Espacio de opinión de Canarias Ahora
Una asignatura para todos por Francisco Santiago (*)
Hace unos días, una de las máximas autoridades de la Iglesia Católica en España, el cardenal primado D. Antonio Cañizares, hacía un llamamiento en el sentido de que “aquellos padres que impidieran a sus hijos estudiar dicha asignatura, estarían contribuyendo al bien común”, a la vez que se sumaba a promover las movilizaciones de “objeción de conciencia” necesarias para que “no se implanten la doctrina y los dogmas del Estado en las aulas”. Cuando menos, coincidirán conmigo en que resultan unas declaraciones poco ungidas por un deseo de concordia y sí por un peligroso sentido de la educación y limitada visión de lo que otros pueden entender por ejercicio de su ciudadanía.El Estado por su parte, pretende implantar una asignatura obligatoria y evaluable, que permita a los futuros ciudadanos conocer sus deberes y derechos constitucionales, referentes valores sociales y herramientas para la convivencia a grandes y necesarias dosis. Ideal, si además ese fuera de verdad el mundo, la sociedad, la realidad que el mismo Estado les garantizase en la práctica. Insuficiente aprobado sería el de un alumno que ha aprendido en su asignatura que tiene derecho a una vivienda, a un trabajo digno, a que el Estado vele por su salud y sin embargo nada de eso pueda conseguir para que pueda desarrollar su proyecto de vida.Se equivoca la conferencia episcopal queriendo otra vez marcar a todos, creyentes y no creyentes, qué está bien y qué no. Cae en una contradicción más esa cúpula al llamar a las movilizaciones y la objeción de conciencia, cuando en temas de más calado como la guerra, la pobreza o el desempleo, no hemos tenido noticia ni de su objeción ni de su conciencia.Y se equivoca también el Estado cuando, pretendiendo reconstruir una necesaria escala de valores para una mejor convivencia, pasa por alto que la ciudadanía será un fracaso, de las proporciones del escolar, hasta que no se conviertan en realidades los derechos que de ella se tienen que derivar. Para esas nuevas generaciones, aplicadas o no en esa nueva asignatura, será un nuevo motivo de desconfianza, una nueva muestra de que esta sociedad no los está formando para vivir a plenitud lo que aprenden en la escuela.Claro que necesitamos la asignatura de educación para la ciudadanía. Claro que debemos recuperar aquellos valores de respeto y maneras de antes que nos hacían más fácil la convivencia e incorporar aquellos otros de hoy, cómo no, que nos hacen más libres y concientes demócratas. A lo mejor no son sólo los más jóvenes los que deben pasar por las enseñanzas de esta nueva asignatura. A lo mejor así alguno entendería que la educación no son sólo los dogmas de fe y otros que la ciudadanía no debe ser sólo un cúmulo de derechos escritos en la constitución y sí un mandato de obligado cumplimiento. Estamos ante una asignatura de todos pues, porque de lo que se trata es de saber vivir en comunidad, en armónica y plural convivencia.(*)Aureliano Francisco Santiago Castellano es presidente de Nueva Canarias-Nueva Gran Canaria en Telde. Francisco Santiago (*)
Hace unos días, una de las máximas autoridades de la Iglesia Católica en España, el cardenal primado D. Antonio Cañizares, hacía un llamamiento en el sentido de que “aquellos padres que impidieran a sus hijos estudiar dicha asignatura, estarían contribuyendo al bien común”, a la vez que se sumaba a promover las movilizaciones de “objeción de conciencia” necesarias para que “no se implanten la doctrina y los dogmas del Estado en las aulas”. Cuando menos, coincidirán conmigo en que resultan unas declaraciones poco ungidas por un deseo de concordia y sí por un peligroso sentido de la educación y limitada visión de lo que otros pueden entender por ejercicio de su ciudadanía.El Estado por su parte, pretende implantar una asignatura obligatoria y evaluable, que permita a los futuros ciudadanos conocer sus deberes y derechos constitucionales, referentes valores sociales y herramientas para la convivencia a grandes y necesarias dosis. Ideal, si además ese fuera de verdad el mundo, la sociedad, la realidad que el mismo Estado les garantizase en la práctica. Insuficiente aprobado sería el de un alumno que ha aprendido en su asignatura que tiene derecho a una vivienda, a un trabajo digno, a que el Estado vele por su salud y sin embargo nada de eso pueda conseguir para que pueda desarrollar su proyecto de vida.Se equivoca la conferencia episcopal queriendo otra vez marcar a todos, creyentes y no creyentes, qué está bien y qué no. Cae en una contradicción más esa cúpula al llamar a las movilizaciones y la objeción de conciencia, cuando en temas de más calado como la guerra, la pobreza o el desempleo, no hemos tenido noticia ni de su objeción ni de su conciencia.Y se equivoca también el Estado cuando, pretendiendo reconstruir una necesaria escala de valores para una mejor convivencia, pasa por alto que la ciudadanía será un fracaso, de las proporciones del escolar, hasta que no se conviertan en realidades los derechos que de ella se tienen que derivar. Para esas nuevas generaciones, aplicadas o no en esa nueva asignatura, será un nuevo motivo de desconfianza, una nueva muestra de que esta sociedad no los está formando para vivir a plenitud lo que aprenden en la escuela.Claro que necesitamos la asignatura de educación para la ciudadanía. Claro que debemos recuperar aquellos valores de respeto y maneras de antes que nos hacían más fácil la convivencia e incorporar aquellos otros de hoy, cómo no, que nos hacen más libres y concientes demócratas. A lo mejor no son sólo los más jóvenes los que deben pasar por las enseñanzas de esta nueva asignatura. A lo mejor así alguno entendería que la educación no son sólo los dogmas de fe y otros que la ciudadanía no debe ser sólo un cúmulo de derechos escritos en la constitución y sí un mandato de obligado cumplimiento. Estamos ante una asignatura de todos pues, porque de lo que se trata es de saber vivir en comunidad, en armónica y plural convivencia.(*)Aureliano Francisco Santiago Castellano es presidente de Nueva Canarias-Nueva Gran Canaria en Telde. Francisco Santiago (*)