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Arráncame la vida

Javier Doreste

Sé que en estos momentos debería estar escribiendo sobre los últimos acontecimientos políticos. Hablar de las pequeñas mezquindades, los fracasos unitarios, las absurdas ambiciones. De aquellos que deslumbrados por las encuestas, cegadora luz que conduce al error, corren apresurados y desdeñan al que tienen al lado. Pero estoy un tanto aburrido de todos ellos. Prefiero dejarlo para más adelante. Me apetece más hablar de la buena literatura que de la estupidez. El libro Arráncame la vida de Gabriel Cruz, que no tiene nada que ver con el de Marcela Serrano, me sirve para huir, aunque sea unos momentos, del ruido informe de los infames.

No conozco al autor ni sé de sus lecturas ni escrituras anteriores. El libro llega a mis manos por medio de un amigo. Lo cojo escéptico, como casi toda la literatura que me recomiendan. Demasiadas decepciones, demasiados quiero y no puedo tiene uno leído para que esa actitud escéptica le desaparezca de la noche a la mañana. Pero el inicio del primer cuento (Lo divino), digno del mejor Chester Himes, arranca cualquier recelo por mi parte. Un cuento vigoroso como los del creador de Coffin Ed y Digger James. No es que Cruz escriba novela negra. Sus cuentos son una vívida descripción de las gentes de Santa Cruz, excepto la magnífica descripción de la sociedad bien de La Laguna (Pop siniestro). Arquetipos de los barrios, gentes marginadas, desahuciados de la sociedad, desfilan por estos cuentos escritos con la misma fuerza narrativa y cariño por el idioma que tenía el desaparecido Ezequiel Pérez.

Tal parece que Cruz sigue las observaciones de Lezama Lima cuando decía “...los personajes forman parte de mitos, de arquetipos, de imágenes, los cual los libera por completo de la realidad. (...) sencillamente manejo una serie de arquetipos que se van desenvolviendo en el tiempo...” y los personajes de Cruz son arquetipos conocidos de la vida. Están la prostituta circunstancial, la muchacha a la que se le arruinó la vida, el macho buscavidas de los muelles, el empleado de banca con sexualidad reprimida, la madre sacrificada, la dominante, las gentes con sueños jamás alcanzados, revolcados en su propia frustración... y todos se van desenvolviendo en el tiempo. Si tuviese más espacio insistiría en la fuerza del tiempo en estos relatos, ninguno es una estampa parada, son dinámicos como dinámica es la vida, por aburrida, frustrante o rutinaria que sea. Todos forman un cuadro, cuento a cuento, que merece ser contemplado como se miran los cuadros: mezclando distancia y proximidad. Solo se aprecia el conjunto en la distancia y solo se aprecian los detalles en la proximidad.

El tiempo nos construye y a la vez nos va matando. Sin tiempo no existiríamos, sin tiempo no morimos. Y eso es lo que nos muestran estos cuentos. Puede que alguien pida más extensión en alguno de ellos, quizás alguna anécdota exigiese más... pero la fórmula condensada del autor nos libra de las descripciones sobrecargadas, las página superfluas. Convierte el tiempo en protagonista de sus relatos. Lo erige en el auténtico ejecutor de sus personajes. Es el tiempo quien dibuja la geografía de los barrios descritos. Cruz parece intuir el descalabro urbanístico al que se somete a la población de Santa Cruz, la presión especulativa para que se abandonen los barrios populares tradicionales como el Toscal o el Cabo, en favor de las barriadas, los polígonos, donde ya no hay placitas con quiosco. Sólo parterres con tierra pelada y coches de la policía. Y el manejo del tiempo le permite dejarlo congelado, suspenso, sin presencia casi, en el ya nombrado Pop Siniestro, en esa clase y esa ciudad el tiempo pasa más despacio, más lento.... Y los que hemos vivido en esa ciudad, sabemos que existen en ella dos tiempos. El tiempo de los estudiantes, vertiginoso como debe ser el tiempo de la juventud, y el tiempo de las gentes de bien, reposado, obtuso y obsoleto. El primero está marcado por el inicio del curso, los exámenes, alguna asamblea que otra, la fuga de San Diego.... Al segundo lo marcan la Semana Santa, las alfombras, la romería de San Benito, El Cristo. Y es lo mismo bajo el franquismo o la democracia. Ese tiempo falsamente aristocrático sigue dominando como las atmosferas pesadas de la pequeña burguesía domina en muchos de los relatos de Simenon o Chejov. Es un tiempo con dimensión de clase social.

El mérito de Cruz no es solo el de la buena escritura, el de la valentía con las historias y el lenguaje. Es también el de reconciliarnos con la literatura hecha en Canarias. Por eso me atrevo, como simple lector, recomendar a todo el mundo este libro.

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