Nos arde la vida

El humo provocado por el incendio forestal que afecta a la isla de Tenerife es visto este sábado sobre el valle de La Orotava, lo que ha provocado una alerta por la mala calidad del aire. EFE/Alberto Valdés

Alba Marrero

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Nos están ardiendo los pulmones. Nos arde la cumbre. Nos arden las copas. Nos arde el aire entrándonos por la garganta; nos arde el lugar a donde íbamos a respirar, a coger oxígeno; a donde subíamos a perdernos, a apagar el móvil, a desconectar, a conectar. 

Nos arde la piel de los árboles; nos arden las cáscaras. Nos arden las cenizas. 

Nos arde la sombra en donde nos refugiábamos de las olas de calor; en donde abrazábamos a los troncos, en donde hacíamos pis, en donde nos mareábamos, en donde cogíamos aliento, en donde las hormigas nos mordían. Nos arden los pateos, las excursiones, las escapadas. 

Arden en llamas las copas, las hojas, lo verde. Arde en donde se oía piar, en donde se oía el revoloteo de la timidez de un pajarillo, en donde paseaban las mariposas, en donde los lagartos se escondían al pasar, en donde se escuchaba un ‘zzzzzz’ seguido de la duda: ‘¿mosca o abeja?’; en donde agradecíamos la brisa, la sombra y el momento bocadillo. 

Nos arde el suelo y nos arde el mar de nubes. Nos arde el aire. Nos arde la libertad de la carretera entre pinos a los que siempre llamé soldados; nos arde la mirada de 'papi' Teide. 

Nos arde la isla profunda, la de verdad, la que tiene el acento, la que tiene las manías, la que tiene a su gente; la que tiene sus costumbres, la que tiene sus olores, la que tiene su flora y fauna, la que tiene sus comidas; la que tiene ‘la especialidad de la casa’; la humilde, la sana, la que tiene la fama de amable, la que es ‘en cuesta’, la superviviente, la que no es un negocio, la que no habla idiomas. 

Nos arde a donde íbamos a brindar, nos arde a donde llevábamos los cumpleaños, las chuletadas, los tenderetes, los motivos. Nos arde a donde íbamos a vivir; a donde subíamos, en masa, a ver dos copos de nieve mal puestos. Nos arden los miradores en donde se iba a las conversaciones importantes, a besar, a abrazar, a querer, a dejar. Nos arden los recuerdos. Nos arde la nostalgia. Nos arde el miedo. Nos arde la esperanza de que ojalá, en pleno agosto… llueva. 

Nos arden las entrañas. Nos arde la isla que es ella, la de verdad. De la que se presume. La que atrapa. La mágica. La que es única, salvaje y no es servicial ni esclava al turismo. 

Nos arde la isla y lo que dicen desde la institución insular es que el negocio [las zonas turísticas] están a salvo pero, por si no se habían dado cuenta, Tenerife y su gente, bañados en ceniza, en cáscaras, en humo, en incertidumbre en evacuaciones, en drama… no lo están. Digo. Por si consideran que ya es hora de empezar a hablar de lo importante. 

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