decirle. Después, en el “Gimlet” de la calle Santaló, se multiplicaron las penas y se alivió la construcción de recuerdos. Puede que fuéramos jóvenes y por eso Kinski repercutía como un animal en la ternura de la Cardinale, pero ganó ella. La primera vez que lo vi fue en una película en blanco y negro muy olvidada, “Tiempo de amar, tiempo de morir” pero hasta mucho después no supe que era él. Erich Maria Remarque, autor de la historia, aparecía entre las ruinas de la ciudad bombardeada como consejero de los desarrapados de la cinta. También había una enamorada enamorante, Liselotte Pulver, que se perdió en las noches del cine alemán y suizo, aunque aun vive. La Cardinale, superior a todas esas contingencias, también vive. Se estrenó en el cine en 1958, el mismo año que se rodó la historia de Remarque, el mismo año de mi nacimiento. Fernando Trueba consigue su aparición solemne en “El artista y la modelo”, cosas bonitas del arte séptimo.
Herzog, casi como Nietzsche, construyó su cine a martillazos. Así nos regaló “Aguirre, la cólera de Dios”, un buen bálsamo para neoimperialistas españoles de última hora, debería ser de obligada proyección en los colegios concertados católicos de nuestro presente. Escuché en la radio, Francino y Boyero, que ha escrito sus memorias, “Cada uno por su lado y Dios contra todos”: seguro que merecen una buena recomendación psicopedagógica y una lectura para bandidos y piratas, me apunto.
Desde el “Capsa” había que tomar un taxi para llegar a la calle “Santaló” pero no hizo falta, estaba con nosotros la Vespa 125 primavera que tantos años rodó por las calles barcelonesas como en una película de Wenders. Queríamos llegar hasta el mar, nos quedamos en el Poble Nou casi hasta el 92 que nos echaron. La radio y el cine tienen esas cosas impertérritas. Y mientras tanto, me atuso la cremallera para que esté acorde con los tiempos políticos “¿para qué tanta sinceridad en lontananza?” El cinismo más eficaz es el que derrumba todas las paredes, el que no atiende a mitologías ni a brevedades, y atiza para espantar y recurrir. En Madrid nunca pasa nada porque la normalidad impera desde que el alba manda callar y las cañas de cerveza se sirven menguadas: ¡qué estafa! ¿por qué no contratan a más gente, en buenas condiciones de honor y temperatura, y se dejan de horarios pudibundos? No lo sé. Parece que en la villa y la corte nadie a leído a Dante, se marean con los círculos. Ya es mucho el de Bellas Artes porque se acuerdan que Jesús de Polanco lo revitalizó para las causas. Nada que se precie deja de pasar por allí. Muy cerca está “Del Diego”, una coctelería casi equiparable a las de Barcelona de antaño. Assumpta Serna, que suele moverse por la zona, insistió “vamos a tomar un ”old fashioned y quédate con todo lo demás.“ En realidad, estábamos en el parque de la Ciudadela, cerca del instituto femenino Verdaguer y la Serna tenía clase con mi novia Mariángeles, quel dommage!
Me emocioné con “Fitzcarraldo”, y lloré. La mezcla de Klaus Kinski y Claudia Cardinale bajo la batuta de Werner Herzog me trasladó a lugares insólitos. Estábamos en el cine “Capsa” de Barcelona, en versión original los dos, ella rubia y postadolescente no entendía nada. “Lloro entre las tinieblas, tengo miedo a perderte pero te rescataré del olvido” no me atreví a decirle. Después, en el “Gimlet” de la calle Santaló, se multiplicaron las penas y se alivió la construcción de recuerdos. Puede que fuéramos jóvenes y por eso Kinski repercutía como un animal en la ternura de la Cardinale, pero ganó ella. La primera vez que lo vi fue en una película en blanco y negro muy olvidada, “Tiempo de amar, tiempo de morir” pero hasta mucho después no supe que era él. Erich Maria Remarque, autor de la historia, aparecía entre las ruinas de la ciudad bombardeada como consejero de los desarrapados de la cinta. También había una enamorada enamorante, Liselotte Pulver, que se perdió en las noches del cine alemán y suizo, aunque aun vive. La Cardinale, superior a todas esas contingencias, también vive. Se estrenó en el cine en 1958, el mismo año que se rodó la historia de Remarque, el mismo año de mi nacimiento. Fernando Trueba consigue su aparición solemne en “El artista y la modelo”, cosas bonitas del arte séptimo.
Herzog, casi como Nietzsche, construyó su cine a martillazos. Así nos regaló “Aguirre, la cólera de Dios”, un buen bálsamo para neoimperialistas españoles de última hora, debería ser de obligada proyección en los colegios concertados católicos de nuestro presente. Escuché en la radio, Francino y Boyero, que ha escrito sus memorias, “Cada uno por su lado y Dios contra todos”: seguro que merecen una buena recomendación psicopedagógica y una lectura para bandidos y piratas, me apunto.