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La bajada de la bandera

Bravo, ya saben, es uno de los doloridos del carácter atrabiliario de Soria que en su día lo levantó para el aire sin la menor consideración y lo mandó a las tinieblas exteriores. Está visto que no fue humillación y maltrato suficiente, dado que aceptó de mil amores optar a la presidencia del Cabildo grancanario; vigilado estrechamente, eso sí, por Rosa Rodríguez, aquejada de soriasis irreversible.

Aunque las supongo, no se conocen las razones por las que Soria ha permitido (o se ha visto obligado a aceptar ) el regreso a su antecesor, al que defenestrara, como digo, de la peor manera. Al reponer la bandera, Bravo cumplió su promesa electoral: se la tragó y pretende que lo ayudemos a masticarla.

Me irrita, qué quieren, ocuparme de este asunto, uno más de los debidos al proceder atrabiliario del ineféibol que tiene ya un largo curriculum. Más que nada porque es tema que se presta a un tratamiento jocoso que resulta imposible al haberse convertido en referencia del pobre “debate” político canario en momentos tan dramáticos como los que vivimos. Pero no deja por ello de reflejar el estilo pepero porque al riesgo evidente para el tráfico urbano del capricho soriano, que aconsejó dejar estar el banderón, ha seguido su vuelta a izar por Bravo que puso por delante informes técnicos de que no entraña peligro alguno.

Por no hablar de la constante pepera de considerar idiotas a los isleños. Porque, tras proclamar la inexistencia de riesgo, se nos tranquiliza con que caso de ponerse la mar brava y soplar el viento más de la cuenta, el banderón sería arriado y santas pascuas. Y digo yo: si no hay peligro, ¿a qué viene estar pendiente de las predicciones meteorológicas? ¿Vale tanto para Bravo tener contento a su jefe como para exponerse a una desgracia que no debe parecerle tan remota si le obliga a estar a los vientos que soplen? ¿Cómo puede decir que no hay peligro cuando a menos de dos semanas la han arriado, por si acaso, sin que los servicios meteorológicos detectaran esa mayor ventolera? Entre los despropósitos no me resisto a recordar que Bravo atribuyó la caída anterior a la rotura de no sé qué costuras; como si la causa restara importancia al hecho de que se vino abajo. Recuerda aquel diálogo de besugos en que uno informa a otro de que se murió Fulanito y el otro le pregunta al uno si fue de algo grave. También tiene tela, nunca mejor dicho, que la decisión de la empresa de bajar la bandera no la conociera Bravo antes; a ver si hay que pagar la bajada, como en los taxis.

Insisto en que es lamentable que la bandera pase de tema de menor cuantía a referente que sirve, menos da un peine, para constatar el estilo del PP: no se siente obligado a explicar sus decisiones ni a mostrar los informes técnicos en que se basa que contradicen otros anteriores. Por no hablar del dinero que nos cuesta tanta historia; al que podría añadirse el gasto de cambiar de sitio las palmeras de los alrededores para que no dañen al banderón; una sugerencia tan chunga que igual la aceptan. Diría, para terminar, que uno cumple señalando el despropósito y si el ciudadanaje está dispuesto a tolerarlo, es muy dueño de hacerlo a condición de que luego no se queje.

Bravo, ya saben, es uno de los doloridos del carácter atrabiliario de Soria que en su día lo levantó para el aire sin la menor consideración y lo mandó a las tinieblas exteriores. Está visto que no fue humillación y maltrato suficiente, dado que aceptó de mil amores optar a la presidencia del Cabildo grancanario; vigilado estrechamente, eso sí, por Rosa Rodríguez, aquejada de soriasis irreversible.

Aunque las supongo, no se conocen las razones por las que Soria ha permitido (o se ha visto obligado a aceptar ) el regreso a su antecesor, al que defenestrara, como digo, de la peor manera. Al reponer la bandera, Bravo cumplió su promesa electoral: se la tragó y pretende que lo ayudemos a masticarla.